martes, 11 de noviembre de 2008


París, ¿1975?
Entramos en un cine donde proyectan “Saló o los 120 días de Sodoma”. Esperamos ver una película porno dirigida sorprendentemente por un director de culto: Pier Paolo Pasolini. La sala es pequeña, acogedora, está repleta y la gente da muestras de inquietud antes de empezar la sesión; hablan mucho, aunque no con el alto tono de voz que nos delata a los españolitos fuera y dentro de nuestras fronteras.
Nosotros, dos parejas, observamos con extrañeza que los gabachos no responden al tipo de público que imaginamos como amantes de este tipo de cine, nos parecen “normales” y lo atribuimos a que “La France c´est la France”. En España, como después pudimos comprobar la tipología de los asiduos a las salas “x” era la de: personas entre la tercera y la eterna juventud, pajilleras, homosexuales en busca de ligue, estudiantes de ginecología, adolescentes curiosos por averiguar de una vez por todas dónde está el clítoris, raritos sin clasificar y un señor de Jaén que pasaba por allí.
Empieza la película, se hace la oscuridad, se instala el silencio y comprobamos que como era de esperar (¡pero estúpidamente no lo esperábamos!),que la peli está en perfecto idioma extranjero, con lo cual, después de varias interconsultas seguidas de reiterados ¡chiiist! decidimos que cada uno se arregle con sus pobres conocimientos adquiridos en el bachillerato; después de todo de lo que se trataba era de coger “tono vital” y presumir en la Espagne de cosmopolitismo.
Pero, coño, aquello no era una película porno, aquello era otra cosa. Las escenas se iban sucediendo y al rato la mitad del respetable había decidido que su mente no estaba para esos traqueteos emocionales.
Nosotros, resistiendo, como era de esperar en patriotas de pro, hijos del glorioso imperio donde no se ponía el sol. Las del sexo débil, cuando llegó la segunda parte, dijeron que no eran del mismo Bilbao y que les había bajado la dosis de nicotina y hasta la regla. Y los hombres, impasible el ademán, erre que erre, aguantando. La sala ya estaba terciada y nuestros ánimos decaían, nos miramos ambos dos y decidimos que había que echarle cojones, que los españoles apagaríamos la luz cuando ya no quedara nadie.
Por Tutatis,(Obelix dixit),que nos la tragamos enterita pero esa noche ni cenamos ni ná de ná...
Transcurrido el tiempo y en un segundo visionado, ya en la lengua materna del que esto escribe, el impacto fue el mismo pero disculpando la mala leche de Pier Paolo por haber creado el alegato antifascista más grande de la historia cinematográfica. Eso sí, no la vuelvo a ver, juro por Yahvé, que alabado sea su santo nombre (y también el de Jehová, que aún siendo el mismo tenía también la afición de usar uno, otro, o ninguno, según sus ganas de despistar a los sufridos judíos, que por cierto, además no lo podían utilizar en vano).
Y así fue como conocí a Pier Paolo: un chico director de cine, comunista, homosexual, intelectual, ensayista y poeta...asesinado por cualquiera de esos rasgos definitorios de su compleja y apasionante personalidad. ¡Por menos acabaron con García Lorca!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Siempre nos quedará París, pero menos, apenas nada: nunca he estado en tan luminosa ciudad.
Pongamos Valencia unos pocos años más tarde y algunos años antes de que en mi tierra se instalara ese sincretismo cultural, mitad fallero mitad new-age, que tan bien sabe administrar la clase dirigente en la recámara de su PDA.
Expectación en la "cola" para sacar la entrada. Casi todos conocidos: éramos pocos pero íbamos a todas partes. Militantes de la cultura y de otras militancias. Parecíamos una obra pictórica de Genoves, marco "artepovere" incluido: abrazos, apretones de manos, barbas, rizos afroamericanos, putas bolitas en la lana y dignidad.
La única "cola" que respeto en la actualidad con cierta compostura es la de los grandes almacenes a la altura de las segundas rebajas.
De Pasolini recuerdo Teorema, Pocilga, El evangelio de San Mateo, el Decamerón, Los Cuentos de Canterbury, Las mil y una noche y la que nos está sirviendo de excusa de otras excusas: Saló.
"Excelente alegato...", dice usted, disculpe: terrorífico alegato, orgía de maldad.
Pero si Pasolini había elegido la línea dura, como dura fue su muerte a manos de un chapero que había recogido en la Estación Termini, o asesinado por tres sicarios como sostuvo durante un tiempo Oriana Fallaci, nosotros no íbamos a ser menos: aguantamos hasta el final, hasta el limite del abismo, hasta el borde del alka seltzer.
Pero siempre, ahora sí, nos quedará el regusto del "París" de haber cumplido con nuestro deber.
Un abrazo - como los de Genovés-.
paco cases.

Quercus dijo...

Es una satisfacción y un honor ofrecer el espacio de mi (humilde) blog para recibir las reflexiones de mi anónimo amigo Paco Cases. Por su comentario en una “entrada” anterior y por esta misma que ahora acabo de leer he de atribuir a su llamémosle “pereza informática” el que no tenga su propia bitácora. Me explico: es tanto lo que dice, cómo lo dice y tanto lo que intuyo que se reserva que creo que hay material más que suficiente para una novela y, en última instancia, me parece un crimen que restrinja la extensión de sus pensamientos y vivencias a las pocas (selectas, eso sí) personas que se asoman a este mi “lugar”.
Dicho lo cual, y reiterando mi bienvenida, paso a mi vez a comentar algunos términos de su escrito:
• Por su conocimiento de la obra cinematográfica de Pasolini, reconozco que el haber utilizado la palabra “alegato” (sinónimo de exposición) aunque antepuesto al “anti” que lo determina, se queda muy corto, plano, chato, etc. Me acojo pues a su juicio valorativo, más fiel a la realidad; no obstante, me permito una pregunta inocente ¿ha visto usted la película hasta el final? Me temo que no, creo que por mucha militancia que se le eche, si no es en unas circunstancias tan especiales como las descritas en mi relato es imposible soportar un repaso tan exhaustivo sobre lo peor de la condición humana…le juro que ni el primperan le hubiera evitado el vómito o el deseo irreprimible de “galopar hasta enterrarlos en el mar”.
• Las circunstancias concretas de la muerte: asesinato unipersonal o colectivo, político o por simple violencia de un joven chapero no me interesan más allá de la consideración de que, en esta sociedad transgredir tantas normas, salirse tanto de los modelos establecidos como correctos, tenía que desembocar en lo que “lógicamente” ocurrió. Posiblemente coincidiremos en que usted y yo con la moto prestada por Nanni Moretti nos hubiéramos acercado a Ostia para seguir constatando que su tumba sigue siendo protegida para evitar la profanación de los que de una manera directa o indirecta lo mataron.
• Por último (o por ahora, si usted me sigue visitando), una pregunta y un reproche:
• La pregunta: ¿tan lejano e irrecuperable ve París? O, ¿acaso no era verdad que los viejos rockeros nunca mueren?
• El reproche, referido a su anterior comentario: la calificación de “estrafalario” como único calificativo sobre Umbral, aun situándolo en su contexto, me parece una degradación de su persona (dejemos aparte al personaje, a su máscara) y de su talla de escritor inmenso; su supuesta “no empatía” o incluso su ignorancia sobre la dimensión más profunda del pensamiento de Nietsche no justifican su parco etiquetaje. Como en los duelos de siglos pasados, espero recibir una rectificación a su “ofensa” antes de lanzarle el guante y nombrar padrinos.
Reciba mi más fraternal saludo, junto al deseo de seguir coincidiendo y discrepando.

Anónimo dijo...

Como no tengo padrinos, ¿le sirven una pareja de incondicionales de los cerastodema edule (berberechos, facción vinagre de Jerez)?
Si exceptuamos la primera parte, en la que me va madurando para que su digestión sea más liviana, he de reconocer que sus dardos en la palabra mejoran por goleada mis ideas intempestivas.
Justa - por ajustada- su réplica, precisas sus aclaraciones, ergo, nihil obstat quominus imprimatur. Imprimi potest. Imprimatur. (Wikipedia)
Es la hora de mi cicuta bloguera.
Un abrazo,
Paco (inmobiliaria en crisis)

Ángel Fondo dijo...

No la vas a creer, yo también vi Salo en Paris, en uno de los pocos viajes al extranjero que hice en mi juventud. Fui acompañado por algunos amigos. Los recuerdos de esos años ya no son demasiado nítidos por eso supongo que, lo mismito que en tu caso, esperaba encontrarme una película muy diferente a la que contemplaron mis ojos. Aunque es posible, pues en aquellos años ya era lector empedernido de la Turia, que algo supiera del contenido y hasta que ya tuviera es apetito por conocer lo que aquí, en España, estaba vedado a mi voracidad. Hay escenas impresionantes y rememorar alguna de las más crudas sería entrar en lo escatológico cosa que, como puedes suponer, no me apetece lo más mínimo. Sobre todo, Pasolini, con su osadía al filmar tan espeluznantes imágenes, consiguió abrir para mí un cuarto terriblemente oscuro y tenebroso, mostrándomelo como una inconcebible ratonera en la que el resonar del grito apagado de su negrura me hizo reconocer y ser testigo del espanto, ya no he podido cerrarlo totalmente jamás.
No la he vuelto a ver.

Un abrazo.