viernes, 3 de abril de 2009


Dias de radio

Ayer revisité “Días de radio” de nuestro admirado Woody Allen.
Como su valía no tiene fecha de caducidad ni hacen falta muchos comentarios elogiosos, le pongo un 8 (o un 10 si se me antoja, que aquí no hay medias para elegir carrera) y voy a mis asuntos.



Y ese asunto es que, para los que estamos entre la tercera y la eterna juventud, la película nos transporta a la infancia sin tele (ni falta que hacía) en la que la radio se constituía en centro de la cotidianidad, en núcleo de la compañía en la soledad del ama de casa o en el trabajo del laborioso operario.

Esos aparatos mágicos, repletos de válvulas ocultadas por un cartón atornillado en su parte trasera y que nadie osaba destapar porque un rayo dibujado te advertía del peligro, escondía el misterio de la palabra y de la música.


Las voces eran tan reales que uno pensaba que los locutores (speakers, decían los cultos) estaban allí dentro, personas enanas o solo cabezas parlantes cuyas voces tenían un tono familiar y cercano. Eran voces bien timbradas, de dicción perfecta, entendiendo por perfecta la eliminación de cualquier atisbo de acento periférico; aquello era castellano- castellano, así se pronunciaba y así debía pronunciarse, sin vuelta de hoja. Esta rigidez fonética ha persistido en mí como un prejuicio. En mí y en otros: recuerdo que Umbral dijo con ocasión de la presentación de su candidatura a la presidencia de Miquel Roca i Junyent (del que se burlaba convirtiendo su segundo apellido en “chunchen”) que “cómo iba a ser presidente de España alguien que no sabía hablar castellano”.

A mí, sin llegar a ese extremo sigue “sonándome extraño, inadecuado o incluso risible” que en una emisora de ámbito estatal se hable con un deje marcadamente local/regional/protonacional. Yo mismo, cuando me he oído en alguna grabación me parece que mi castellano está contaminado (¡contaminado!) por un tonillo valenciano que he adquirido y que no me gusta.

Paradójicamente, el catalán en su variante valenciana me resulta melodioso y más dulce que el castellano (no así el catalán de Cataluña). Así pues, me emboba por igual el castellano de una salmantina, que me encanta escuchar el valenciano puro de Ovidi Montllor, de quien un día de estos hablaré.

Pero volvamos a lo nuestro, aquellas voces de la radio de los cincuenta, saliendo de los altavoces de membrana de cartón y moduladas por las válvulas luminosas y cálidas, distaban mucho de la metalización sonora que ofrecieron los posteriores “transistores” y no digamos los detestables reproductores de mp3 actuales, castrados y ausentes por completo de armónicos.

Aún conservo la radio de mis padres, una Iberia de fabricación nacional, de cuando en este país había marcas propias. Funciona perfectamente aunque requiere de un transformador para reducir el voltaje a los 125 de la época. Las pocas veces que lo he enchufado me ha sumergido en un mundo en el que las horas de la comida y de la cena estaban marcadas por el “diario hablado” que todo el mundo conocía como “el parte”, nombre éste desprovisto de su apostilla “de guerra”, pero que conservaba los mismos aires de victoria y propaganda (o de derrota y miedo) que cuando , desde el 37 al 39, emitía desde Salamanca los avances heroicos de las tropas de la Cruzada liberando los pueblos y ciudades de las hordas marxistas y los complots judeomasónicos.

No existían, por supuesto las emisoras privadas, todas eran del Glorioso Movimiento y, aunque poseían programación propia, tenían la obligación de conectar con la emisora central para emitir el diario hablado, erigida como estaba en única portavoz de la verdad incontestable.

No recuerdo que prestáramos demasiada atención a los contenidos pero al menos eran la referencia horaria y el telón de fondo de las conversaciones mientras comíamos. Sólo las catástrofes naturales o los grandes acontecimientos eran capaces de provocar el ¡chist! y el silencio y la escucha. El resto era consabido, propagandístico, autocomplaciente, cuando no directamente falso.

La figura del Caudillo era omnipresente, parecía estar siempre inaugurando pantanos, carreteras, escuelas, cosas; siempre en actos multitudinarios y vitoreantes; siempre rodeado de autoridades militares y eclesiásticas de barrigas orondas y sonrisas incrustadas, complacientes, paternales, bondadosas…esto lo sabíamos por el NO-DO, de proyección obligatoria antes de la sesión de cine.
Franco mostraba interés por todo, atento a quien le informaba desde una distancia respetuosa, mientras doña Carmen (apodada “la collares” por la permanente envoltura de su esbelto y aristocrático cuello) anulaba las sonrisas del cortejo con la suya propia, más amplia y con los dientes más blancos.

En las casas “normales” había un solo aparato, el de mi familia era digamos el modelo básico. No hace mucho y por aquello de las asignaturas pendientes compramos el que encabeza este post y que entonces solo poseían las clases acomodadas; como se puede apreciar ya estaba provisto de teclas, de control de agudos y graves, ojo de gato o mágico para la sintonización fina, etc.

La radio (también llamada arradio por las mismas razones por las que se decía treato, por incultura) se situaba sobre el aparador del comedor o en la salita-comedor, generalmente ocupando un lugar destacado.
Muchas veces reposaba sobre una pequeña tarima elevada, adornado con tapetes y puntillas primorosas de fabricación familiar. Sobre él alguna figurita de porcelana o adorno similar completaba la decoración.

El colmo de la sofisticación hortera fue cuando inventaron una plataformita circular, convenientemente sujeta, sobre la que una minúscula bailarina “danzaba” por efecto de las vibraciones del altavoz sobre unas fibras rígidas situadas debajo de la amplia falda de ballet de la muñequita. No tuvo mucho éxito el artilugio por que la forma de sujeción más normal era hincarle un alambre al oculto altavoz con el consiguiente destrozo.
Aquellos aparatos de la radiodifusión se calentaban mucho y habían de apagarse, dejarlos reposar, cuando los primeros olores a quemado hacían su aparición. Ahora sé que aquellas lámparas no consumían mucha electricidad, pero los padres de entonces, hablo de los que como los míos miraban necesariamente la peseta, se cuidaban de advertirnos a los hijos de que no había que abusar y que sobretodo ¡no os durmáis con la radio encendida!, cuando por razones de acabar los deberes, trasnochábamos.
Siempre había algún ejemplo en la vecindad de haberse pegado fuego la casa por culpa del dichoso trasto, o sea, que cuidado. Además…no sé cómo podéis estudiar i escuchar a la vez.


No, yo no escuchaba y estudiaba, sólo escuchaba y no por mucho tiempo porque cuando el brasero de la mesa camilla (hablo del invierno porque en verano estábamos en la calle, tomando la fresca) dejaba de calentar…a la cama.

Pero en ese rato de soledad si apagabas la luz del flexo y pegabas la nariz al dial podías imaginar que rodando el botón que desplazaba la varilla sintonizadora , viajabas a través de las numerosas ciudades cuyos nombres, apretujados, estaban grabados sobre el cristal, iluminados débilmente por dos perillitas laterales.
El conjunto adquiría con la dosis de fantasía adecuada un aire entre fantasmagórico y teatral, una fábrica de sueños “al alcance de todos los españoles”.
Si con otra de las ruedas frontales cambiabas de frecuencia, es decir, pasabas de la onda media a la onda corta, o incluso a la pesquera, podías escuchar emisoras que hablaban lenguas extrañas y en las que el volumen aumentaba y disminuía a oleadas sonoras incrementando la sensación de exotismo y lejanía.

Capítulo aparte merecen los programas: los seriales radiofónicos, los concursos, el rezo del Ángelus (otra referencia horaria, las doce), las obras de teatro, los consultorios sentimentales, los rosarios vespertinos rezados supuestamente en familia … y los programas que me hicieron conocer y amar la música.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola. Muchas gracias por la foto de escenas similares que no conoci a la sombra de una radio (tambien con valvulas y nombres de ciudades) que habia en mislata y que so conoci. Un abrazo

Ángel Fondo dijo...

Woody te ha hecho rememorar un tiempo que ahora se nos antoja tocado por la magia. Frente a mí, en este mismo instante y lugar, tengo una antigua radio Philips de válvulas. La pobre ha llevado como pudo el paso de los años y el olvido o desidia que se nos apoderó con todos esos avances técnicos sufridos y disfrutados tras su reinado. Me resulta sumamente fácil viajar hacia el pasado y verme manipulándola, ensimismado, girandole esa ruedecita capaz de trasportarme con mi imaginación y sus sonidos a otras partes del mundo. Era común escuchar música árabe, o aquella emisora antifranquista “Radio España Independiente, estación pirenaica” creo que dirigida por el PCE. Los infelices humanos necesitamos creer en la posibilidad de ser capaces de saltar la limitada cotidianidad con la ilusión de lo lejano, siempre fascinante, y la radio incrementaba extraordinariamente nuestra capacidad imaginativa…añoro esos días de radio…sí.

Un abrazo.

ALCON dijo...

Hola! Digamos que estoy retomando la actividad blogera y me llamo la atención el nombre de tu espacio, que me ha encantado lo que escribes.

Te visito..

Anónimo dijo...

Quercus: Te superas cada vez más. Esta evocación me ha parecido verdaderamente estupenda. Incluso, me da un poco vergüenza confesarlo, me ha puesto bastante nostálgico porque yo pensaba que a estas alturas estaba curado de esas veleidades juveniles. Y ahora llegas tú y nos hablas de esos aparatos de radio, etc. y me pongo a recordar cosas pasadas que creía guardadas bajo siete llaves en mi memoria. Mi aparato era un "Invicta". Reposaba en una mesica junto a la de camilla. El brasero, el ambiente, la sala, todo igual. Y no sólo eso. En mi caso debo añadir una compañía femenina, una gratísima presencia. Esperábamos a la madrugada, cuando todos dormían. Ella -una adolescente que me enloqueció- pasaba sus vacaciones en mi casa. Nos quedábamos solos... !todo el santo día esperando este momento!... Charlas sobre arte, historia, filosofía... miradas cómplices, roces en apariencia fortuítos, su primer beso... su despertar a sensaciones y emociones... !Maravillas irrepetibles de la juventud!

Querido Quercus, ya ves que tu post ha sido efectivo. Me ha hecho viajar en el tiempo, me ha hecho sentir y me ha dejado un sabor dulcísimo en la boca como aquella saliva inolvidable que saboreé en la suya hace ya tantos años.

Abrazos.- Lanzani.

Anónimo dijo...

Bueno, pues a mí me ha dado un ataque de risa!, ha sido divertido lo que dices, está muy bien descrito, yo no guardo ninguna nostalgia de las cosas antiguas, no guardo nada ni en la memoria, ni me parece que ningún tiempo pasado fué mejor.

Laskhmi.

julo garcia camarero dijo...

Bueno de momento solo decir que este me parece un blog muy elegante, muy interesante. Más adelante ya comentaré con más amplitud
salud
julio garcía