viernes, 9 de abril de 2010



El tabaco, mi querido enemigo


He intentado varias veces dejar de fumar, no muchas, pero todas ellas con un final que me parecía feliz (engañosamente ya sé), volver a fumar. Era como un regreso al hogar, un recalar en un territorio familiar.

Los alveolos, los bronquiolos, los bronquios…todas las células anhelantes, aplaudiendo insensatamente al recibir la dosis de nicotina placenteramente mortal.

Hago excepción de ese maldito neocortex en su función de elaborar pensamiento racional que estaba cabreado como un mono, a pesar de que paradójicamente los primates son unos fervorosos drogadictos, como se sabe, si se les da la ocasión.

De la única vez que conservo testimonio escrito fue de la de 1994. Mi compañera estaba en sus primeros días de abstinencia, acabábamos de comer y ante el café, el taimado demonio en forma cilíndrica y humeante la tentó. Ya se hallaba a punto de caer cuando yo, transfigurado en arcángel, le recomiendo encarecida y sacerdotalmente que “persevera, hija, persevera” mientras empalmo cigarrillo tras cigarrillo para encontrar inspiración y para mejor argumentar y convencer.

Ante tamaña contradicción decido mentalmente que también me uno a la cruzada y que la solidaridad es la solidaridad y otros pensamientos igualmente edificantes. Cuando ella desaparece para acudir a su trabajo, me compro un disco para premiarme por mis buenas intenciones. Acto seguido y para celebrar la alegría del disfrute anticipado de la audición, enciendo mecánicamente un cigarro.

Primer mazazo a la conciencia.

Me tomo otro café y escribo una lista de beneficios…muchos, en resumen. Casi me fumo otro cigarro pero releyendo la lista me supermanizo y reasumo el Gran Proyecto.

Son las cuatro de la tarde y a las once caigo desmayado en la cama y las pesadillas, que no recuerdo, me provocan pequeñas convulsiones, según mi santa.

El despertar fue horrible, un solo pensamiento: ¿cómo pasar las horas rechazando a cada instante la llamada de la selva? Me digo: “Mi reino por un cigarro”.

Imagino anticipadamente: café con leche sin cigarro; ir al baño sin cigarro; conducir hacia el trabajo sin cigarro; sentarse a la mesa del despacho sin cigarro; proyectar las tareas sin cigarro; almorzar y café sin cigarro…y así todo seguido.

Imposible, pienso.

Tres días sin poder concentrarme y con un humor de perros, mi único objetivo es no caer en la tentación (y líbrame del Mal, Señor).

Recupero el sentido ya casi atrofiado del olfato y descubro que casi todo huele mal.

Recupero el sentido del gusto y casi todo está bueno pero como no tengo prisa en acabar de comer porque no voy a fumar, zampo más de lo que es habitual en mí con las consiguientes malas digestiones y sus derivados gaseosos.

Mis relaciones interpersonales se van deteriorando porque me aburro al cuarto de hora sin el parapeto del cigarro y sus volutas de humo que tanto entretienen y distancian.

Total, que pasada la semana heroica en la que todo el mundo alaba tu entereza, gallardía y voluntad, vino la desesperanza progresiva y un día cuando me desperté “El dinosaurio aún estaba allí”

Comenzaba entonces otra batalla: además de los reproches internos, ahora había que aguantar los externos, los de los falsos amigos que en vez de consolarte por la recaída en el averno del vicio, te escupían, sonrisa en boca, aquello de: ¿pero tú no te habías dejado de fumar?; otros, los compañeros aspiradores/expeledores de humo recuperaban la tranquilidad y la alegría no expresada verbalmente del regreso a la tribu.
A mí me ayudó mucho en mi recaída un libro magnífico que no recomiendo a nadie, escrito por Vicente Verdú y que lleva por título “Días sin fumar”. Es un diario de los tres primeros meses pormenorizando sus vivencias al dejar el cigarrillo; una descripción trágica, con gotas de humor negro, del sufrimiento de quien se siente vacío, solo y enlutecido desde el mismo momento en que se toma la gran decisión. Cuenta que conforme avanzan los días, las semanas más bien, su ansiedad va decreciendo y su autoestima creciendo a la par que empieza a glosar las ventajas olfativas, gustativas y respiratorias del desenganche. Pero el hueco, reconoce, está ahí, acechante, así en la vigilia como en los sueños y los insomnios.

Especialmente emotivo es cuando en un viaje a Alicante, su tierra, al observar el grandioso espectáculo de los almendros en flor, antes de que elcorteinglés anuncie la llegada comercial de la primavera, se baja entusiasmado del coche, busca una piedra que le sirva de asiento para mejor disfrutar del paisaje acompañado de su habitual cigarrillo cuando… ¡maldición, si he dejado de fumar!

De repente las flores, el zumbido de las abejas, el cielo azul, el sol esplendoroso, abandonan sus encantos para dejar paso a la frustración. Retorna a su cubículo metálico y continúa el viaje.

Y de la frustración a la tristeza, una tristeza difusa, inconcreta, generalizada y sin objeto: una tristeza en sí misma.

Todo acaba digamos que bien, pero como el libro lo presté y no me lo han devuelto, improviso lo que me parece recordar: “ Hace tres meses que deje de fumar, me encuentro mejor, subo las escaleras sin cansarme, respiro con menor dificultad, he recuperado los matices del sabor, me siento libre de la maldita dependencia…espero no volver a fumar…he engordado unos kilos, la tristeza sigue rozándome y he llegado a la conclusión de que soy otra persona, no sé si para bien o para mal”.

5 comentarios:

Meiga dijo...

Es increíble la adicción que crea el tabaco, lo mejor es no empezar así te evitas de pasar por todas esas situaciones tan desesperantes.
Admiro a los que lo dejan, porque sé que debe ser muy duro y hay que tener mucha fuerza de voluntad.

Ánimo

Anónimo dijo...

Lo siento Quercus, pero en vez de sentir lo que te ocurre, me ha dado la risa, es tuya la culpa por contarlo de esa forma.

Lo de no poderlo dejar.. tengo mis dudas, he conocido a gente que decía eso, y cuando ha visto en serio peligro su salud, lo ha dejado de forma tajante, pero lo que yo pueda opinar, no es válido, cuando era jovencilla, fumé una vez, me pareció algo de tan mal sabor y olor, que no repetí la experiencia.

Lo que si es penoso, es cuando veo a esas jóvenes mamas, echando el humo sobre el carrito de su bebe, en fin...para mí eso es como el café, no le saco ningun placer, con el agravante que mancha los dientes, y unos dientes fulgurantes, figuran en la lista de mis preferencias.
Lakshmi

Anónimo dijo...

Quercus, se me ha bloqueado el correo, por lo que me veo obligada a enviarte un mensaje por aqui. Gracias por tu amable atención de esta tarde, y por lo que me has hecho reir, !´me gusta tanto!, desde ahora te nombro Gran Jefe de la Tribu Familiar, en reconocimiento a tu saber escuchar y orientar.
Rosy-Dorothy

Hosco dijo...

No hago otra cosa que pensar… en lo que planteas y…

Enciendo un cigarrillo, y otro más,
un día de estos voy a plantearme
muy seriamente dejar de fumar,
por esa tos que me entra al levantarme

No hago otra cosa que pensar… en lo que planteas y…

nada me gusta más que hacer canciones,
pero hoy las musas han pasao de mí,
andarán de vacaciones.

Con la ciclogénesis de chuzos de punta que cae, opto por el humor.

Si no te importa, le dedico este comentario a Serrat, por lo que pueda pasar.
Saludos.

Illusus 1943 dijo...

Buena descripción del problema Quercus.
Yo he llegado a la conclusión de que el vivir felízmente comporta un equilibrio en tu mundo interior, una cierta nivelación entre el deber ser y el ser.
Tanto el uno como el otro se pueden relativamente modificar, pero sin que ello suponga alteración importante en dicho equilibrio. Y ello supone una aceptación previa de tus circunstancias que, si juzgas negativas has de cambiarlas, pero nunca a costa de entregar parte de dicho equilibrio.
Y con el tabaco pasa esto. Debido a las frustraciones por no haberlo dejado, ayudadas por una sociedad poco permisiva al respecto, surje la obsesion con lo que tu equilibrio queda comprometido. Y si modificas el ser, abandonando el hábito, tu equilibrio queda roto porque según dicen los entendidos, la adicción al tabaco nunca te abandona, con lo que la zozobra es constante y con el hacha de Damocles sobre tu cabeza por si recaes.
Asi que personalmente, modifico mi deber ser, acepto mis circunstancias y lo que de ellas se derive, con lo que las obsesiones desaparecen y el equilibrio se recupera.
Como decian los liberales en el siglo pasado:
"Laisser fait, laisser passé, le monde marche par si le même"
Saludos