Los días del pasado
No me voy a poner en la difícil tesitura de tener que elegir entre esta película, “Los santos inocentes” y alguna otra, para valorar la que a mí me parece la mejor realización de Mario Camus.
Comienzo por ésta porque la acabo de ver por tercera vez y porque por tercera vez se me ha puesto en marcha la salinidad lacrimal.
Me parece, en primer lugar, que Camus tuvo la enorme valentía y demostró su fino olfato al confiar los papeles protagonistas a dos personas que, a priori, no se habían destacado en el campo interpretativo: Pepa Flores (ex Marisol) no había hecho más que películas anodinas y algunas hasta sonrojantes, tampoco de su faceta como cantante se podían emitir grandes alabanzas; Antonio Gades sí había demostrado sus extraordinarias facultades como bailarín, pero no había tenido ocasión de revelar su potencial actoral.
Acertó plenamente: Pepa hizo el mejor papel de su carrera y Antonio compuso su papel dotándolo de una sobriedad y de un registro acorde con el personaje duro y tierno que exigía el guión. Como en otras ocasiones el cine español no ha sabido exprimir después esas cualidades.
La localización de la historia y la elección de Hans Burman como encargado de fotografiarla son otros tantos a favor del director: su forma de “ver” el paisaje y la iluminación de los interiores crean la atmósfera claustrofóbica que conviene al relato. Hace que rezume la tristeza y transmite el frío exterior e interior de forma que llegas a sentirlo en carne propia. (La escena de Juana/Pepa tiritando al desvestirse o la de Antonio obligado a lavarse a regañadientes antes de acostarse con ella, son dos claros ejemplos de lo que digo).
Pero vayamos al argumento: Una maestra rural se desplaza desde su Málaga natal hasta un pueblecito brumoso del Norte con la esperanza de reencontrarse con su amado, quien, después de haber perdido una guerra, haber trabajado esclavizado en un campo de concentración argelino y haber combatido en otra guerra, retorna a su país y se incorpora a la guerrilla antifranquista.
El ambiente que encuentra es hostil en lo climático pero no en lo social, los niños la acogen con alegría, la misma que ella transmite con su acento andaluz, con sus ojos del color del Mediterráneo, sus juegos y sus canciones infantiles; hasta el mismo inspector escolar (magnífico Manuel Alexandre) la trata con deferencia y cariño.
Pero esa alegría, digamos visceral, no es capaz de esconder la amargura, la tristeza, el miedo y el desarraigo que le va calando conforme pasan los días y no encuentra la forma de tener noticias de Antonio. En el pueblo corren rumores de que un grupo de maquis anda por la zona, que realizan algún tímido acto de sabotaje…pero la gente no quiere ver, no quiere hablar, está asustada, narcotizada.
Al fin, un alumno, enlace con la guerrilla, tras muchos titubeos le da una pista real que acaba propiciando el deseado encuentro. Aquí encontramos uno de los momentos de genialidad del director: después de seis años de separación y con la carga de sufrimiento que han acumulado en ese tiempo, el proceso de acercamiento, la aproximación, es tímida, contenida, amorosamente tibia. Parece omnipresente la fugacidad del momento, la desconfianza en un futuro juntos. Él está convencido de estar haciendo lo que tiene que hacer por encima de cualquier otra consideración; ella está cansada, derrotada, quiere volver a su tierra, recuperar el sol y la paz, aunque sea de cementerio.
El otro momento cumbre de la película es el retrato del estado de ánimo de los maquis; son conscientes de que la batalla está perdida pero los ideales se mantienen íntegros y cuando uno de ellos expresa su duda sobre la misión que los mantiene en un estado de acoso y derribo con tan pocas esperanzas de éxito, el capitán pregunta al que está de guardia:
--Que dice éste que porqué estamos aquí
--Estamos, ¿no?--.Responde el otro con dudosa rotundidad .
--Pues eso, estamos--. Confirma el capitán.
Juana, ya de vuelta al Sur, en una escuela luminosa, oye recitar con la mirada perdida (pero ahora el vestido es de colores vivos, y la manga, corta) a otros alumnos que con la misma voz insegura, relatan el curso de los ríos que nacen, crecen, reciben afluentes y van a morir al mar.
Se escuchan superpuestos los tableteos de los fusiles ametralladores sobre un fondo de bosques allá en el Norte…
1 comentario:
Los días del pasado y del presente: los días.
Nadie lo ha planteado pero como lo pienso, lo digo: su blog no es un carnaval de feria. Ninguna preocupación por ese flanco. Todo lo contrario, cada día se parece usted más al personaje que Max von Sidow encarnaba en “Hanna y sus hermanas” de Woody Allen. A todos los efectos: para lo bueno y para lo malo. Dicho esto desde la más estricta subjetividad de uno de sus seguidores habituales: la iconoclastia, la tristeza y el pesimismo se imponen post tras post.
No sé dónde tengo leído o escuchado que la memoria son los recuerdos más la imaginación de cada cual. De “Los días del pasado” no tengo demasiados recuerdos y mi imaginación se disuelve cada vez más “como lágrimas en la lluvia”*. Uno de mis hábitos más conspicuos consiste en evitar en la medida de lo posible cualquier ocasión para el dolor. Los recuerdos a los que nos remite la película comentada aún son dolorosos para mí, no consigo la distancia emocional suficiente para enjuiciarlos de manera racional e histórica. Mi imaginación tiende a situarla como una especie de tragedia griega clásica en la que sus protagonistas son rehenes conscientes de ese algo que los más precipitados pueden calificar como destino inmisericorde y final.
Sé que no era su intención pero lo ha conseguido: lo digo más que nada porque la tristeza y el pesimismo son contagiosos.
*”Blade Runner”
PD. Para las críticas utilizo un alias.
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