viernes, 7 de noviembre de 2008





Las hojas de acanto


Los distintos profesores que nos explicaron que en el orden arquitectónico corintio, el más bello de los tres órdenes clásicos, el capitel de las columnas estaba adornado por hojas de acanto, nunca nos aclararon de que planta hablaban ni nosotros en nuestra pobre cultura botánica conocimos tales famosas hojas (creo que ellos tampoco).
Supongo que hasta pensábamos que debía ser una especie extinguida o cuanto menos en extremo exótica; pero no, la planta en cuestión es muy frecuente en estas latitudes y hasta en el modesto jardín que rodea mi centro de trabajo hay varios Acanthus mollis, así que desde aquí les brindo una fotografía …para su conocimiento y efectos oportunos.
Hubiera sido fácil mostrárnosla pero quien sabe si no lo hicieron para no romper el encanto de aquella palabra sonora y misteriosa que en su forma pétrea tiene una simetría y un equilibrio que no se da en la realidad. Dejémoslo en la duda...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Very nice blog.

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Keep blogging.
Good job.

Ángel Fondo dijo...

Aparte del efecto didáctico tanto de agradecer de tu texto me haces pensar en eso de la armonía, simetría o belleza que poseen algunas palabras, y reflexionar sobre el poder que tienen para arrastrarnos hacia ellas inconscientemente. Cuantas y cuantas veces, al intentar transcribir en papel una idea o pensamiento, se dibujan en nuestra mente esos vocablos que con su agraciada sonoridad nos incitan a utilizarlos, hay que hacer un esfuerzo suplementario, al ya arduo de intentar escribir y que nos agrade lo escrito, para no repetirlos constantemente.
La seducción que ejercen sobre nosotros sólo es comparable a la que tienen algunas mujeres inalcanzables, esas que habitan en los sueños o en los personajes de algunas cintas cinematográficas, ¿no crees?

Anónimo dijo...

Efectivamente, tal como dice Robi, hay palabras que son armonia y belleza, a mí me ocurre con "mermelada de fresa", pero traducido al inglés, en mi fantasia veo, brillantes y jugosas fresas, doradas por la dulzura del azúcar, formamdo parte de un delicioso desayuno en la campiña inglesa, compartiendo mesa con Oscar Wilde, deleitándome con su charla aún mas armoniosa, chispeante y brillante...