jueves, 29 de enero de 2009



Denegación definitiva



Lo que hasta este momento era un “silencio administrativo” y, en consecuencia, merecedor de un atisbo de esperanza se ha transformado en un no rotundo e inapelable.


Los gorilas de montaña no me admiten de-ninguna-de-las-maneras.

Sometida mi foto (la del post anterior) a un exhaustivo análisis, TAC incluido, han comprobado que tras la apariencia sumisa y hasta soñadora se escondía esta otra, que ha organizado tal revuelo selvático que casi provoca una asamblea extraordinaria de la ESU (Especies Simiescas Unidas), para evitar nuevos intentos de infiltración humana.

La reversión a mi anterior estado, a pesar de que no dudo del gran trabajo realizado por la cirugía reconstructiva, no me acaba de satisfacer: se me han quedado ciertos rasgos de primate (entre chimpancé y macaco) que ya me ha costado el cargo político y quién sabe si el divorcio.
(Nota: Sé que un eminente biólogo del SDT-IVIA ha intervenido en las investigaciones. Te lo digo clarito: “Me he quedado con tu cara, sé tu dirección y hasta te puedo localizar en facebook … cuídate de los idus de marzo”)

Aún así, y para conservar un poco de dignidad en el llanto, he recurrido, de forma excepcional, a un manual de instrucciones que me ha prestado mi amigo Julio Cortázar.

Instrucciones para llorar.

Dejando de lado los motivos, atengámonos a la manera correcta de llorar, entendiendo por esto un llanto que no ingrese en el escándalo, ni que insulte a la sonrisa con su paralela y torpe semejanza.El llanto medio u ordinario consiste en una contracción general del rostro y un sonido espasmódico acompañado de lágrimas y mocos, estos últimos al final, pues el llanto se acaba en el momento en que uno se suena enérgicamente.Para llorar, dirija la imaginación hacia usted mismo, y si esto le resulta imposible por haber contraído el hábito de creer en el mundo exterior, piense en un pato cubierto de hormigas o en esos golfos del estrecho de Magallanes en los que no entra nadie, nunca.Llegado el llanto, se tapará con decoro el rostro usando ambas manos con la palma hacia adentro. Los niños llorarán con la manga del saco contra la cara, y de preferencia en un rincón del cuarto.Duración media del llanto, tres minutos.

sábado, 24 de enero de 2009


Cambio de especie

A pesar de que he tenido que someterme a múltiples operaciones quirúrgicas (que me han costado una pasta gansa, y un montón de gestiones con bancos y cajas de ahorro que se negaban en redondo a prestarme el dinero), yo creo que el resultado, como puede apreciarse en la foto es excelente.

Bueno, pues no ha servido de nada, o dicho de forma más castiza: mi gozo en un pozo. No me han admitido en ninguna de las manadas de gorilas a las que cursé instancia, ni en Ruanda, ni en Uganda ni en Zaire (en este último país creo que ha sido culpa mía porque ya no se llama así, que se llama República Democrática del Congo, y me han devuelto las cartas, que se las lleve a Mobutu, me han dicho).


Y mira que me rompí la perola argumentando mi decisión irrevocable de cambiar de especie visto lo que ocurre en la mía; les envié en dosier ilustrado de los comportamientos desde el mismo inicio de la bipidestación, les conté lo de Caín y Abel, las Guerras Púnicas y las otras, lo de Hiroshima y Nagasaki, lo de Hitler, lo de Bush…en fin, un resumen bastante aclaratorio de la condición humana.
Les adjunté un árbol (yo sé que les gustan los árboles) genealógico que me emparentaba con la misma Dian Fossey, bastante conocida por aquellos pagos… hasta les mandé una foto de Sigourney Weaver dedicada.

A pesar de que por edad me correspondería, renunciaba a la posibilidad de presentarme a “espalda plateada”; juraba someterme a las normas del grupo y a hacer un curso de alaridos renunciando a mi lengua materna; aseguraba presentarme ligero de equipaje (un libro de Cortázar y unas cuantas fotos para presentarles a mis pocos humanos queridos); prometía por mi honor no coquetear con gorilillas de buen ver sin permiso de la autoridad competente; renunciaba a cualquier adoctrinamiento político o religioso; me comprometía a una estricta dieta vegetariana (pedía la exención de comer insectos, eso sí) abjurando de la tortilla de patatas y los calamares a la romana; me brindaba a investigar sobre cómo elaborar algún tipo de vinillo o cerveza a base de plantas autóctonas…

En fin, yo creo que todo bastante razonable ¿no? pues ni aún así, silencio administrativo. No sé si es que no acaban de fiarse, si temen un contagio transgénico o es que en vez de llamarles “manada” les tenía que haber llamado “familia”.

El caso es que ya no puedo más, no hago más que querer desapuntarme de todo lo que me ligue a la especie “reina de la creación” y no hay manera: no me dejan apostatar, no me dejan intervenir en los asuntos públicos que me conciernen, no me dejan fumar en paz y posiblemente tampoco me van a dejar morirme dignamente.

Como dijo alguien: Que paren el mundo, que me apeo.

jueves, 22 de enero de 2009



GAZA

La muerte de un hijo debe ser la experiencia más dolorosa que existe, mis padres la sufrieron en todas sus vísceras, nunca se repusieron del mazazo; mi hermana y yo hemos sufrido durante nuestras vidas las consecuencias de ese luto perpetuo, de esa tristeza aparentemente cicatrizada por los años, pero supurante en determinadas fechas. Quiero decir que conozco por aproximación, sólo por aproximación, lo que puede lacerar la muerte de un niño; si la muerte es por asesinato ya ni me atrevo a opinar.


La introducción la hago porque mi amigo Vicent en uno de sus comentarios (éste especialmente condensado, lacónico, con palabras como bisturíes) habla de las escalofriantes cifras de niños que mueren diariamente y que seguramente son mucho más altas de las que se nos dan a conocer.

Me subleva como a él que se olviden las muertes silenciadas -por consabidas, por habituales, por asumidas, porque no son noticia- y, aunque éstas, las recientes, las frescas, tengan el mismo valor que las otras, nos las meten en casa porque “los medios” así lo han decidido, pero con trampa: son víctimas inocentes de un enfrentamiento entre un pueblo que defiende su derecho a existir (aunque fuera mediante la creación de un estado artificial, como premio a su contribución monetaria a una guerra y como compensación a los que fueron gaseados, torturados , humillados) y un grupo terrorista al que hay que eliminar a toda costa y que cobardemente utiliza “escudos humanos” mientras lanza misiles.

“Usted póngase en nuestro lugar, el de los israelitas ¿no defendería a su pueblo hostigado, no trataría de acabar con los fanáticos aunque se produjera algún “efecto colateral indeseado? Nosotros también tenemos niños y mucha más antigüedad en lo que a ser atacados se refiere".

"Ni la ONU, ni los gobiernos, ni siquiera la gente (desinformada) tienen derecho a exigirnos nada, estamos en guerra.
Eso sí haran una tregua para no restar protagonismo al show del reciente amo del mundo en su día de vino y rosas. Después ya hablarán, por lo pronto le hemos pagado un viaje al muro de las lamentaciones y le hemos hecho unas fotos para que no se olvide."

Sí, Vicent, el número de muertos que estos días se han producido en Gaza, es comparativamente muy pequeño con respecto a la globalidad del genocidio a escala mundial, pero han decidido que tenemos que sufrir ahora con estas imágenes y no con otras. Los niños palestinos son hoy noticia, mañana dejarán de serlo dejando paso a otra escalofriante cita de cadáveres por malaria en África, por la participación de menores como soldados, por víctimas de minas, de maltratos, de abandonos, del sida, de experimentos médicos sin escrúpulos, de drogas, de…de….de…


Calificas tu comentario de “arisco”, sabes bien que te quedas corto, que la palabra es demasiado suave, que lo que estás, lo que estamos, es asqueados de tanta manipulación, hundidos ante la infinita impotencia de no poder hacer nada, de saber que no va a influir que unos cuantos miles salgamos a gritarles a quien no oye (ni menos escucha), que nuestras limosnas no arreglan casi nada, que tampoco serviría empuñar una piedra o una metralleta…


Lo hemos hablado mil veces: somos unos derrotados, la utopía que alguna vez creímos posible tropieza con el muro infranqueable de la naturaleza humana que aunque tenga algunas excepciones individuales o colectivas (pero que sólo afloran en momentos heroicos pero breves) no es suficiente ante la concentración de maldad inconmensurable de quienes detentan el “poder y la gloria” de los holocaustos vistosos y conmovedores, o subterráneos y malolientes.

Estamos en manos de unos asesinos que hasta parecen no ser conscientes de serlo. ¡Tal es el grado de pureza en su destilado de bilis que hasta encuentran justificación para sus genocidios activos o pasivos, por acción u omisión!


Cuando nos despistamos - la lucidez continuada sólo puede conducir a la amargura, cuanto menos- somos más ilusos que los negros usa afroamericanos queriendo creer que otro negro por el hecho de serlo se va a enfrentar a los poderosos que, graciosamente, han permitido que sea reina por un día.

Y yo/tú/nosotros (remedando a Javier Krahe…como unos gilipollas, madre) con nuestra voz en grito ahogado, nuestra buena voluntad, nuestro precario humanismo, nuestro clavel en el cañón del fusil que nos colocó un día una niña portuguesa aupada en su sonrisa…


Aquí estamos ya sin esperar un milagro ni siquiera ateo, sin esperar a un Godot porque sabemos que no vendrá a la cita, en una posición que creemos resistente, enrocados, hechos una piña defensiva con los restos éticos salvados del naufragio, pero inevitablemente…


¡Cabreados como aquel mono del zoo, enjaulado y viejo (yo presencié la escena) que después de haber recogido un cucurucho lanzado por un humanoide y tras la sorpresa de que en el interior sólo estaban las cáscaras, se fue a un rincón, cagó disimuladamente sobre su propia mano y con un gesto de desprecio le arrojó la mierda a la cara! Todo un ejemplo a imitar.



domingo, 18 de enero de 2009


Adulterio virtual (o estrategia para mantener vivo un matrimonio muerto)

Supongamos, y no hace falta mucha imaginación, un matrimonio de los de antes, de los que Dios manda, es decir: unión sacramental a perpetuidad entre hombre y mujer. La celebración fue un frío 9 de noviembre.


Los roles también son los característicamente tradicionales: ella, de profesión “sus labores”; él, proveedor, mediante el correspondiente sudor de su frente, del sustento familiar.


Llevan conviviendo un número no especificado de años, pero los suficientes para que haya desaparecido o atenuado al máximo la pasión amorosa, caso de haber existido alguna vez. Considérese que muchas parejas se unen por razones de conveniencia.


No se menciona la existencia de hijos, ni la presencia de suegros.
El marido es un trabajador manual de una edad aproximada a la de su esposa, imaginemos que entre los treinta y los cuarenta años, un personaje adusto y poco cariñoso, sin llegar a maltratador. Ella es una mujer romántica, con "Complejo de Edipo", frustrada pero muy creyente por lo que la separación, y menos aún el adulterio, están fuera de sus proyectos aunque no de su imaginación.

El marido, incapaz de cambiar su comportamiento, pero intuyendo el peligro, elabora una estrategia que, con poco esfuerzo y la ayuda de “Las mil mejores poesías de la Lengua Castellana”, le permita mantener su cómodo estatus.
Esta historia, plasmada en letra de canción quedaría así:

UN RAMITO DE VIOLETAS
Era feliz en su matrimonio Aunque su marido era el mismo demonio
Tenia el hombre un poco de mal genio
Ella se quejaba de que nunca fue tierno

Desde hace ya más de tres años
Recibe cartas de un extraño

Cartas llenas de poesía
Que le han devuelto la alegría

Quien te escribía a ti versos dime niña quien era
Quien te mandaba flores por primavera

Quien cada nueve de noviembre

Como siempre sin tarjeta

Te mandaba un ramito de violetas

A veces sueña ella y se imagina

Como será aquel que a ella tanto la estima

Sera más bien hombre de pelo cano

Sonrisa abierta y ternura en sus manos

Quien será quien sufre en silencio
Quien puede ser su amor secreto

Ella que no sabe nada

Mira a su marido y luego se calla

Quien te escribía a ti versos dime niña quien era

Quien te mandaba flores por primavera

Quien cada nueve de noviembre

Como siempre sin tarjeta

Te mandaba un ramito de violetas

Y cada tarde al volver su esposo

Cansado del trabajo va y la mira de reojo

No dice nada porque lo sabe todo
Ella es así feliz de cualquier modo

Porque el es quien le escribe versos

El es su amante, su amor secreto

Ella que no sabe nada
Mira a su marido y luego se calla

Quien te escribía a ti versos dime niña quien era

Quien te mandaba flores por primavera
Quien cada nueve de noviembre

Como siempre sin tarjeta

Te mandaba un ramito de violetas




Nota: Mi respeto por Cecilia, no se considere esta broma de una mente calenturienta como una ofensa a a su memoria.
Otra nota: Las confusiones que aparecen en el vídeo, mezclando violetas (viola spp.) con violetas africanas (saintpaulia spp.) no tienen importancia, salvo para los taxonomistas.

sábado, 17 de enero de 2009


La muerte en directo (1980)

¿Hasta dónde se puede llegar para satisfacer el voyeurismo de las grandes masas? ¿Qué espectáculo hay que ofrecer a las multitudes rugientes y aburridas, qué nueva pornografía?

Esta película de Bertrand Tavernier lo plantea con crudeza: Hay que ofrecer sacrificios cruentos a los nuevos dioses electrodomésticos y sus consumidores. Bastan la colaboración de una cadena televisiva poderosa, asépticamente empresarial, un médico sin escrúpulos, una técnica sofisticada de grabación, y un público deseoso de emociones fuertes.

La víctima propiciatoria: una mujer sana, bella y aún joven, crédula y frustrada en su vida sentimental y profesional a la que se le diagnostica falsamente una enfermedad incurable en una sociedad en la que ya casi nadie muere, si no es de muy viejo o por accidente o guerra, temas ya muy vistos, sin garra.

El objetivo, fácilmente deducible es conseguir una gran audiencia que reporte cuantiosos ingresos. Para ello la degradación física y psíqica de la supuesta enferma debe ser lenta (a mayor número de capítulos, más dinero) y la cámara debe seguir los pasos desde cerca y sin ser advertida. A tal fin se ha implantado un artilugio receptor-transmisor en los ojos de un periodista (él desconoce el engaño, es también un frustrado a la busca de una oportunidad de lucimiento) que seguirá todos los avatares de la protagonista, acercándose a ella y fingiendo amistad, casi protección.

Todo funciona a la perfección al principio: las pastillas que el médico le ha proporcionado para paliar los esperables dolores van enfermándola, destruyendo su inicial fortaleza, relajando sus esfínteres, minando su estructura. Todo va bien, digo, hasta que el periodista/cámara va siendo consciente de su indeseable papel y surgen los sentimientos. Lo que había sido un trabajo puramente profesional, o casi un alarde técnico del que él era protagonista, se convierte en algo insoportable cuando en un televisor de un bar contempla como espectador distanciado la verdadera tragedia que está filmando.

Paradójicamente esa condición fortuita de espectador entre espectadores “conmovidos” pero ajenos, es lo que provoca el verdadero acercamiento a la víctima y su renuncia a seguir con el proceso. Sus ojos-cámara deben estar permanentemente iluminados para funcionar (de día la luz solar, en la oscuridad una fuente artificial), así que en plena noche se deshace de la linterna, se produce la ceguera y por tanto el cese de la transmisión de imágenes.

De una manera, quizás un poco precipitada, ella se da cuenta del engaño y harta ya de sufrimiento, de sí misma y del género humano en general decide suicidarse con las pastillas que le quedan como única manera de adueñarse libremente de su destino, como única forma de “ganar” antes que los cuervos de la televisión la encuentren con el propósito de salvarla en última instancia ante el fracaso inesperado del corte de las emisiones.

El final, un tanto precipitado, forzado incluso, incluye como preámbulo el encuentro de la protagonista con su ex pareja, un hombre culto y refinado cuyo único pecado ha sido ser tan superior como para haber provocado en ella la decisión de abandonarlo para salvaguardar su menguante autoestima. Estas últimas secuencias, este reencuentro entre dos personas que se siguen queriendo, pero cuya convivencia los empobrece a ambos, hubiera dado de sí para toda una película de Bergman. Aquí sin embargo, el conflicto, queda sólo esbozado y metido con calzador.

Subsiste, sin embargo la respuesta a la pregunta del inicio ¿hasta dónde podemos llegar los humanos en la contemplación del dolor, la miseria, la enfermedad, la muerte? En directo puede que haya un límite, pero en imágenes televisadas no lo hay, las exigencias son cada día mayores, nos escandalizamos hipócritamente o al menos tan débilmente que olvidamos casi inmediatamente las tragedias ajenas y ponemos la lupa de aumento sobre las propias.

De no ser así, alguien, muchos, casi todos, estaríamos en estos momentos en plena rebelión con lo que está pasando en tantos y tantos sitios…pero ahora en Gaza.

Dicho esto, y aunque pueda resultar banal volver a la película, no puedo concluir sin destacar la grandiosa actuación de Romy Schneider, Harvey Keitel, Max von Sidow y hasta de Harry Dean Stanton en su papel de putrefacto, tan opuesto al que interpretaba en París, Texas.

viernes, 16 de enero de 2009


Me comentaba esta mañana una compañera becaria que había entrado en este blog, que lo leía con asiduidad pero que nunca había dejado un comentario. Esta mañana tenía un poco de tiempo (ya se sabe que los becarios, como los interinos, son gente que curran mucho y bien) y pensaba escribir alguna frase que dejara constancia de su existencia lectora… ¡pero no se le ocurre otra cosa más que leer los comentarios a otras entradas!

El pánico la ha invadido, bueno no sé si ha sido eso exactamente porque su expresión literal ha sido “con lo que pensaba poner van a pensar que soy una gilipollas”.

La he tranquilizado, casi con las mismas palabras que empleo para mis adentros cada vez que escribo algo: Este es un blog-mesa-camilla, yo me limito a poner los cubiertos, los platos y el aperitivo, después en el banco de la cocina dejo algunos ingredientes, procurando que haya una cierta variedad…luego, llegan mis amigos y amigas y confeccionan platos deliciosos cada uno con su peculiar forma de entender el arte de la gastronomía: los hay vegetarianos con su toque de misticismo; los hay exquisitos del buen paté y otras delicatessen con champán; los hay partidarios de platos muy elaborados y sazonados; los hay de sencilla pero exquisita tortilla de patata, y los hay que miran “y si hay vino beben vino y si no hay vino, agua fresca”. Buena gente toda…

O sea, Alicia, escribe lo que te salga del alma que los de la mesa camilla te vamos a recibir con cariño y cuando dejes de hacer tu aportación alguien te la reclamará, estamos entre amigos y además tenemos un braserito para estos días de invierno.

jueves, 15 de enero de 2009

Jacques y familia Foto: Cordon Press

"Ne me quitte pas" (o "¡A buenas horas , mangas verdes!")

En un escrito anterior loaba sin mesura esta canción de Jacques Brel, calificándola, como tantas otras personas, como la canción amorosa más dramática, desgarradora y bella jamás escrita. Sin rebajar un ápice su calidad y su capacidad para conmover añado ahora algunas cirscunstancias que rodearon su creación, a saber:

Él mismo la calificó como :«Es la historia de un gilipollas, de un fracasado, de un cobarde».
Yo creo que Brel no era un gilipollas, era un poquito pérfido (lo decía su amiga y también cantante Barbara) o simplemente "Humano , demasiado humano", como lo titularía Nietzsche.

Cuenta Gonzalo Ugidos en Magazine que…"Su mujer y sus tres hijas seguían en Bruselas, pero todo París sabía de los amores adúlteros de un Brel atormentado por la culpa. La Rapsodia número 2 de Liszt y su amante, Suzanne Gabriello, inspiraron la música y la letra del Ne me quitte pas. Ella tenía 23 años cuando se conocieron, cabellos cortos y negros, ojos sombríos y una pizca de impertinencia. Fueron cinco años de ducha escocesa: ahora me voy, ahora me quedo, no volveremos a vernos, ni contigo ni sin ti. Una decena de falsas separaciones unen a Brel y a Zizou, como él la llamaba.
Cuando ella quedó embarazada, él prometió que se divorciaría, pero no aceptó la paternidad y además compartió a Zizou con otra amante. Ella intentó suicidarse y lo abandonó. Fue entonces cuando, desgarrado por el miedo, Brel escribió" Ne me quitte pas".

Conclusión, (que de eso se trata y no de un cotilleo): como en tantas creaciones artísticas o incluso científicas, es mejor contemplarlas desde tu propio yo (y tu circunstancia), apropiártelas, condimentarlas con tu imaginación o tu experiencia personal y no indagar demasiado en la vida y milagros del autor... puede ser peligrosamente decepcionante.

O, por el contrario, puede servir para desmitificar, bajar del pedestal a nuestros ídolos y situarlos en su humana dimensión, más cercana a la nuestra, y , por ello, más comprensible y cercana, más aprehensible.

Cuestión de optar: la realidad, la ensoñación…

martes, 13 de enero de 2009


BENICALAP

No sé por qué eligió mi padre este barrio de Valencia para fijar allí nuestra residencia, por aquel entonces él trabajaba en un pequeño taller de cerrajería en la calle Cuba, lugar bastante lejano, en la otra punta podríamos decir, distancia que el recorría en bicicleta dos o cuatro veces al día, según viniera a comer o no.

Supongo que era el sitio más económico que encontró, o el que le asignaron si realizó una petición al benefactor Estado que andaba entonces preocupado por situar a la creciente emigración interior que se iba produciendo: del pueblo a la ciudad, del campo a la industria. Eran, pues, viviendas del Instituto Nacional de la Vivienda, de esas que exhibían su condición de tales mediante una placa metálica clavada en la fachada cerca de la puerta de entrada (el portal) y en la que sobre el fondo de la bandera de falange resaltaban las letras I.N.V

Nadie se ha molestado en arrancarlas, así que aún se pueden ver esos símbolos del pasado en algunos edificios.
El bloque de pisos (al que nosotros denominábamos finca), tenía forma de rectángulo pero al que le faltaba uno de los lados, una “C” de ángulos rectos… seguro que hay un término para describirlo sin tanto rodeo.
Tres fachadas, en consecuencia, una de las cuales, la más larga era, digámoslo así, la más noble ya que tenía balcones (sin barrotes ni adornos pero balcones) y dos plantas bajas con acceso directo a la calle. Las dos fachadas laterales sólo tenían ventanas y el número de inquilinos era menor: un piso bajo y cuatro alturas con un solo piso por rellano. Total, que en nuestra escalera vivíamos cinco familias. No había bajos comerciales, ni garajes: ambas cosas de dudosa o ninguna utilidad en aquel momento puesto que había tiendas cercanas y aparcar los escasísimos coches del momento no constituía ningún problema.

Lo que sí teníamos era una galería estrecha que daba a un patio grande y comunal con pretensiones de zona ajardinada pero del que sólo recuerdo hierbajos (perdón, “hermosas hierbecillas del Señor” que se distribuían como el mismo Creador les daba a entender). O sea, que lo que podría haber sido un parque apto para los juegos infantiles era un inmenso patio de luces, eco de comunicaciones verbales vecinales (no siempre amistosas) y depositario del riego por goteo procedente de la ropa tendida como un gran arcoíris altamente vistoso, de ahí el bienestar de la flora arvense, es decir, los hierbajos. Dicho sea de paso: la costumbre vertical de caer las gotas desde unos tendederos a otros, desde unas ropas empapadas a otras en estado de casi secas, provocaba animadas reconvenciones a voz en grito que no llegaban a mayores.

La finca estaba pintada de color blanco y los vecinos que había seguido el proceso de construcción hablaban de la mucha arena y el poco cemento empleado en la obra. Alguien había ganado dinero a costa de alguien, un constructor ahorrador y alguien que no inspecciona o hace la vista gorda…lo de siempre, vamos.
Los pisos eran grandes aunque había pequeñas diferencias entre ellos. Es de suponer que para la asignación de uno u otro tamaño influyera el número de miembros de la familia, el nivel de ingresos, las amistades (avales, enchufes), etc.
El nuestro era de los grandes, de los de tres dormitorios, salita, comedor, cocina y aseo (sin bañera, ni bidé, pero con ducha y una ventanita por donde entraba por las mañanas un sol delicioso).
Pagábamos un alquiler mensual y estaba prohibido tener realquilados, pero de hecho los había: familiares más o menos cercanos, o novensanos que no encontraban piso y se instalaban en una habitación, con derecho a cocina.

La fachada principal daba a un solar que conservaba todavía las huellas de los surcos que denotaban su reciente pasado de huerta cultivada. Nuestra fachada constituía el final de la calle Xocainet, nombre casi impronunciable para nosotros que nunca supimos que correspondía a un pico de la sierra Calderona, cercana a Sagunto. Pronunciábamos: “Chocainé” y siempre había que deletrear el dichoso nombrecito a la hora de dar las señas.
Las otras dos “calles” (entrecomillo porque no había aceras, ni farolas ni cera de enfrente…) de la finca: Almiserat y Potries, eran nombres de dos pueblos de la comarca valenciana de La Safor, absolutamente igual de desconocidos para nosotros.
La calle Xocainet era una calle estrecha, sinuosa, que seguía el trazado de la acequia que discurría soterrada justo después (o antes, según el sentido de la marcha) de donde acababa nuestra finca. Ese tramo que discurría al aire libre y que, más allá, en zona no construida, regaba las huertas próximas, era una fuente de olores desagradables, mosquitos, ratas y alguna serpiente de agua. Allí vertían las aguas fecales las casas que con fachada a la carretera de Burjassot (en realidad la calle principal, la de los comercios) nos ofrecían a la vista sus patios traseros, unos tapiados y con vidrios incrustados en el lomo, otros con alambre de espino que servían de soporte a enredaderas.

Aquellas sí que nos parecían casas grandes: sus propietarios eran gente autóctona y algunas de ellas eran mitad vivienda, mitad tienda (carbonería, mercería, ultramarinos). Solían tener una planta baja (oscura, húmeda) y un piso al que podía accederse desde la misma planta baja si era ocupada por los mismos dueños, o de forma independiente, a través de una puerta mucho más pequeña que la principal, desde donde se accedía a través de la llamada “escaleta” (por lo general estrecha y con una acusada pendiente) a la planta superior.
De la estructura de estas casas, (las posteriormente llamadas “casas de pueblo”, tan buscadas por los urbanitas desertores) me ocuparé en otra ocasión, merecen capítulo aparte por lo que tienen de definitorio de un modo de vida de muchos pueblos valencianos, al menos los de las comarcas de L´Horta.

Mi finca, pues, era como México para los Estados Unidos: el patio trasero y pobre. Una pandilla de emigrantes, de diversas procedencias pero con el calificativo común de “castellans”. Daba igual que fueras de Cuenca que de Badajoz, eras “castellano”. Si procedías de zonas valencianas castellanoparlantes, entonces el título que recibías era el de “churro” aunque esa matización no todo el mundo la tenía clara con lo cual te quedabas con el genérico de “Castellà”, que era como forastero pero en despectivo.
Sin embargo los aborígenes no solían emplear su lengua materna, (un valenciano profundamente castellanizado), más allá del ámbito coloquial y adulto: a los hijos procuraban hablarles en la “Lengua del Imperio” por considerarla más fina, más culta y la que les abriría un futuro mejor. Por aquellas prehistorias a nosotros, “els de fora”, nos jodía bastante esa dualidad/contradicción del lenguaje.
Después supe que los valencianos de mi edad y los de generaciones anteriores habían sufrido en sus carnes, en sentido literal, el fruto de aquellas contradicciones. Hablar valenciano en la escuela o incluso en casa había sido motivo de coscorrones, palmetazos y algunas bofetadas. Era un problema arrastrado desde muchos años atrás, una historia de castración cultural, de imposición política de la que nosotros poco o nada sabíamos: lo normal era hablar español, y nuestros nuevos amigos hablaban entre ellos, cuando podían, un chapurreado extraño y malsonante.

La fecha de nuestro desembarco familiar debe de situarse en la primera mitad de los años cincuenta, casi seguro que en 1954, pues en ese año se dio por finalizado el campanario de la parroquia de San Roque y se encendieron las luces de la cruz de hierro y cristal que coronaba la obra y que fue el orgullo del barrio/pueblo. Desde muy lejos se divisaba su resplandor… el faro del catolicismo sacando de las tinieblas a los huertanos. Además aquella iglesia fue la última de estilo “tradicional” que se construyó; después ya vinieron las empotradas en edificios o las de diseño moderno, funcional y mucho más barato.
En la parroquia de San Roque aprendí el catecismo, hice mi primera comunión, confesé todos los pecados inconfesables( ¡ay! el Sexto), oré con devoción o sin ella, me reí cuando no había que reírse, lancé miradas furtivas a las niñas que me gustaban, me arrodillé y me levante cientos de veces...y hasta me casé con mi primera novia.
Benicalap estaba muy bien comunicada con la capital, digo la capital por que aunque era el distrito 15 de Valencia, nadie decía “ir al centro”: se consideraba que el hecho de utilizar “el trenet” o el autobús (eso un poco después, cuando se construyó La Ciudad Fallera) significaba una lejanía que iba más allá del recorrido a pie o en carro.
A la construcción de nuestra finca le siguieron inmediatamente otras, ocupadas igualmente por otros castellanos; en concreto las dos siguientes dieron alojamiento a todo un pueblo de Jaén, El Centenillo, que dieron marcado acento andaluz al barrio y lo poblaron de chiquillería ruidosa y alegre.
Continuará…

domingo, 11 de enero de 2009


Le tengo querencia a Martirio, o mejor dicho, a la persona (inteligente, vital, divertida, sensible) que intuyo detrás de las gafas de sol, de las peinetas y el disfraz que ocultan a María Isabel Quiñones.
Maribel era una de las jovencitas que cantaba en el grupo Jarcha, famoso por aquella cancioncilla melifluamente reivindicativa: “Libertad sin ira” que convirtió la derecha reconvertida y la izquierda roja/rosa en todo un himno de la Transición.
Su transformación en Martirio es para mí una incógnita, pero presiento que la metamorfosis fue dolorosa, que las alas mojadas al salir de la crisálida tardaron en secarse para permitir el vuelo de la ya Martirio/mariposa /adulta con su nuevo ropaje de colores ...
Es solo un pálpito, desconozco por completo sus avatares y además pertenecen a su intimidad, pero esa intuición de que el rompimiento total con lo establecido en las formas es paralelo al que se produjo en su personalidad (¿herida?) me hace empatizar con ella."Sólo me interesan las personas que han sufrido", dijo el filósofo tan nombrado aquí.
La aparición de Martirio fue todo un acontecimiento más allá de lo musical, una ruptura, una provocación. También un quebradero de cabeza para quien quisiera encasillarla…Aquel primer disco de 1986 “Estoy mala” rompió moldes ¿Aquello era rock, flamenco, canción española?
Y las formas musicales no lo eran todo, las letras, algunas por lo menos, hablaban de mujeres corrientes, del pueblo, del barrio, con su explotación a cuestas, con sus vivencias y sus frustraciones: mujeres conformadas/conformistas (unas), al borde de la rebeldía y la histeria(otras). Eran canciones cuyo trasfondo feminista llegaba sin darte cuenta, sin ampulosidades.
Martirio se constituye en espectáculo. parapetada por sus gafas oscuras que ocultan su identidad (y sus hermosos ojos) y la libran de su timidez. Las opiniones se dividen entre quien considera aquello una bocanada de aire fresco en el panorama musical y quienes piensan que lo que hace es una payasada.
La conocí personalmente en el verano de 1987, en su improvisado camerino tras una actuación al aire libre que espero haya olvidado. En plena sesión unos gamberros (es la definición más suave que se me ocurre, pero ya se sabe, los jóvenes tienen que divertirse, son las fiestas del pueblo) le lanzaron naranjas y una de ellas le impactó en una pierna, debió dolerle pero continuó cantando. Cuando yo la visité estaba llorando y, naturalmente, sin ganas de recibir a nadie. Yo tampoco sabía qué decir, ni como pedir disculpas, esbocé una felicitación y ella correspondió con una sonrisa, un par de besos y una foto dedicada que aún conservo.
Luego he seguido su evolución, su inquieta búsqueda de fusionar estilos, de abrir nuevos caminos en la copla arrancándola de la tradición rancia, de “mestizar” flamenco, jazz, tango, bolero... en su repertorio, dándole siempre un toque personal e inconfundible pero con un profundo respeto por la autenticidad.
Martirio podrá gustar o no (o unas cosas sí y otras no) pero hay que reconocerle su trabajo incansable por adoptar y acercar todas las músicas que ella considera con alma, aquellas más capaces de expresar los sentimientos profundos.
Aconsejo la visita de su página web: www.martirioweb.com/



viernes, 9 de enero de 2009



No es lo mejor ni lo más representativo de la altura intelectual de Cortázar, pero después de las autofagias (que diría un amigo mío) del post anterior, sirva este desternillante cuentecillo como lenitivo.
Cuando D. Emilio o sus acólitos atacan, D. Julio siempre está "al quite" con su dosis de vitalismo, juego y trasgresión. El yin y el yan de la concepción existencial, los opuestos (o no tanto) que han conformado mi manera de ver, pensar y estar en la vida.





Lucas, sus pudores


En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres metros del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que oír se dejan en las circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde.

Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede compararse a la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En ese horror no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente, es decir que todo empezará lo mas bien, suave silencioso, pero ya al final, guardando la misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de caza, una detonación más bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en sus soportes y agitarse la cortina de plástico de la ducha.
Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos, tales como inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto de que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso supremo, agarrarse las nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el diámetro del conducto proceloso. Vana es la multiplicación de silenciadores tales como echarse sobre los muslos todas las toallas al alcance y hasta las salidas de baño de los dueños de casa; prácticamente siempre, al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, el pedo final prorrumpe tumultuoso.

Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas sufre por él pues está seguro que de un segundo a otro resonará el primer halalí de la ignominia; lo asombra un poco que la gente no parezca preocuparse demasiado por cosas así, aunque es evidente que no están desatentas de lo que ocurre e incluso lo cubren con choques de cucharitas en las tazas y corrimientos de sillones totalmente inmotivados. Cuando no sucede nada, Lucas se siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina por traicionarse y todo el mundo se da cuenta de que había estado tenso y angustiado mientras la señora de Broggi cumplimentaba sus urgencias.

Cuán distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de los niños que se acercan a la mejor reunión y anuncian: Mamá, quiero caca. Qué bienaventurado, piensa a continuación Lucas, el poeta anónimo que compuso aquella cuarteta donde se proclama que no hay placer más exquisito / que cagar bien despacito / ni placer más delicado / que después de haber cagado. Para remontarse a tales alturas ese señor debía estar exento de todo peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa, a menos que el baño de su casa estuviera en el piso de arriba o fuera esa piecita de chapas de zinc separada del rancho por una buena distancia.


Ya instalado en el terreno poético, Lucas se acuerda del verso del Dante en el que los condenados avevan dal cul fatto trombetta, y con esta remisión mental a la más alta cultura se considera un tanto disculpado de meditaciones que poco tienen que ver con lo que está diciendo el doctor Berenstein a propósito de la ley de alquileres.

jueves, 8 de enero de 2009





Hace algunos días recibí por correo este texto del que desconozco su autoría, me pedía mi anónimo comunicante que lo insertara en este blog. En aquel momento me pareció que no era muy adecuado por aquello de las “entrañables fiestas”, pero hoy me decido a insertarlo, con la advertencia de que no es apto para depresivos, ni tampoco para optimistas. Queda el recurso, como en el televisor, de cambiar de canal o apretar el “off”









La soledad es insoportable, a solas conmigo mismo, a solas con mis pensamientos.

No sé como distraerlos, como atontarlos para que no me atormenten. Surge entonces la rabia ante la impotencia, y la agresividad es un pequeño paso que doy en ese estado.
Sentirse solo y estar solo no es lo mismo, pero en mi caso, sí, me siento solo aún cuando no estoy solo, pero lo siento mucho más cuando esa soledad es también física.
¿Soy demasiado consciente de la realidad, y los demás viven en un sueño de idiotas del que no quieren despertar (cosa que no les reprocho), o soy yo el estúpido que cree ver demasiado, sin ver nada?
Sea cual sea la respuesta, puedo decir que nunca he pedido estar aquí y aún estando aquí, sólo pienso en cómo salir, sin hacer ruido, sin que se note mi ausencia, como si nunca hubiera estado. Y de esa manera, sentir la ilusión de no haber existido nunca.

Tengo ganas de llorar pero no lo consigo, la rabia me lo impide, desearía golpearlo todo y tirarlo por la ventana y luego yo detrás, pero vivo en un primero, ¡no vale la pena! Odio y rabia, tristeza y derrota, cansancio y resaca, todo esto a la vez es lo que siento, y la verdad, levantarse así es asqueroso, o mejor dicho, levantarse a un nuevo día es asqueroso.
Nos echan a este mundo, y nadie nos ha preguntado si queríamos nacer, nadie nos previene de lo que nos espera, ingenuo pensamiento el que dice que la vida es un don, algo que deberíamos agradecer cada día que nos despertamos y cada día que pasamos y seguimos aquí...

Yo pienso (y empiezo a pensar que pienso demasiado) que también puede ser una carga, una pesada carga, que día a día algunos de nosotros llevamos encima sin poder quitárnosla, pero deseando hacerlo. No estoy loco, nadie debe juzgar que mi lucidez significa locura, ¿o quizás sí?, y por eso los cuerdos están en el manicomio.

Lo he intentado, claro que lo he intentado, pero la ¿gracia? del asunto es que he fracasado... Así que aquí sigo, sin saber muy bien qué hacer.
Una de las cosas que tengo más claras, es que la sociedad tal como es ahora, no me gusta, vivo en ella porque no me queda otro remedio, y porque al mismo tiempo que la aborrezco, la necesito para subsistir. Pero no me gusta, quizás en lugar de ¿avanzar? tanto en el campo de la tecnología, de la ciencia, del consumismo... Deberíamos pararnos en seco y mirar atrás, mirar lo que vamos dejando a nuestra espalda, recapacitar y meditar en si realmente estamos siguiendo el camino correcto, o por el contrario, estamos destruyéndolo todo a nuestro paso como atilas de pacotilla.

Mi pesimismo, como lo llaman los demás, o mi lucidez, como lo llamo yo, es una pesada carga que tampoco pedí llevar. Es difícil vivir así, y casi merezco una medalla por, a pesar de todo esto, seguir levantándome cada día, ir al trabajo y colaborar en algo que no deseo que siga así, sino aniquilarlo.

La aniquilación es renovación, porque al final de ella, la vida (esa eterna inmortal) vuelve a resurgir... Si tuviese el poder, destruiría al hombre, limpiaría de la tierra su huella y la dejaría libre para que la naturaleza recupere lo que siempre ha sido suyo. Y quizá, en un futuro lejano, la evolución haría que un nuevo ser inteligente poblara este planeta. Porque no considero que el hombre sea un ser superior, ni inteligente, creo que es un ser peligroso por su gran (casi ilimitada) capacidad de contaminación. Y su carente capacidad de creación, allí donde toca, destruye. Dejando un montón de basura a su paso.

¿POR QUÉ ESTOY AQUÍ?
¿POR QUÉ NADIE ME AVISÓ?
¿POR QUÉ, PADRES, ME OBLIGASTEIS A NACER?
¿POR QUÉ A CADA PASO QUE DOY TENGO LA SENSACIÓN DE NO AVANZAR?
¿POR QUÉ PIENSO DEMASIADO?
¿POR QUÉ NO PUEDO ESTAR IDIOTIZADO COMO LA GRAN MAYORIA?
¿POR QUÉ?... ¿POR QUÉ?... ¿POR QUÉ?...

Me pregunto muchas veces por qué soy así, por qué tengo que ser tan consciente de que la vida es una mierda, que tal como la vivimos, tal como la sociedad nos impone una rutina, unas obligaciones, unas normas, unas prohibiciones... es difícil vivir, es un sinsentido, esto no es vida, y a veces pienso que para vivir así, mejor no vivir.

Hay quién se pone metas, objetivos, cree en algo: en un dios, en el amor... pero es difícil creer en algo, sino crees siquiera en ti mismo y en que tiene algún sentido el que cada día te levantes, vayas al trabajo, te conviertas en una especie de máquina durante unas ocho horas y luego vuelta a casa... y así día tras día. Nadie está contento y sin embargo no hacemos nada por cambiar las cosas porque no sabemos qué es lo que podemos hacer, no sabemos cual es la solución porque no la hay, la única solución, y aunque parezca absurda, es vivir en una dulce ignorancia, ser un iluso, un estúpido que no piensa ni ve más allá que lo que alcance su mirada. No aspirar a nada más que las migajas del pastel que caigan en tus manos, y ya está, ser un conformista, sin apenas voluntad ni decisión, una especie de marioneta que ni de moverse se preocupa porque ya hay otros que se encargan de ello.

No vale la pena, ¿para qué?... en fin, vivo aburrido y escéptico. ¿La amistad? ¿El amor? ¿La familia?, conceptos que poco me dicen ya, y quizás no sea por desengaños sino porque no creo en sentimientos que son imposibles en una sociedad y en una vida como las nuestras.

El hombre está condenado a no vivir en paz nunca, allá donde vaya se sentirá obligado a cambiarlo todo y a adaptarlo a su gusto, con la excusa de que es lo mejor.

No existe un dios, no existe un diablo, estamos solos ante nuestro destino y de él deberíamos ser dueños, pero no es así, nos imponemos normas, absurdas en su mayoría para dominar la vida y las acciones de los demás. No existe un dios, no existe un diablo, porque si así fuese, ya se hubiesen encargado de destruir la humanidad, en vista de lo imperfecto de su naturaleza. El hombre es un gran fallo, una imperfección, un virus que mata poco a poco.
Quizás existan, y quizás no lo destruyen. ¿Porque, quién creería entonces en ellos?, ¿cuál sería la razón de su 'existencia', ya que el hombre es el único ser 'racional' sobre este planeta que puede crear y creer en cosas irreales como entes superiores, ¿quién entonces iba a creer en ellos?, ¿quién iba a adorarlos y a alimentar su vanidad?

No creo que le haya pedido demasiado a la vida, en realidad bien poco, esperaba algo más y ese algo más no ha llegado y no llegará (me temo). Sinceramente me gustaría estar a gusto con lo que tengo, y es eso precisamente lo que quiero pero no lo consigo, siempre quiero algo diferente a lo que tengo y cuando obtengo ese algo distinto (cuando lo logro) parece que ya no es tan bueno como pensaba o parecía, y es cuando miro hacia otro lado (para tratar de olvidarme de eso que tengo y que no es lo que yo quería) y descubro que no, que estaba equivocado, que precisamente esta ahí, mi meta, mi objetivo, mis anhelos están ahí, y comienza la lucha otra vez para tratar de obtener ese otro 'caramelo' que he visto, y que llena otra vez mi vida con una ilusión, una nueva meta a conseguir. Pero la magia siempre desaparece cuando lo consigo y en los casos en que no lo consigo, se convierte en la razón de mi malestar, de mi 'desgracia', porque así justifico mi insatisfacción, mi desgana de vivir, mi completa indiferencia ante los acontecimientos.Saber esto y no saber que hacer para solucionarlo es desesperante.

Cuando hace años tuve la lucidez de intentar suicidarme, fue el momento más pleno y consciente de toda mi vida, el más real y más consecuente. Nada hay en esta vida que pueda llenar este enorme e insaciable agujero negro que anida en mi interior, todo se lo traga y desaparece como si nunca hubiese existido. El Vacío es mi sino y mi sentido de vivir, porque cuando eres joven te engañan con falsas promesas e ilusiones sobre la vida, y nada de ello es cierto. La vida no es gran cosa, además de no darte nada, es simplemente una estancia en una gran mansión, ni mejor que la estancia contigua ni peor que la otra ni la de más allá... todas son igual de insignificantes y carentes de sentido, porque no existe ese sentido que nos empeñamos en imprimir a todos nuestros actos y a todas nuestras decisiones. Nada de lo que hagamos va a cambiar nada realmente, nada... porque nada somos y en nada nos convertiremos, por los siglos de los siglos hasta el final de los tiempos.


La gente me produce asco, tengo asco hasta de mí mismo. Deseo una destrucción completa de todo lo humano, incluidos ellos e incluido yo, ya que no soy especial ni mejor que ellos. Soy una mierda más puesta en este mundo sin mi aprobación.
Mis años son más que suficientes para poder soportar todo este absurdo que me rodea y que me invade, es suficiente para ver que todo lo que hacemos no servirá de nada, que ningún sentido tiene seguir sufriendo y siguiendo una rutina estúpida que no nos conduce a nada. Mierda de vida, mierda de sociedad, mierda de gente, mierda de sistema,... MIERDA, mi palabra favorita, sólo ella es capaz de describir sin esfuerzo mis pensamientos.

Madrugo por las mañanas y pienso con ironía: "¡Bien, otro día más sobre este planeta. Levantémonos, vamos a producir la ración de basura de hoy!" Me levanto, no sin un gran esfuerzo de voluntad (considerable, sin duda; me pregunto de dónde sale), toso (el tabaco dicen que mata, poco a poco). Salgo de casa, con ojos dormidos, mi mente todavía atontada, la música es lo único que soporto a esas horas, y casi es lo único que soportaría a cualquier hora. Me dirijo con paso cansino hacia a esos campos de concentración mal llamados empresas al igual que el resto de las abejas obreras.

Cuando llego, mi cara (ya con un rictus de amarga tristeza) empeora hacia un enfado que no puedo dirigir contra nadie, porque nadie es culpable y al mismo tiempo, lo somos todos y hacia todos lo dirijo. No hablo, apenas saludo (¿Buenos días?, no para mí, desde luego), me siento en mi cubículo, en mi celda. Además, es verano, hace calor, y el aire acondicionado crea una malsana atmósfera artificial que perjudica más mis pulmones, ya jodidos por el tabaco.
Tomo un café, el estimulante que necesito para mantenerme despierto y no caer en el sopor del aburrimiento y en un sueño que trata de apoderarse de mi ser. Un sueño que realmente sería bienvenido, y mejor aprovechado que estas horas muertas de mi vida que paso aquí encerrado entre estas cuatro paredes.

¿Por qué no dejarlo?, ¿por qué no escapar?... sí, suena bien... ser libre, romper las cadenas... pero es irreal. Si sigo vivo (cosa que continuamente me planteo) y tal como están las cosas, necesito dinero para comer, pagar la vivienda...
No, para ser libre realmente, sólo hay una solución: la muerte. Aunque no haya nada después de ella, cosa que no sé, es la única salida para ser libre, realmente libre. Se terminan entonces las ataduras, trabajar, pagar, llorar, sufrir, reír, soñar, enfermar… el miedo, el amor, el odio... Sólo necesito el método adecuado y poder hacerlo; hasta ahora, he fallado.


Pensándolo bien, no me hubiese importado nacer si en lugar de ser humano, con su supuesta inteligencia, hubiese nacido animal. Cualquiera me es indiferente: desde una mosca hasta un elefante... Pero al fin y al cabo, animal, ser que sólo existe y vive, que no se preocupa del mañana, que no se preocupa del ayer. Para él solo existe el ahora, un ahora que cambia según sus necesidades: comer, procrear, descansar... Así debiera ser nuestra vida: vivir el ahora, sin preocuparnos de nada más, sin tantas normas, sin tantas complicaciones, sin tantas fronteras... Ser, existir, vivir, nada más... No deberíamos pensar tanto, los que lo hacemos y los que no, felices ellos porque de ellos es el reino de la felicidad y la ignorancia (eternas compañeras).


Soy egoísta, dicen, y lo reconozco. Sólo pienso en mí, no hago más que quejarme, sin pensar en que los demás también sufren... Pues si también sufren y quieren acabar con esa agonía, ¿qué coño estamos haciendo?, ¿por qué no nos ponemos de acuerdo y lo cambiamos todo? o mejor, ¿por qué no nos ponemos de acuerdo y nos auto exterminamos todos?

Me gustaría ser idiota para no preocuparme tanto, o ser tan inteligente que desde mi superioridad no me afectara tampoco la mediocridad y la rutina. ¿Alguien tiene la sabiduría? ¿Alguien la llave de la tranquilidad?... No quiero morir, pero tampoco vivir así, y no existe punto intermedio, o mejor dicho, sí que existe y en él estoy: malviviendo, una especie de zombi, un muerto en vida que no se decide por ninguno de los dos caminos porque no es capaz de llegar a ninguno de ellos. Soy así desde muy joven, casi podría decir que desde que tengo uso de razón. Es demasiado tiempo para sufrir. Siempre pensaba que cuando creciese, la madurez y la experiencia me ayudarían y vería la luz al final del túnel, incluso (era demasiado romántico todavía) que el amor podría sacarme de la oscuridad, pero el tiempo pasó, los amores también... y nada me ha ayudado: nada ni nadie, porque he llegado a la conclusión de que si hay salida (cosa que ya dudo), debería estar dentro de mí y que si no la he encontrado es porque esa salida no existe.

martes, 6 de enero de 2009

García Lorca no debía sentir una gran simpatía hacia la Guardia Civil. Este fragmento de su "Romance" dedicado al Benemérito Cuerpo lo demuestra. No sé si fotos como ésta, tomada por el americano William Eugene Smith le sirvieron de inspiración.
Los niños de la posguerra, a pesar de la democracia y los cambios que de buen seguro se han producido en el interior de "la Benemérita", no podemos dejar de sentir el viejo acojono que debió quedar incrustado en algún lugar del ADN.


Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.

lunes, 5 de enero de 2009







Jaime Gil de Biedma, poeta heterodoxo y solitario, fue definido por los que lo conocieron “como muy homosexual y muy borracho”, no ocultó ninguna de esas dos facetas de su personalidad ni tampoco hizo gala de ellas. Murió en 1990, víctima del SIDA.
Dijo de sí mismo: “He sido de izquierdas y es muy probable que lo siga siendo, pero ya no ejerzo".
Pocas personas han sido capaces de autodefinirse con la crueldad y la conmiseración con que él lo hizo en este poema. Homenajeo su valentía frente a tanto hipócrita biempensante.




CONTRA JAIME GIL DE BIEDMA


De qué sirve, quisiera yo saber,
cambiar de piso,
dejar atrás un sótano más negro
que mi reputación —y ya es decir—,
poner visillos blancos
y tomar criada,
renunciar a la vida de bohemio,
si vienes luego tú, pelmazo,
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes,
zángano de colmena, inútil, cacaseno,
con tus manos lavadas,
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares
últimos de la noche, los chulos, las floristas,
las calles muertas de la madrugada
y los ascensores de luz amarilla
cuando llegas, borracho,
y te paras a verte en el espejo la cara destruida,
con ojos todavía violentos
que no quieres cerrar. Y si te increpo,
te ríes, me recuerdas el pasado y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia.
Que tu estilo casual y que tu desenfado
resultan truculentos
cuando se tienen más de treinta años,
y que tu encantadora
sonrisa de muchacho soñoliento
—seguro de gustar— es un resto penoso,
un intento patético.
Mientras que tú me miras con tus ojos
de verdadero huérfano, y me lloras
y me prometes ya no hacerlo.

Si no fueses tan puta!
Y si yo supiese, hace ya tiempo,
que tú eres fuerte cuando yo soy débil y que eres débil
cuando me enfurezco...
De tus regresos guardo una impresión confusa
de pánico, de pena y descontento,
y la desesperanza
y la impaciencia y el resentimiento
de volver a sufrir, otra vez más,
la humillación imperdonable
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama,
como quien va al infierno
para dormir contigo.
Muriendo a cada paso de impotencia,
tropezando con muebles
a tientas, cruzaremos el piso
torpemente abrazados, vacilando
de alcohol y de sollozos reprimidos.

Oh innoble servidumbre de amar seres humanos,
y la más innoble
que es amarse a sí mismo!

Y la no menos atrevida declaración de “objetivos vitales” de este epigrama:

DE VITA BEATA

En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia



viernes, 2 de enero de 2009


Los años cincuenta

¿Te duermes, Tete?...Me preguntaba mi padre, sujetándome con un brazo hacia atrás, rodeándome la espalda, apretándome contra él que conducía la bicicleta camino de nuestro piso de la periferia desde la Plaza de Toros de Valencia. Yo, ciertamente adormilado, apoyaba mi cabeza sobre el cuerpo fuerte de mi padre y me sentía arrullado y protegido; las calles vacías y el sonido uniforme y tranquilizador del pedaleo acentuaba la sensación de que en el mundo sólo existíamos mi padre y yo. Regresábamos de nuestra semanal sesión de lo que los carteles anunciaban como “Gran Velada de CATCH” y que en castellano traducían, no sé si correctamente, como: “lucha libre americana”. Eran tiempos de pan y circo, más o menos como ahora, y nuestro circo era la lucha libre, los viernes por la noche, en verano.
Empezaba el espectáculo a las once, casi siempre con retraso; el reloj de la plaza, grande, permitía que pudiéramos seguir la saeta de los minutos con impaciencia. Cuando la demora excedía del cuarto de hora se producía la transmutación: de la expectación se pasaba a la irritación, las voces subiendo de tono hasta alcanzar el griterío escandaloso. Las pocas mujeres asistentes, trataban de reconvenir a sus maridos, deseosos estos de violencia, de agresividad, de golpes, quizás de sangre.
Mi padre y yo nos sentábamos en las gradas de madera del tendido; vendedores con gorra de plato oscura (pipas, cacahuetes, bebidas) o gorro blanco (helados) aprovechaban la espera y la luz de los potentes focos para colocar su mercancía a precios abusivos. Nosotros no nos permitíamos esos lujos, el dinero estaba tasado; incluso para economizar presionábamos en la taquilla para lograr una entrada de “señora” para mí, porque la entrada costaba la mitad. Me daba un poco de apuro cuando pasábamos el control y miraban el papel rosa y después me miraban a mí…pero ese ahorro tenía una compensación: una ración de calamares a la romana y una caña (sólo un sorbo) en el bar “Los Toneles” a la salida. Allí coincidíamos con algunos de los luchadores, recién duchados y sin marcas (o casi ninguna) de lo que un rato antes parecía haber sido una lucha a muerte.
Pero volvamos a la plaza: la salida de la primera pareja de contendientes era recibida con expectación y aplausos (algún pitido, algún abucheo). Los luchadores, con capa y capucha se abrían paso entre los aficionados esquivando las palmadas de los que tenía la suerte (el dinero) de poder ocupar silla con cojín en medio del ruedo, rodeando el ring.
A estas alturas se apagaban las luces a excepción de las que iluminaban el cuadrilátero, que entonces adquiría todo el protagonismo. Los “gladiadores” subían a la plataforma haciendo alarde de agilidad y saludando al público, nunca muy numeroso, todo sea dicho.
El árbitro recitaba, micrófono en mano: “Primer combate de esta velada, (¡biennn!, aullaba el respetable público), a cuatro asaltos de cinco minutos (¡biennn!), con tres descansos de un minuto, (¡biennn!)…a mi derecha Pizarro, 72 kilos (¡biennn!)…a mi izquierda Montoro, 76 kilos (¡biennn!). El árbitro les recordaba las reglas tras reunirlos en el centro del ring, revisaba las manos y las suelas y se retiraba. Sonaba el gong, “segundos fuera”, los segundos eran los cuidadores, entrenadores, aconsejadores y en última instancia los encargados de tirar la toalla cuando pensaban que su pupilo no estaba en condiciones de continuar.
Los primeros combates eran los “bonitos”, los luchadores, generalmente jóvenes atletas lucían sus habilidades y no hacían marrullerías. Esos eran los que luego te encontrabas en el bar, departiendo amigablemente.
Los últimos combates eran los más esperados, en ellos aparecían personajes barrigudos, fondones, con alguna característica especial (desprendían choques eléctricos al contacto o llevaban máscaras amenazantes, o tenían un doble frontal capaz de abrirle la cabeza al contrario, etc.). En estos combates era cuando el gentío disfrutaba porque el ¿deporte? Se convertía en espectáculo teatral, con mucho aspaviento, gesticulaciones de dolor tan insoportable como inexistente. Como además solían ser pesos pesados los aparatosos golpes sobre los tablones que la lona ocultaba, producían un fuerte sonido que recorría el coso.
Los gritos de ¡Tongo,tongo, tongo! Eran frecuentes y las intervenciones del árbitro numerosas, aunque menores de lo que cierta parte del público exigía…Y ahí es donde llegaba mi vergüenza porque mi padre era uno de los pocos que se creía que aquello no era una farsa y exigía del árbitro a grito pelado que separara a los contendientes. Los vecinos de asiento lo observaban con sonrisa socarrona como quien mira a un iluso pueblerino y yo no sabía dónde meterme ni cómo hacer entrar en razón a mi padre, que acababa histérico y afónico a partes iguales.
Pero aquel mal trago se me pasaba y el viernes siguiente, si las condiciones meteorológicas lo permitían, allá acudíamos otra vez en bicicleta, ilusionados, a nuestra cita con la capital, con la plaza sin toros, los tendidos, el albero, el cuadrilátero y unos pobres hombres tan marginales como nosotros ganándose la vida a base de mamporros (fingidos unos, reales otros) para que pudieran/pudiéramos los espectadores descargar toda la bilis negra en una época gris.