viernes, 30 de octubre de 2009


Frustraciones papales

No recuerdo ni el nombre ni la numeración que identifican al Santo Pontífice (también llamado Santo Padre o Papa a secas) al que quiero referirme, pero sí recuerdo claramente la cariñosa admonición que les hacía a los fieles católicos particulares, es decir, a aquellos que no tienen dedicación exclusiva al culto y a la adoración divina.
Digo, que el chorreo paternal era por que no encontraba novelas, películas u otras formas de expresión, más allá de los misales o “caminos”, que ensalzaran la vida y milagros de Jesucristo o de sus celestiales progenitores dentro de las prietas filas del catolicismo.

Por el contrario había un buen puñado de cineastas y escritores ateos, agnósticos, comunistas y hasta anarquistas que habían dedicado su talento artístico, su esfuerzo imaginativo y hasta su dinero a tratar el tema religioso desde posturas que para nada propiciaban la fe, la piedad y la oración.
Este Papa, que no era nada tonto, no podía dejar de admirar a Pasolini, a Buñuel, a Saramago y a otros tantos genios, alguno de los cuales hasta se atrevía a figuras retóricas (del tipo paradoja) en las que proclamaba que “era ateo, gracias a dios”.

Viene esto al hilo de que hace unos mese leí un libro de Andrés Aberasturi titulado “Dios y yo” en el que relataba sus relaciones con el Altísimo desde su más tierna infancia y los problemas que le habían creado en la España de su tiempo, que es el mío, el planteamiento de elementales dudas al tutor ensotanado de turno; todo ello contado sin reproches, con humor y hasta con cierta nostalgia.

La conclusión a la que llegaba y que adelantaba ya en los primeros párrafos es que su relación con dios era ninguna. Tan “ninguna” como en el diccionario “Plena vortaro” de esperanto en donde uno busca dios (palabra) y no lo encuentra y eso que en el Libro de los Libros se dice “que en el principio fue el verbo”, pues ni así: ni por verbo, ni por nombre, ni por nada. Estos rojillos de la “Sennacio asociacio” (traducible por asociación anacional) no le dan entrada, bien sea por que no le conceden entidad o porque no saben cómo definirlo, pero el caso es que no saben/no contestan.

Más grave aún es el caso de Pasolini que en su “Evangelio según San Mateo” nos elige a un actor feo, cejijunto y meón para hacer su película en blanco y negro llena de herejías, dibujándonos a un Salvador demasiado cercano, demasiado humano. Para matarlo, oiga.
El caso de Buñuel es de juzgado de guardia por que casi no hay película suya en la que no se mofe de ceremonias sagradas, santas cenas, ridículos ascetas, etc. Claro que el cura de Calanda, su pueblo, decía que cuando acudía allí a lo de aporrear el tambor, mantenía con él largas y amigables charlas sobre teología, en fin, cosas que pasan.

Saramago, don José, va ya por su segundo libro sobre la cuestión: su novela “Caín” es posible que no sea su mejor obra, o incluso que sea una obra menor, pero el cachondeo que se trae con el Antiguo Testamento no lo es.
Para empezar emplea las minúsculas para nombrar a todo personaje bíblico, pero como desconozco lar normas ortográficas del portugués pues allá se apañe su santa traductora con la Academia.
“El Evangelio según Jesucristo” es tan osado como lo fue la “Autobiografía del general Franco” de nuestro añorado Vázquez Montalbán. (Estos dos, que superan las 250 páginas entran dentro del capítulo de excepciones de un post anterior).

Y para acabar añado una modesta película cubana que vi hace unos días y que, con el título de “La Santa Cena”, describía el comportamiento piadoso del cacique colonial que invitaba a su mesa en Jueves Santo a una docena de esclavos, negros por supuesto, para hacerles unas no menos piadosas reflexiones sobre la humildad y el aceptamiento del castigo por parte del capataz de la plantación, ya que “ellos”, creados por Dios con mayor habilidad y menor capacidad de sufrimiento que los blancos para cortar caña, debían estar agradecidos de tener la oportunidad de alcanzar el Cielo con mayores probabilidades.
Por supuesto que la no completa comprensión del mensaje del amo en su papel de Cristo acaba en masacre. Con los esclavos no se puede ser magnánimo, al fin y al cabo hasta se vuelven más cantarines cuanto mayores son sus penalidades.

En fin, que este Papa, como el otro, deberá seguir esperando…

viernes, 23 de octubre de 2009


"Si la cosa funciona" o "La vejes e´ mu mala"

Me lo advertí a mí mismo: “Le tengo miedo a la última película de Woody Allen”. Premonitorio.

La vejez no es sinónimo de sabiduría en la mayoría de los casos y mi otrora admirado Woody no es una excepción.
Su película “Si la cosa funciona” es PATÉTICA, que según la definición de quien se encarga de limpiar, pulir y dar esplendor a nuestra lengua significa: “Que es capaz de mover y agitar el ánimo infundiéndole afectos vehementes, y con particularidad dolor, tristeza o melancolía”.

Pues eso: dolor, tristeza y melancolía ante este vejete verde que vuelve a su Nueva York una vez superado el trauma de haberse quedado sin sus Torres Gemelas pero mostrándonos como símbolo inmortal la Estatua de la Libertad, diseñada y regalada por el “amigo francés” para iluminar al mundo.

Como si esta fuera su última película, Allen se sube al púlpito en los cinco primeros minutos de la proyección y nos hace un resumen de todas sus profundas y concluyentes reflexiones sobre la “especie fallida” pero sin la frescura y el gracejo de cuando nos las iba ofreciendo poco a poco en el montón de buenas obras que nos ha legado.

Así, el actor seleccionado para construir su alter ego, más alto y agraciado que él, pero del pueblo elegido, por supuesto, nos recita ya desde el primer momento una perorata que pretende dejar a Cioran como un optimista ingenuo: resulta que las ideologías y las religiones son constructos bientencionados pero fallan por la estultez humana… para ese viaje de cosmogonía mental no necesitábamos alforjas.

Y eso lo dice dirigiéndose a los espectadores del otro lado de la pantalla “que han pagado su entrada (no es mi caso, que pertenezco al sector mulero/somalí) y que comen palomitas o ponen cara de estúpidos neandertales”.

La homilía, juro, no tiene desperdicio: hace moralina de la amoralidad, fanatismo del nihilismo y superficialismo del horror… y todo ello pretendiendo ser gracioso.

No me extraña que poniéndose en este plan no se coma un rosco en yanquilandia, fuera de su corralito neoyorquino… porque, además, y para redondear, nos saca a un matrimonio de catetos de la América profunda que a los cuatro días de vivir en la Gran Manzana se liberan de sus represiones y él descubre que es homosexual de toda la vida y ella que tenía una vocación oculta de fan del ménage à trois, al margen de ser descubierta como una gran artista de la fotografía y el diseño.

¡Ah!, y hablando de homosexualidad… también nos brinda la oportunidad de que reflexionemos sobre si Dios era gay. Menos mal que dice “dios, así en genérico, y no se atreve a decir “Alá” por si las moscas, que los mahometanos no entienden el humor alleniano

Pero en la película hay muchas lindezas más tales como que en su América hay más racismo hacia los judíos que hacia los negros (éstos tienen el pene grande, aquellos pequeño).

Claro que como no podía ser de otro modo analizando su trayectoria final, nos adorna la película con una encantadora jovenzuela inculta pero dispuesta a tomar lecciones del maestro y hasta a casarse con él (y su viagra, que ella incomprensiblemente también toma). A estas alturas la Johansson ya le debe parecer una señora mayor y, como a otros genios del cine (Chaplin, por poner un ejemplo) le gusta rozar los límites de la pederastia.

Al final todo vuelve a los cauces de la progresía pequeñoburguesa que tan bien conoce y nos recomienda lo del carpe diem, o sea, a disfrutar cerrando los ojos a la miseria que la vida son dos días y uno nublado.

Estas son mis opiniones pero parafraseando a Groucho Marx: “ Si no le gustan tengo otras”

Podría decir, como alternativa más acorde con el conformismo crítico social/cinéfilo que:

Al fin Woody Allen, después de su irregular etapa europea, vuelve a sus orígenes con todo el ingenio y la mordacidad que echábamos a faltar y nos ofrece un film fresco, y en el que a pesar de no dejar títere con cabeza y de expresar sus reflexiones pesimistas en cuanto al género humano y su vanidad, opta por el optimismo y nos invita a imitarle y vivir y crear hasta el último suspiro; todo ello sazonado con una ambientación perfecta, como es habitual, unos actores que cumplen a la perfección y una música que hasta incluye el inicio de la sinfonía de las sinfonías… ese fragmento del que el dios Beethoven dijo "¡ Voy a agarrar al Destino por el cuello"!

Así que ya sabes, como les sucede a nuestros personajes en la película, cuando el destino llame a tu puerta olvídate de las represiones, los prejuicios y las malas conciencias y goza de la vida. Amén.

jueves, 8 de octubre de 2009



La edad de las tinieblas

Este título y no el de “La edad de la ignorancia” es el original y corresponde mucho mejor a la tesis que podríamos calificar de “final”de la trilogía firmada por Denys Arcand y que comenzaba con “El declive del imperio americano” y continuaba con “Las invasiones bárbaras”.

Esa conclusión no es otra que el abandono de una sociedad regida por un sistema de valores asfixiante y alienador y huir, en este caso, a la vieja casita de su padre frente al mar y dedicarse supuestamente a cultivar su huerto.

Nuestro protagonista es un gris funcionario frustrado en su trabajo (no puede resolver nunca los problemas que le plantean los ciudadanos porque la “legislación vigente” opone siempre trabas insalvables), frustrado también en su vida afectivo/sexual de pareja y sin ninguna comunicación con sus hijas, enganchadas todo el día a los artilugios electrónicos de ocio solitario. Para más INRI su madre agoniza en una residencia sin que él pueda hacer nada por comunicarse con ella debido a su demencia senil ni tampoco ayudarla a bien morir.

Frente a este dramático panorama existencial, el director nos ofrece durante toda la película el recurso de concederle al personaje central una gran dosis de imaginación y, por tanto, de escape, a base de ensoñaciones sexuales y heroísmos ficticios.

Y aquí es donde creo que el guión hace aguas por todas partes, se entretiene excesivamente en las imaginaciones, los comentarios no son tan mordaces como se pretende y las críticas a las superestructuras están ya muy vistas.

Digamos que Arcand se rinde: en las anteriores películas había la misma crítica al tipo de vida primermundista, había desencanto, había mala leche para retratar a las ideologías, a los políticos y hasta a los sindicatos…pero había un puntal sólido: los amigos constituidos en familia, en mini-tribu, en refugio (a veces con goteras) frente a una sociedad sin expectativas de cambio.

Aquí no, la amistad , la comunicación, los encuentros de charla, sexo y taninos han desaparecido: el hombre está solo, masturbatorio y final. No hay nada que hacer, queda la pseudo-alternativa de desprenderse de todo, alucinaciones incluidas, y esperar esa nueva Edad Media resignadamente en un lugar donde al menos las agresiones sean las mínimas y donde una vecina te dé la oportunidad de ayudarle a cuidar su jardín…quizás ese ofrecimiento de la última escena sea “el principio de una gran amistad”.

Concluyendo: La película se deja ver, tiene momentos graciosos, está bien interpretada, pero es la peor a mi juicio de la trilogía y no aporta nada a las dos anteriores.

Es más, con todo su trasfondo negrísimo ni te emociona, ni te hace reflexionar y ni a los depresivos como yo nos llega a deprimir. En fin, un mito más que se nos diluye en la nada.

Final: Le tengo miedo a la última peli de Woody Allen…

viernes, 2 de octubre de 2009


Por dos décimas

Aquel profesor me calificó un examen final con un 6.8.
No era una asignatura importante ni crucial como esas que condicionan las “medias” que determinan si podrás cursar la carrera que con la vocación aún borrosa has elegido.
No, era un curso sin trascendencia académica ni curricular…pero yo me sentí molesto, le concedí a aquella puntuación un valor simbólico que ya no ha dejado de perseguirme; tanto es así –a la intuición me refiero- que fui a hablar/negociar con él.

Primero en un tono hosco le inquirí por sus criterios de evaluación y por la “finura” en las extracción de los decimales. Yo, que por entonces daba clases en un instituto de formación profesional siempre redondeaba las notas al alza y me consideraba en una posición de igualdad como para hablar de colega a colega.
Después, en un tono más sosegado -casi suplicante- le pedí que me pusiera un siete, pero aquel joven profesor, recién revestido de su condición de tal ni se amilanó ni se apiadó en absoluto; tampoco se molestó en revisar la prueba: se limitó a apelar a la suma y la división como operaciones fundamentales de la aritmética calificadora. Punto.

Bueno, pues aquí sigo yo, con mi seis con ocho colgado a la chepa pensando que si alguna vez creí, en mi infancia y primera juventud, que yo era un tipo con posibilidades de destacar en algo, de poseer en potencia un cierto brillo, aquel individuo me instaló premonitoriamente en la realidad: no soy “notable” por dos décimas…así que de “sobresaliente” o de “excelente” ni hablamos.

Me he quedado en un pasable/bien hasta que el señor Alzheimer o simplemente los años me vuelvan a examinar y me rebajen definitivamente la nota.