viernes, 19 de febrero de 2010


Alrededor de la medianoche

(Bertrand Tavernier, 1986)


Esta película tiene dos protagonistas: el jazz y la amistad.

El primero está encarnado por un gran saxofonista americano (Dexter Gordon) y el otro por un publicista francés sin muchos recursos económicos pero dispuesto a darlo todo por salvar el genio creativo y la persona alcoholizada que lo hace posible.


El fondo paisajístico lo ofrece un París casi siempre nocturno con clubes de humo y alcohol, escenario imprescindible para el buen amante de jazz de los años cincuenta en los que se desarrolla la historia.

Dexter Gordon, en su primera y única aparición estelar, cumple a la perfección su papel dentro y fuera de las sesiones jazzísticas (acompañado por un magnífico conjunto liderado por el pianista Herbie Hancock).


Actúa con naturalidad representando el papel de otro saxofonista, Dale Turner,cuya vida en su penúltimo capítulo, en París, antes del hundimiento final en su vuelta a Nueva York, nos quiere narrar el gran Tavernier.

La vida de Turner y la de Gordon debieron tener tantos trazos comunes que hace perfectamente creíble la película y difícil de imaginar que nadie, sino otro músico con la misma sensibilidad, hubiera podido protagonizarla.


Turner/ Gordon es un hombre cansado que vive sólo por y para la música, que sueña con armonías imposibles de interpretar y que piensa que ya ha agotado sus posibilidades.

Se siente heredero de la música clásica del periodo modernista francés (Debussy, Ravel) y de sus continuadores en el terreno del jazz: los creadores del bebop (Parker, Gillespie, Monk…) rompedores de moldes y corsés que habían establecido los grupos y orquestas “de blancos” con su descafeinamiento de la música negra, refugio y rebeldía de un sector marginado, convirtiéndola en una música amable, para bailar.


Es un hombre humilde, afable y casi inseguro, que continuamente pregunta “¿He estado bien?”, y que expresa sin envidias su admiración por sus compañeros del saxo tenor: Young, Hawkins y Webster.


Asistimos, queda ya dicho, al final de una etapa personal que le conduce a las drogas y a la muerte cuando decide “suicidarse” volviendo a Nueva York, pero es hermoso el paréntesis parisino de abstemia, para compensar tanta amistad y tanto amor al jazz.


A propósito, quien no haya leído el relato “El perseguidor” de Cortázar que lo haga. Quizás encuentre ahí la fuente de inspiración.

jueves, 11 de febrero de 2010



Prohibido prohibir
(Por lo menos hasta estos extremos)




Leo el artículo publicado por Javier Marías en el suplemento dominical donde habitualmente escribe y como no encuentro el sitio donde adherirme con mi firma a su canto a la libertad condicional de los que seguimos eligiendo morir con la colilla puesta, su defensa a tener un mínimo espacio aunque sea con la etiqueta de apestados, marginados, cuasidelincuentes y su denuncia de la hipocresía política convertida ya en social-fascismo... es por lo que reproduzco su escrito, sin la venia.


"La cruzada antitabaco de Zapatero y su Ministra de Sanidad, Jiménez, está adquiriendo tintes tan demagógicos que, antes de tarifar con ellos a todos los efectos, he intentado darles la razón, a ver qué pasaba. En lo relativo a la inminente prohibición de fumar en todos los lugares públicos cerrados, no lo consigo. ¿Por qué en todos? ¿Es que los no fumadores piensan frecuentar todos y cada uno de las decenas de millares de bares y restaurantes desperdigados por España? Los fumadores ya sólo aspiramos a que en algunos locales se nos permita echarnos un pitillo mientras tomamos una caña o justo después de almorzar o cenar. ¿Por qué no puede haber unos cuantos sitios así, llámense clubs de fumadores o como se quiera? ¿Por qué, entre los muchísimos que prefieren que se fume en ellos –no me cansaré de repetir que esa ha sido la causa de la nueva ley que se avecina: que los propietarios han hecho uso de la libertad que se les concedió contrariamente a los deseos del Gobierno, en vista de lo cual éste se la retira, vaya libertad condicionada–, no se efectúa un sorteo y se consiente que cierto porcentaje admita el humo en sus dependencias? Los no fumadores no entrarían en ellos, como otros no entramos en casinos, puticlubs o sex-shops, eso sería todo. En cuanto a los camareros –también podrían ser autoservicios, y no haberlos–, tendrían que ser asimismo fumadores voluntarios, no se verían obligados a respirar una atmósfera indeseada.

Este ejercicio de comprensión que intento no lo están llevando a cabo muchos más fumadores. Conozco a no pocos que han prometido no volver a pisar un bar ni un restaurante una vez que la intolerante nueva ley entre en vigor. Así que es natural que el gremio de hostelería esté preocupado. Este diario se ha alineado con Zapatero y Jiménez hasta el punto de publicar un reportaje con el titular "Sin humo no se hunde el bar" y el subtitular "Los hosteleros vaticinan un desastre por la prohibición de fumar, pero la experiencia en otros países lo desmiente", en el que sin embargo, al leer la información, ésta desmentía rotundamente dichos titulares, que se convertían en incomprensibles: resulta que en Irlanda hay un 25% menos pubs de los existentes antes de la prohibición; en el Reino Unido caen 52 a la semana, en el plazo de un año cerraron 2.377 y se redujeron 24.000 empleos; en Italia, un 12% de los establecimientos acusó pérdidas "significativas"; y en Francia la gente se ha refugiado en las terrazas, convirtiendo el "problema del humo" en el "problema del vocerío" desesperante para los vecinos, que es lo que sucederá en España, dados el buen tiempo reinante y los pingües beneficios que sacan los Ayuntamientos de la proliferación de mesas en las calles. Otro extraño titular de El País afirmaba que los partidarios de la prohibición total eran "clara mayoría". Luego, la noticia revelaba que se trataba de una mayoría pelada del 52%, frente a un 44% que se oponía, si mal no recuerdo. Un 44% es mucha gente, como para cercenar su libertad completamente. Unos veinte millones de personas, con las cuales, yo creo, debería llegarse a algún tipo de entendimiento.

En lo que sí he logrado darles la razón a los tramposos Zapatero y Jiménez es en su última medida de adornar con pavorosas fotos los paquetes de cigarrillos: pulmones destrozados, dentaduras roídas, fetos, jeringuillas, gatillazos y demás males que pueden sobrevenir a los fumadores. Aunque eso no hará sino disparar la venta de pitilleras (yo las uso desde hace años), me parece bien, siempre que se haga lo mismo con todos los demás productos que pueden dañar nuestra salud o matarnos. Exijo, por tanto, que las botellas de vino, whisky y ginebra lleven fotos de repulsivos borrachos, de hígados con cirrosis y de las ratas y arañas que se aparecen a quienes sufren de delirium tremens. Quiero que en las carreteras, y sobre las portezuelas de los coches, haya, bien visibles, imágenes de muertos aplastados por la chatarra, tetrapléjicos en sillas de ruedas, motoristas decapitados, peatones atropellados, cueros cabelludos arrancados y brazos y piernas amputados. Que presidan las playas grandes fotos de ahogados, de miembros hinchados por las picaduras de las medusas y de afectados por cánceres de piel. Reclamo que los costados de los aviones exhiban imágenes de catástrofes aéreas, con cuerpos desmembrados, terroristas con bombas y momentáneos supervivientes chapoteando en un mar helado, y otro tanto los de los trenes, ilustrados por desastres ferroviarios y por las consecuencias del 11-M.


Pido que en las fachadas de los Ayuntamientos se vean fotos de paisajes destruidos por la especulación inmobiliaria, y de gente sorda por culpa del ruido de sus infinitas y arbitrarias obras. Porque todas esas desgracias pueden acaecerle a quien bebe alcohol, o monta en coche o en moto o es un mero transeúnte, o a quien vuela o viaja en tren, o a quien se baña en el mar, o a quien está expuesto a los abusos del Ayuntamiento de turno. Sería un mundo alentador y alegre, lleno de estampas que nos describieran gráficamente los peligros y horrores que se ciernen sobre nosotros constantemente. Es posible que la economía se fuera al traste, pero qué se le va a hacer.

Al fin y al cabo, ¿no son los Gobiernos los que sacan mayor provecho del consumo de tabaco? Si nos ponen fotos espantosas en las cajetillas, que las pongan también en todo el resto, incluyendo las de obesos inmovilizados en muchos productos alimenticios. Si no lo hacen, quedarán como hipócritas, además de como fanáticos y supresores de las libertades."


JAVIER MARÍAS
El País Semanal, 7 de febrero de 2010

viernes, 5 de febrero de 2010



Quercus, director de orquesta en la intimidad

Parpadea el cursor, no lo va a dejar de hacer mientras escribo, pero cuando la pantalla está en blanco su intermitencia es apremiante, una llamada a los dedos para que transmitan los pensamientos del cerebro y seleccione de entre la maraña de ellos los que van a quedar aquí escritos.

Puedo volver a los recuerdos de cualquier situación vivida, pero ahora no tengo ganas.
Estoy sentado frente a esta pantalla dejando transcurrir el tiempo acunado por una magnífica selección de música clásica que he grabado con fragmentos de aquí y de allá.Todo ha sido ya escuchado una y mil veces pero no me cansa, todo lo contrario: cada vez descubro un nuevo matiz sonoro y hasta un instrumento de la orquesta en el que no había reparado y que de repente cobra un protagonismo en mis oídos que hasta ese momento no tenía; juego entonces a intentar seguirle la pista, imaginar el rostro de quien lo maneja, su expresión atenta o aburrida, su inmovilidad (excepción hecha de los órganos corporales necesarios para la interpretación) o sus balanceos acompasados de casi todo el cuerpo o sólo de sus cejas, por minimizar el ejemplo.

Cuando el artista es conocido, digamos Claudio Arrau, por nombrar a alguien muy oído, muy visto (y hasta querido) en esta casa, las notas del teclado (sólo aire vibrando) van acompañadas de imágenes muy vívidas de sus manos, de su expresión contenida pero igualmente expresiva, de su mirada perdida y encontrada en los recovecos del mismo sentimiento que seguramente tenía quien compuso la pieza.

Hasta hace poco tiempo trataba de seguir (torpemente) los movimientos de los dedos sobre el piano o el violín, transformados en pulsaciones suaves sobre el cuerpo de mi compañera o el mío propio en su ausencia. Si la obra era orquestal la melodía tomaba la forma de recorridos sinuosos de mis manos tratando de dibujar la música.
Como es de suponer las equivocaciones, las “interpretaciones” de lo interpretado eran mayúsculas, pero a fuerza de repeticiones el garabato resultante debía parecer un retrato naïf del gran cuadro musical. Después de todo lo importante era sumar lo sentido a través del oído con lo sentido a través de las caricias.

Otras veces, decidido y entusiasmado por la música me he atrevido a dirigir (menos mal que nadie me hacía caso) frente a las pantallas acústicas a las mejores orquestas del mundo con resultados altamente satisfactorios (véase paréntesis anterior). Es un deleite meterse en la piel del director e intentar vivir la plenitud que él debe de sentir: una especie de éxtasis, una parcela de paraíso.

De su batuta, de su gesto mínimo o poderoso, acallador o animador, depende que eso que alguien concibió con alegría o con tristeza, reflejado ahora en unas partituras (papeles al fin y al cabo), resucite para nosotros esos sentimientos y los recreemos según nuestra sensibilidad y nuestro estado de ánimo.
Añádanse las imágenes, los recuerdos o las fantasías y el viaje hacia tu mejor interior estará servido.
Bendita música, benditos los que la parieron y benditas las madres que los parieron a ellos.