viernes, 15 de enero de 2010




José Saramago: Caín

He dejado pasar varias semanas tras la lectura de “Caín” para hacer este comentario.
Como mi memoria es corta quería estar seguro de que no iba a entrar en pormenores y sucediera lo que ya saben: aquello de que los árboles impiden ver el bosque.
Claro que probablemente mi bosque intuido no tenga nada que ver con el que Saramago ha pintado, pero más de un sabio ha dicho que uno acaba interpretando lo que quiere interpretar y no lo que el autor tuviera en mente.

Así, lo que yo estimaba, mientras estaba enfrascado en la lectura del libro, una crítica corrosiva a un Dios al que juzga como cruel, injusto, vengativo y sanguinario, se convierte a mi parecer en un juicio a los creyentes, capaces de inventarlo primero y seguir sus dictados después, hasta llegar a matar en su Santo Nombre.

Para analizar la naturaleza última de Dios, Saramago acude a la fuente de las fuentes: la Biblia misma. De ella entresaca algunos de sus capítulos más escabrosos: aquellos que sin filtros críticos aprendimos de corrido e incorporamos a nuestra memoria –ilustraciones naïf incluidas- los que estudiamos “Historia Sagrada” durante nuestros años de bachillerato.

Caín, el malo, el asesino de Abel, recorre e interviene (a veces como espectador y a veces actuando directamente) en esos pasajes bíblicos seleccionados en un continuo diálogo airado con Dios al que hace corresponsable de la muerte de Abel y al que no deja de criticar por sus actuaciones desmesuradas y truculentas.
Es especialmente intransigente con el genocidio en Sodoma y Gomorra, tildándolo de asesino de niños, inocentes por supuesto, de las consideradas abominables prácticas de sus mayores.

Uno, criado a los pechos (poco agraciados) del nacionalcatolicismo aplaude mentalmente a este vengador justiciero, que es capaz, desde su altura intelectual y moral, ajustarle las cuentas al Altísimo con desfachatez y hasta con recochineo. Como botón de muestra sirva el apeamiento de las mayúsculas preceptivas a todos los nombres propios de los personajes bíblicos.

Ahora bien, Saramago, después de acusar a los humanos de haber inventado a un dios tan cruel, y lo que es peor, someterse a sus leyes impías, lo que no deja claro es el porqué de ese sometimiento.
Cierto que el poder de los representantes-de-Dios-en-la-Tierra están dotados de poderosas organizaciones, alianzas con los otros poderes, y sutiles (y no tan sutiles) medios de evangelización y control de la pureza doctrinal en forma de inquisiciones y otros modos de generación de terror, culpa y castigo eterno.

Pero aún así…
¿Cómo explicar esas grandes y a veces sinceras devociones, esas intocables procesiones, esos caminos de santiago, esos rezos multitudinarios, esos éxtasis místicos, esas guerras santas, etc.

Y me ciño sólo a la religión católica para no meterme con otras más incompresibles todavía.
¿Cómo se pasó de las creencias en los dioses naturales (Sol, Luna, Ríos… fuentes de vida al fin y al cabo) a estos otros, Únicos e Inapelables?
Al menos, griegos y romanos, tenían unos dioses con debilidades, confrontaciones, poderes repartidos, escarceos amorosos, vicios variados… y todo aquello que les hacía mucho más cercanos en definitiva.
Saramago opta por cortar de raíz: Caín acaba con los restos de la humanidad que se iba a salvar del Diluvio, de manera expeditiva y poco honrosa, que para eso era quien era, el malo.

Me quedo, pues con la duda…
¿Piensa Saramago desde su octogenaria sabiduría que con esta humanidad no hay solución posible y que la única alternativa es partir de cero con otra humanidad surgida de no se sabe dónde?
¡No lo sé, que opinen los exégetas!

1 comentario:

Hosco dijo...

Como no tengo ningún exegeta de guardia a mano, tiro de improvisación…

No quiero engañarme a estas alturas del ahora: la cosa pinta mal desde que allá por el siglo –VI, Jenófanes de Colofón dijera aquello de “los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros. Mientras que los tracios dicen que los suyos tienen ojos azules y son pelirrojos".

Marx, Nietzsche y Freud, maestros de la sospecha según P.Ricoeur y arquetipos del ateísmo según los comisarios políticos del Arzobispado – en sus nóminas pone profesores- puaf…- de religión de instituto público de enseñanza-, hicieron lo que pudieron. A tenor de los resultados: perdieron por escandalosa goleada.

Me parece que los conceptos de alienación y neurosis no son un mal punto de partida para enfrentar algunas de las preguntas que planteas en tu reseña del libro de Saramago. Pero sospecho que el debate teórico no superará las trincheras de las “aporías realmente existentes”, me impelen a concluir, razonables pero rotundos, los resortes de polietileno endurecido del teclado de mi ordenador situados a dos palmos escasos en un plano inclinado del músculo encargado de dirigir el caótico trasiego de mi hemoglobina.

La tecnología ha hecho posible que el saber, la ciencia o el conocimiento estén al alcance de quien pueda solicitarlos. La ignorancia ya no es casual, el odio que rezuma es militante. Con su pan ácimo y su vino rancio se la/lo coman/beban.

Dicho lo cual, digo yo que el “jodío” Caín es un poco drástico y Saramago su profeta.
“Errare humanum est”, espero, porque si no, vaya hostia, copón.
Saludos.

Pd,
He visto que en tu último post un anónimo te recomienda que encuentres el amor y que te gastes el dinero del tabaco y del vino tinto en Las Vegas. Haz lo que consideres más oportuno pero te advierto que, por cuestiones de calendario, Ann Magret ya no es lo que era…