viernes, 27 de marzo de 2009


La jauría humana (Arthur Penn, 1966)

Cuando vi por primera vez esta película la disfruté y la sufrí considerándola como un valiente retrato auto crítico de una sociedad podrida pero la ceñí entonces a una situación concreta y en un lugar concreto, es decir: cómo en un pueblo de lo que hemos dado en llamar “América profunda” una serie de circunstancias pueden llevar a una muchedumbre a hacer aflorar los instintos más primarios hasta culminar en la caza de un hombre como diversión y al apalizamiento de la autoridad oficial (el Sheriff) que intenta imponer la legalidad de la justicia frente al linchamiento de otras épocas.

Complementariamente encontramos toda suerte de miserias: desde el simple aburrimiento cotidiano, la infidelidad, el dinero como meta prioritaria, la imbecilidad juvenil, el caciquismo, el servilismo, el racismo, la doble moral…


Ahora, ya sin el impacto inicial, pero sin olvidarlo, de algunas escenas y de todas las grandes virtudes del film (actuaciones soberbias, recreación del ambiente que constituye el caldo de cultivo de la tragedia, guión, música, etc.) me quisiera centrar en Marlon Brando como actor y como personaje.


Marlon Brando es para mí un actor que trasciende los papeles que interpreta, es difícil imaginar sus mejores películas protagonizadas por otro actor. Brando por su personalidad y su formación actoral (y, a veces, a pesar de ella) no actúa sino que absorbe e internaliza al personaje guionístico para después encarnarlo tranformado en arquetipo. Así: Brando es Julio César, Brando es el Padrino, por poner sólo dos ejemplos.


Aquí en esta película Brando eclipsa literalmente a Robert Redford, Angie Dickinson, Jane Fonda, Robert Duvall, Miriam Hopkins, EG Marshall y toda la plantilla de secundarios, y eso que todos ellos cumplen eficazmente con su papel. Toda la pantalla es suya cuando aparece.


Marlon Brando va más allá de la correcta interpretación, su sola presencia, sus gestos y sus miradas expresan en cada momento y sin sobreactuaciones sus estados de ánimo.


Su corpachón es zarandeado en esa mítica paliza (los golpes te llegan a doler) y su respuesta defensiva es la única creíble, la que puede esperarse cuando son tres los atacantes, no hay trampa ni cartón en la pelea, Brando sale machacado físicamente pero no derrotado en su integridad moral. Esa es la grandeza y la dignidad del sheriff, la que lo sitúa por encima de sus verdugos.


Pero ese sheriff tiene un pecado original: su nombramiento no ha sido “por mérito y capacidad” si no por la voluntad del cacique local, verdadero poseedor del mando real, el que concede el dinero y el estatus social. Su autoridad es una autoridad delegada, formal y por tanto reclamable por su donador cuando la situación exija saltarse las leyes o emplear la violencia en beneficio propio.

El personaje que interpreta Brando vive queriendo creer que su honestidad y su “placa” le hacen merecedor de su cargo, y hasta se permite algún desprecio simbólico (la devolución de un regalo) hacia su protector/jefe.

Los hechos le demuestran la ficción en la que ha vivido, su papel de hombre de paja, su impotencia, la inutilidad de su supuesta autoridad, el desprecio de quienes son sabedores de su rol, que no supera el del orden local y el mantenimiento de las apariencias.

En el desenlace de la película con el asesinato a quemarropa de quien tenía que ser entregado a la justicia es la hora del reconocimiento del fracaso, del auto engaño y de partir a otro lugar…


Moraleja: el poder es el poder, si no lo ejerce directamente quien lo tiene es por que le resulta más cómodo delegar, pero no intentes dejarte comprar “sólo un poquito” por que las graciosas concesiones te serán demandadas a su tiempo y con altos intereses.






(Consideración absolutamente prescindible con la única intención de rebajar un puntito lo que ha podido resultar un discurso impostadamente serio : Marlon Brando abandona el pueblo herido y fracasado… ¡pero con Angie Dickinson!)


1 comentario:

Anónimo dijo...

A menudo me pregunto qué hago yo en un mundo con el que no tengo casi nada en común. Detesto la violencia, y todo lo que sea brusco,así que las peliculas de éste tipo, por buenas que sean, no las veo, no es que me interesen las historias rosas ni cursis, esas también las detesto, me gusta el cine que ahonda en la personalidad de la gente, si puede ser con un toque de humor, ya es perfecto, y sobre todo reir, que es lo que más agradezco, pasar un rato divertido, "Un pez llamado Wanda" es un buen ejemplo. Lakshmi.