viernes, 29 de enero de 2010


De cuando los políticos debatían

De entre los papeles perdidos por los cajones de la casa y en proceso de compostaje, recupero las impresiones que escribí después de ver el debate entre Aznar y González el 23 de mayo de 1993. Decía yo entonces:

“Gran espectáculo de lucha libre entre candidatos a la Presidencia del Gobierno de España en Antena-3.

Presentación con absoluto despliegue de medios y de dineros. Un equipo de trescientas personas para preparar el evento anunciado como el primer “cara a cara” entre los dos primeros espadas de los dos partidos con opciones reales de ocupar el poder. El resto de formaciones políticas son descaradamente ninguneadas: el bipartidismo está ya consolidado.

Todo huele a espectáculo, a circo: la entrada al plató es recogida por la cámara como si se tratase de dos gladiadores a punto de saltar a la arena y enfrentarse a un rugiente público y a una prensa en funciones de supremo emperador ávida de alzar o bajar el pulgar hacia uno o hacia otro según su tendencia política más o menos disfrazada de objetividad.

Los asesores de imagen ya han pactado el número de cámaras, los ángulos que más favorecen al personal litigante, se ha escogido la posición sedente cuidando de que la altura ofrecida ante los ojos del espectador sea la misma, que no se note que Felipe es más alto porque como dijo Napoleón: “Ser más alto no es ser más grande”.

Se inicia la función con el paseíllo de los toreros avanzando al unísono flanqueando al moderador (Manuel Campo Vidal) con un aire marcial y decidido.
Los tiempos están medidos, estipulados, se han revisado los guantes y las zapatillas para evitar herraduras ocultas. Se han ensayado las sonrisas desmoralizantes del adversario y los gestos enérgicos de convicción y carácter de mando.

La labor de los preparadores, de los entrenadores, ha terminado. Ahora es la hora de la verdad, la de poner de espaldas al contrincante y si es posible envolverlo en la red de las palabras y clavarle el tridente en la yugular. Eso sí, educada e incruentamente.
Desde una sala contigua siguen la contienda los equipos de apoyo, los segundos y terceros en la jerarquía, comiéndose la pantalla dispuesta al efecto para que puedan cronometrar, observar el seguimiento estricto de los acuerdos, aplaudir, desmoralizarse y sobre todo sudar, abandonados ya por el desodorante a pesar de ir en mangas de camisa, que es como ir en traje de faena.

Y cuando empieza el debate y a pesar de que uno quería contemplarlo desde el desapasionamiento y la distancia (al fin y a la postre no iba a votar a ninguno de ellos), resulta que te entra el nervio y empiezas a desear ver sangre, ver a sus esposas y niños comiéndose las uñas (ellas), pataleando (ellos, los cachorros, los que preguntan: está ganando papá, ¿verdad mami?), o ladrando al contrincante (el perro orejudo aposentado por esta vez en el sofá).

Imposible ya apagar el electrodoméstico, no se puede ser tan insolidario con los once millones de españolitos que en ese momento comulgamos con las mismas ruedas de molino, unos convenientemente lubricadas sus gargantas y otros intentando tragar a duras penas. Pero ya digo, demasiado tarde para irse a dormir.

Mi conclusión es que Aznar le ha pegado un revolcón a González, para sorpresa de muchos, incluido quien esto escribe, que esperaba que la brillantez y la capacidad de persuasión se impondrían al discurso robotizado. No ha sido así y ha vencido la preparación minuciosa y programada al detalle sobre la improvisación verborreica y autosuficiente.

Felipe pensó que iba a una sesión de jazz y se encontró con un cuarteto de Haydn.
De programas y soluciones concretas a problemas concretos, nada, claro; pero es que no se trataba de eso, era cuestión de golpes de efecto, de trampas dialécticas, de amagos y de fintas. Y Aznar ha ganado a los puntos. El próximo día 31, en la 5, la revancha.

También la veré porque, o te vas a cultivar rábanos a Matalascabrillas o acumulas imágenes, reflexiones y alienamientos para el comentario en el almuerzo del día siguiente. No hay opciones intermedias defendibles”

Hoy, tropecientos años después, recuerdo casi con nostalgia aquellos debates, que con todas sus carencias tenían una categoría teatral que ahora no llega ni a circense: los actores y los payasos ya no son lo que eran.

viernes, 22 de enero de 2010


Críticos con criterio crítico: Carlos Boyero

Hace tiempo y bajo el mismo título que aparece sobre estas líneas dediqué un comentario elogioso a Antonio Gasset, uniendo su nombre al de Carlos Boyero, como ejemplos de críticos de cine llamémosles “peculiares”.


Decía entonces y reitero ahora que se puede no estar de acuerdo con ellos pero se agradece su forma poco académica, personal y arriesgada de abordar sus comentarios.
Seguramente son eruditos pero no hacen alarde de ello, sus valoraciones tienen un grado de subjetividad que invita a la discusión, a la discrepancia, al tratamiento de tú a tú.


El caso de Carlos Boyero es quizás más exagerado que el de Antonio Gasset, es un tipo que opina con rotundidad pero que es capaz de desdecirse o reconsiderar su opinión si llega a la conclusión de que en el momento de emitir su juicio crítico no estaba “en un buen momento”.
Digamos que es un personaje muy humano (en su doble sentido), que no se corta a la hora de enfadarse con los que le preguntan en los chats de los periódicos en los que escribe y que incluso pierde las formas y las buenas maneras, es un provocador.


No es que esta actitud me parezca elogiable pero en el fondo me gustan estos prójimos/próximos que sacan a pasear sus debilidades en público – como Umbral, como Fernán Gómez- y son capaces de organizar la marimorena. Y me gustan, digo, porque detrás de esas invectivas que presagian relaciones difíciles en el trato directo, adivino una sinceridad y una lealtad más allá o más acá del aparente egocentrismo y casi endiosamiento que muestran exteriormente.


A Carlos Boyero me lo puedo imaginar conteniendo las lágrimas visionando una película y también levantándose cabreado de la butaca ante lo que considera un bodrio infumable (esto último no me lo tengo que imaginar, sucedió en un Festival famoso y fue criticado por un montón de prestigiosos cineastas que consideraron, con razón, que su gesto fue poco profesional).
Por eso, porque me parece una persona lunática, genial, inteligente y con opinión propia leo sus críticas para aprender o para cabrearme yo también con él.


Anoche, después de ver “La teta asustada”, Oso de Oro del Festival de Berlín, quise conocer lo que Boyero opinaba de ella, encontré su crítica, la leí y me gustaría haber podido hablar con él, copita en mano, para discrepar amigablemente (o no).



Dejo aquí un extracto como muestra de su forma de hacer:

“La teta asustada (reconozco que el título posee ovarios), dirigida con sentimiento y conocimiento por Claudia Llosa, no me provoca ni de lejos ni de cerca ningún volcán anímico. Centrada en el sufrimiento psíquico de una indígena peruana debido a la maldita herencia que pilló de su violada y consecuentemente desquiciada madre, intenta extraer lacerante poesía y costumbrismo veraz de la cotidianidad o la tragedia de gente herida, humillada, traumada y resignada.
Cine con planteamiento honesto (no sé qué significa concepto tan enfático, pero sé que se usa mucho, aunque rara vez constato que aparezca el arte), intérpretes que no saben o no necesitan interpretar, sensación de realismo y bienintencionadas intenciones. O sea, un material tan correcto como tibio para los placeres que yo sigo esperando en el cine.
Esta Berlinale ha sido aún más intranscendente que mediocre, pero los premios le podían haber caído a cualquiera. Me voy a tirar el rollo. Bienvenido sea el multiculturalismo, el galardón a la simpleza exótica, la certidumbre de que hay que reconocer en público el mérito del cine personal y posibilista que no mantiene ninguno de los al parecer obscenos ganchos que embrutecen al espectador convencional, las películas invisibles que nos hablan con un lenguaje distinto de la problemática de los seres humanos en cualquier e ignorada parte del universo. Qué pesadez, qué muermo, qué mentira.”

No tienen desperdicio las frases finales con las que acaba su comentario:


“Me parece normal que nos quedemos en paro hasta en esta profesión tan rara, tan inútil y tan contaminada de los críticos de cine. Peor, me contaba un amigo castizo, es andar picando piedra.”

viernes, 15 de enero de 2010




José Saramago: Caín

He dejado pasar varias semanas tras la lectura de “Caín” para hacer este comentario.
Como mi memoria es corta quería estar seguro de que no iba a entrar en pormenores y sucediera lo que ya saben: aquello de que los árboles impiden ver el bosque.
Claro que probablemente mi bosque intuido no tenga nada que ver con el que Saramago ha pintado, pero más de un sabio ha dicho que uno acaba interpretando lo que quiere interpretar y no lo que el autor tuviera en mente.

Así, lo que yo estimaba, mientras estaba enfrascado en la lectura del libro, una crítica corrosiva a un Dios al que juzga como cruel, injusto, vengativo y sanguinario, se convierte a mi parecer en un juicio a los creyentes, capaces de inventarlo primero y seguir sus dictados después, hasta llegar a matar en su Santo Nombre.

Para analizar la naturaleza última de Dios, Saramago acude a la fuente de las fuentes: la Biblia misma. De ella entresaca algunos de sus capítulos más escabrosos: aquellos que sin filtros críticos aprendimos de corrido e incorporamos a nuestra memoria –ilustraciones naïf incluidas- los que estudiamos “Historia Sagrada” durante nuestros años de bachillerato.

Caín, el malo, el asesino de Abel, recorre e interviene (a veces como espectador y a veces actuando directamente) en esos pasajes bíblicos seleccionados en un continuo diálogo airado con Dios al que hace corresponsable de la muerte de Abel y al que no deja de criticar por sus actuaciones desmesuradas y truculentas.
Es especialmente intransigente con el genocidio en Sodoma y Gomorra, tildándolo de asesino de niños, inocentes por supuesto, de las consideradas abominables prácticas de sus mayores.

Uno, criado a los pechos (poco agraciados) del nacionalcatolicismo aplaude mentalmente a este vengador justiciero, que es capaz, desde su altura intelectual y moral, ajustarle las cuentas al Altísimo con desfachatez y hasta con recochineo. Como botón de muestra sirva el apeamiento de las mayúsculas preceptivas a todos los nombres propios de los personajes bíblicos.

Ahora bien, Saramago, después de acusar a los humanos de haber inventado a un dios tan cruel, y lo que es peor, someterse a sus leyes impías, lo que no deja claro es el porqué de ese sometimiento.
Cierto que el poder de los representantes-de-Dios-en-la-Tierra están dotados de poderosas organizaciones, alianzas con los otros poderes, y sutiles (y no tan sutiles) medios de evangelización y control de la pureza doctrinal en forma de inquisiciones y otros modos de generación de terror, culpa y castigo eterno.

Pero aún así…
¿Cómo explicar esas grandes y a veces sinceras devociones, esas intocables procesiones, esos caminos de santiago, esos rezos multitudinarios, esos éxtasis místicos, esas guerras santas, etc.

Y me ciño sólo a la religión católica para no meterme con otras más incompresibles todavía.
¿Cómo se pasó de las creencias en los dioses naturales (Sol, Luna, Ríos… fuentes de vida al fin y al cabo) a estos otros, Únicos e Inapelables?
Al menos, griegos y romanos, tenían unos dioses con debilidades, confrontaciones, poderes repartidos, escarceos amorosos, vicios variados… y todo aquello que les hacía mucho más cercanos en definitiva.
Saramago opta por cortar de raíz: Caín acaba con los restos de la humanidad que se iba a salvar del Diluvio, de manera expeditiva y poco honrosa, que para eso era quien era, el malo.

Me quedo, pues con la duda…
¿Piensa Saramago desde su octogenaria sabiduría que con esta humanidad no hay solución posible y que la única alternativa es partir de cero con otra humanidad surgida de no se sabe dónde?
¡No lo sé, que opinen los exégetas!

miércoles, 6 de enero de 2010




La extimidad esperpéntica de la burguesía y

"El Abuelo" de Garci

(Tesis doctoral)


Me tenía acongojado mi amigo Vicent con el concepto de extimidad hasta que con mucho esfuerzo (google) y disminuidas facultades he llegado a la conclusión de que el término acuñado por Lacan no significaba para este ilustre psicoanalista “ostentación de intimidad” sino algo que se le escapa al propio sujeto aunque quiera contar sus intimidades, porque la extimidad está fuera de su alcance, no es narrable, pertenece a su yo más real y, por tanto, inalcanzable para su universo mental.

Me quedo más tranquilo así, me permite seguir contando cosas aparentemente éxtimas pero que en realidad no son más que intimidades de andar por casa, compartibles y hasta pudorosas.

¿Y que tiene esto que ver con la película “El Abuelo” de nuestro oscarizado José Luis Garci, se preguntarán angustiados? Pues ya se verá que sí, que para eso es la tesis.
Por si alguien considera que este ilustre cinéfilo, cineasta, director, productor y escritor realiza películas lacrimógenas, sensibleras, melifluas, blandengues, empalagosas y hasta cursis no seré yo quien se lo discuta, porque comparto la opinión.
Pero quiero salvar “Asignatura pendiente” porque, al margen de la calidad del film, me trae recuerdos y añoranzas de cuando entonces.
Y creo que por méritos propios (de él) merece salvarse de la quema “El Crack”, una producción con todos los ingredientes del auténtico cine negro, con buen guión y todo, y con una actuación de Alfredo Landa que desdice la probable inclusión del término “landismo” en el diccionario de la RAE como encarnación personalizada del cliché de rijoso-macho-ibérico de las películas de destape pseudo-terapéutico de los años setenta y ochenta.

Ningún reproche para Landa, la mayoría tenemos que trabajar para subsistir sin poder elegir, aunque antes y después de esa nefasta etapa del cine español, nuestro actor demostró sus inmensas cualidades interpretativas.

“El Abuelo” también es rescatable a mi parecer y no es ajeno a ello el que esté basada en una novela de Pérez Galdós, en que parte de la música sea de Satie, en que la fotografía sea espléndida y en que, sobre todo, actúa uno de los más grandes del cine en España (y en el Mundo entero, que diría un andaluz).
Me refiero, como no, a Fernando Fernán Gómez: imponente en su mirada, en su portentosa voz, en su forma de declamar y en su entera presencia, que justificaría por sí sola la invención del cinerama.
No creo que Garci tuviera muchos problemas de dirección: a don Fernando se le da el guión, se le pone la cámara delante, se dice ¡acción!... y a rodar sin desperdiciar cinta o lo que se utilice ahora.
La película es como “El Gatopardo” (perdón, Visconti) pero a la española, me explico: un señor feudal, un aristócrata venido a menos en sus riquezas pero no en sus valores de honor y de pureza de sangre, se ve acosado por la naciente burguesía, que partiendo de la nada y a base de aplicar aquello de “dinero no falte y trampa adelante” va adquiriendo poder económico y político.
Tampoco sale bien librado el campesinado, presto a recoger las migajas con falsa sumisión y artimañas variadas.
La historieta de la averiguación de cuál de las dos niñas (aquí pintadas como dos angelitos y en la novela como dos pequeñas arpías) es la auténtica nieta, y por tanto heredera del patrimonio genético, no me interesó nada, sin comentarios pues. Paso también por alto el que Garci haya colocado en el reparto a la mitad de la familia (Cayetana, su padre Fernando Guillen, Emma Cohen, la señora de F.F.G), nepotismo light al fin y al cabo.

A lo que vamos: No es que Galdós-Garci defiendan la aristocracia y sus principios, pero uno acaba tomando partido por ese abuelo huraño y terco, pero sincero, anticlerical y valiente, que ve como acaba una forma de sociedad (la “natural”, pensaría él, aquella en la que cada uno estaba en su lugar) para dejar paso a otra tan mezquina o más que la anterior, donde todo es movedizo, arribista e inseguro.

Acabé mi lectura diciendo:
“Esa naciente burguesía, ostentosa incluso de sus miserias, es extimidadamente esperpéntica”.
Expuesta esta última frase contundentemente como impepinable consecuencia de la lógica de las lógicas, se produjo un silencio cortante en parte del tribunal (la que estaba despierta) y el acallamiento súbito de los ronquidos del resto de los togados.
Y aquí es cuando me suspendieron:
“Suspenso summa cum laude”, dijo el portavoz del tribunal, evidentemente airado, en un latín que a mí me pareció pronunciado sin ganas y saltándose la mitad de las emes.
“Y además por unanimidad absoluta”
Intenté decirle que esto último era un pleonasmo innecesario y vengativo, sobre todo porque no había consultado a sus compañeros, pero no pude, el vocero estaba lanzado…
“Usted no ha leído a Lacan, si lo ha leído no se ha enterado de nada, y además su complejo concepto de la extimidad nada tiene que ver con Garci y su dichosa peliculilla…”
Yo argumenté en mi defensa que Berlanga, en todas sus películas introducía en alguna frase lo de “austro-húngaro” viniera o no a cuento y sin embargo ya ven, fue premiado con el Príncipe de Asturias de las Artes. Lo mío, pues, sería una injusticia.
No me quedó otro remedio que imitar a don Fernando y con voz poderosa espeté:
¡Váyase a la mierda!
No obstante en el próximo escrito volveré a mis intimidades sin extimidarme, pero porque no puedo como ya ha quedado claro, que lo dijo Lacan, que él sí aprobó su tesis doctoral.

viernes, 1 de enero de 2010


Viva el Cola-Cao


Hoy comienza el año 2010 y anoche la televisión pública no dejaba de publicitarnos machaconamente que se acababa la publicidad.


Lo hacía de una forma que no sabías si celebrarlo o vestirte de luto.


Es verdad que insistieron en que de ahora en adelante se podrán ver las películas de tirón, lo cual agradecemos los que andamos casi tuteándonos con el señor Alzheimer, por lo menos en lo que a la memoria se refiere, pero por otra parte a este mismo sector que se sitúa entre la tercera y la eterna juventud nos va a obligar a recordar, paradójicamente, cuál era la marca que anunciaba nuestra siempre guapa Concha/Conchita Velasco para las pequeñas pérdidas de orina.

Me consuelo pensando en que como no va a variar mucho el nivel cultural de las emisiones no habrá problemas y podremos despegarnos del sofá para realizar tan básicas funciones fisiológicas y hasta ponernos una buena peliculilla conseguida por los habituales medios anti-sgae (la guerra es la guerra y ésta, la del libre intercambio, como tantas otras también la perderemos, con resignación pero luchando).

Lo dicho, que ayer, la tele, al mismo tiempo que nos bombardeaba con la buena nueva, nos ofrecía un resumen de eso que llaman “cortes publicitarios” realmente ingeniosos y divertidos, removedores de nostalgias. No sé si hay gato encerrado, pareciera como si los responsables del ente tuvieran miedo de que no fueran capaces de llenar todo el tiempo con una programación informativa, formativa y lúdica que es para lo que debería estar una televisión pública sufragada a escote por los sufridos contribuyentes.

Quedaría así entreabierta la puerta a una necesaria vuelta a los orígenes o a la implantación de un modesto canon para compensar la pérdida de ingresos.
No he leído los periódicos de estos días y supongo que se habrán publicado sesudos análisis sobre el tema. Yo así, a vuela pluma, y sin “referencias críticas ni argumentales” me quedo con el mosqueo a la espera de acontecimientos.

Por lo pronto me parece bien, pero, por si acaso, digo aquello de “la medida me parece insuficiente porque no se abordan los problemas de fondo, los estructurales y los otros (que ahora no se me ocurren pero que están) y que éste es un primer paso, pequeño para el hombre pero grande para la humanidad televidente. Amén.