miércoles, 6 de enero de 2010




La extimidad esperpéntica de la burguesía y

"El Abuelo" de Garci

(Tesis doctoral)


Me tenía acongojado mi amigo Vicent con el concepto de extimidad hasta que con mucho esfuerzo (google) y disminuidas facultades he llegado a la conclusión de que el término acuñado por Lacan no significaba para este ilustre psicoanalista “ostentación de intimidad” sino algo que se le escapa al propio sujeto aunque quiera contar sus intimidades, porque la extimidad está fuera de su alcance, no es narrable, pertenece a su yo más real y, por tanto, inalcanzable para su universo mental.

Me quedo más tranquilo así, me permite seguir contando cosas aparentemente éxtimas pero que en realidad no son más que intimidades de andar por casa, compartibles y hasta pudorosas.

¿Y que tiene esto que ver con la película “El Abuelo” de nuestro oscarizado José Luis Garci, se preguntarán angustiados? Pues ya se verá que sí, que para eso es la tesis.
Por si alguien considera que este ilustre cinéfilo, cineasta, director, productor y escritor realiza películas lacrimógenas, sensibleras, melifluas, blandengues, empalagosas y hasta cursis no seré yo quien se lo discuta, porque comparto la opinión.
Pero quiero salvar “Asignatura pendiente” porque, al margen de la calidad del film, me trae recuerdos y añoranzas de cuando entonces.
Y creo que por méritos propios (de él) merece salvarse de la quema “El Crack”, una producción con todos los ingredientes del auténtico cine negro, con buen guión y todo, y con una actuación de Alfredo Landa que desdice la probable inclusión del término “landismo” en el diccionario de la RAE como encarnación personalizada del cliché de rijoso-macho-ibérico de las películas de destape pseudo-terapéutico de los años setenta y ochenta.

Ningún reproche para Landa, la mayoría tenemos que trabajar para subsistir sin poder elegir, aunque antes y después de esa nefasta etapa del cine español, nuestro actor demostró sus inmensas cualidades interpretativas.

“El Abuelo” también es rescatable a mi parecer y no es ajeno a ello el que esté basada en una novela de Pérez Galdós, en que parte de la música sea de Satie, en que la fotografía sea espléndida y en que, sobre todo, actúa uno de los más grandes del cine en España (y en el Mundo entero, que diría un andaluz).
Me refiero, como no, a Fernando Fernán Gómez: imponente en su mirada, en su portentosa voz, en su forma de declamar y en su entera presencia, que justificaría por sí sola la invención del cinerama.
No creo que Garci tuviera muchos problemas de dirección: a don Fernando se le da el guión, se le pone la cámara delante, se dice ¡acción!... y a rodar sin desperdiciar cinta o lo que se utilice ahora.
La película es como “El Gatopardo” (perdón, Visconti) pero a la española, me explico: un señor feudal, un aristócrata venido a menos en sus riquezas pero no en sus valores de honor y de pureza de sangre, se ve acosado por la naciente burguesía, que partiendo de la nada y a base de aplicar aquello de “dinero no falte y trampa adelante” va adquiriendo poder económico y político.
Tampoco sale bien librado el campesinado, presto a recoger las migajas con falsa sumisión y artimañas variadas.
La historieta de la averiguación de cuál de las dos niñas (aquí pintadas como dos angelitos y en la novela como dos pequeñas arpías) es la auténtica nieta, y por tanto heredera del patrimonio genético, no me interesó nada, sin comentarios pues. Paso también por alto el que Garci haya colocado en el reparto a la mitad de la familia (Cayetana, su padre Fernando Guillen, Emma Cohen, la señora de F.F.G), nepotismo light al fin y al cabo.

A lo que vamos: No es que Galdós-Garci defiendan la aristocracia y sus principios, pero uno acaba tomando partido por ese abuelo huraño y terco, pero sincero, anticlerical y valiente, que ve como acaba una forma de sociedad (la “natural”, pensaría él, aquella en la que cada uno estaba en su lugar) para dejar paso a otra tan mezquina o más que la anterior, donde todo es movedizo, arribista e inseguro.

Acabé mi lectura diciendo:
“Esa naciente burguesía, ostentosa incluso de sus miserias, es extimidadamente esperpéntica”.
Expuesta esta última frase contundentemente como impepinable consecuencia de la lógica de las lógicas, se produjo un silencio cortante en parte del tribunal (la que estaba despierta) y el acallamiento súbito de los ronquidos del resto de los togados.
Y aquí es cuando me suspendieron:
“Suspenso summa cum laude”, dijo el portavoz del tribunal, evidentemente airado, en un latín que a mí me pareció pronunciado sin ganas y saltándose la mitad de las emes.
“Y además por unanimidad absoluta”
Intenté decirle que esto último era un pleonasmo innecesario y vengativo, sobre todo porque no había consultado a sus compañeros, pero no pude, el vocero estaba lanzado…
“Usted no ha leído a Lacan, si lo ha leído no se ha enterado de nada, y además su complejo concepto de la extimidad nada tiene que ver con Garci y su dichosa peliculilla…”
Yo argumenté en mi defensa que Berlanga, en todas sus películas introducía en alguna frase lo de “austro-húngaro” viniera o no a cuento y sin embargo ya ven, fue premiado con el Príncipe de Asturias de las Artes. Lo mío, pues, sería una injusticia.
No me quedó otro remedio que imitar a don Fernando y con voz poderosa espeté:
¡Váyase a la mierda!
No obstante en el próximo escrito volveré a mis intimidades sin extimidarme, pero porque no puedo como ya ha quedado claro, que lo dijo Lacan, que él sí aprobó su tesis doctoral.

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