
El espíritu de la colmena
Sé de antemano que es una exageración decir que ésta es una película de amor entre la cámara/fotografía de Luis Cuadrado y los ojos/mirada de Ana Torrent.
Qué le voy a hacer, cada vez que la veo me quedo colgado, con una sonrisa estúpida, prendado de esa niña que lo dice todo sin hablar y cuando habla/susurra, o simplemente camina (hábilmente) entre los surcos con su babero y su cartera, las ganas de adoptarla (la primera vez que la vi como hija, ahora ya como nieta) se me convierte en una perspectiva ilusionante.
En los escasos minutos de “extras” que contiene mi dvd una Ana adulta nos comenta las virtudes del Erice director; de que a las niñas las enviaba a jugar cuando no tenían que actuar para no involucrarlas demasiado en el artificio que es el cine…pero esa Ana ya no era la Ana de la película, sus ojos habían perdido el candor, el brillo y la inocencia, aunque no la inteligencia.
Estoy circunloquiando pero es porque me parece demasiado atrevido decir que es la mejor película española en lo que se refiere a sugerir sin decir, a retratar sin apenas palabras y sin apenas guión, el ambiente triste, gris, desamparado, estático y muerto de los primeros cuarenta, con los cadáveres aún calientes de la inmediata guerra y los muchos que todavía aparecerían (o no) en las tapias, en las cunetas o en las cárceles.
Pero aquí, en la película nada es explícito, es un pueblo fantasma de la Castilla profunda.
El caserón donde vive la familia es una colmena sin reina, la actividad frenética de las abejas en las colmenas reales del padre-apicultor contrasta con la lentitud y la parsimonia de los pocos habitantes de las cuatro calles del villorrio. Sólo el viento parece estar en movimiento barriendo los páramos desolados y sin cultivar.
Un matrimonio de dos individualidades que se ignoran, que apenas hablan con sus hijas, inmersos en un yo interior poblado de recuerdos, añoranzas, esperanzas de recuperar un amor perdido y quizás fugaz (ella) y una soledad insomne que escribe repetitivamente sobre esas abejas a las que ahuyenta con humo para expropiarles el producto de su trabajo, zángano de la colmena/casa (él).
Y en este marco de desolación, sin embargo, la vida está presente, renace en la escuela donde los niños van reconstruyendo a un hombre de cartón, le van reincorporando los órganos vitales para que finalmente Ana (no podía ser de otra manera) le ponga los ojos, le devuelva la vista, lo saque de las tinieblas. Todo un mundo de metáforas.
Y renace también a través del cine (el cine dentro del cine), que viene de afuera y que aporta la fantasía, el escape de la realidad; pero lo hace a través de un personaje monstruoso (Franskenstein) inconsciente de su propia maldad, inocentemente asesino y vengativamente asesinado. Más metáforas.
Ana asiste al espectáculo de la vida y la muerte sin encontrar explicaciones, no sabe porqué el monstruo ha matado a la niña , no sabe porqué han matado después al monstruo. Su hermana es la encargada de aclararle que existe la mentira, la ficción (y el cine es ficción y nadie muere) pero, en cambio, sí existen los espíritus a los que se les puede invocar y materializar cuando la soledad ahoga.
La hermana, con sólo unos pocos años más parece ya diferenciar la realidad y la forma de integrarse en ese mundo hostil, de encontrar trucos para sobrevivir. Pero Ana no, ella sigue sin entender la muerte, el misterio, y lo busca, superando sus miedos…y cree encontrarlo en el hombre huido, herido y acorralado al que alimenta y protege con su silencio.
Unas ráfagas nocturnas de ametralladora acaban con la vida de ese otro "monstruo"y, con él, su sueño hecho realidad. Aún más desconcertada por otra muerte que tampoco entiende, huye...
Cuando la encuentran y ya en su casa, Ana, descreída, sola e insomne como su padre, invoca desde el balcón de su habitación en plena noche y con un hilillo de voz a esa otra dimensión, la de los espíritus que la rescaten de la incomprensión y la realidad.
Dice… soy Ana, soy Ana…y espera una presencia iluminadora

3 comentarios:
Sr. Quercus:
Me gusta mucho el cine y me gusta mucho el cine español; el bueno claro, el de calidad, que lo hay. Digo esto porque a menudo suelo leer las críticas de las películas que veo y me encuentro con personas que son capaces de diseccionar hasta el último fotograma; que nos hacen ver hasta lo que, por más veces que vuelva a visionar la película no se ve; conocedores de la técnica cinematográfica… Me refiero a las buenas críticas (de las malas ni hablemos).
Escribo este comentario porque pocas veces me he encontrado una manera de contar una película de forma tan sencilla, cercana y con tanta sensibilidad sin desbaratar todo el argumento, sin necesidad de tener que recurrir a los tecnicismos y a lo que quiso decir el director.
Hace mucho tiempo que vi El espíritu de la colmena y la recuerdo como una gran película, pero tengo que decirle que después de leer su post tengo una gran curiosidad por revisitarla y disfrutarla. Muchas gracias por contar las cosas de ésta manera.
¡Ah, a mí también me fascinan los ojos de Ana Torrent y ese aire entre inocencia y tristeza!
precioso sitio..
te dejo un abrazo!!!
El espíritu de la colmena es una de las películas más expresivas del cine español. Es la obra de un Erice en estado de gracia. Poesía hecha cine, y como corresponde a ello, plena de admirables metáforas.
Tuve que visionarla una segunda vez para degustar su grandeza, sorteando, ya con otro prisma, su plácida lentitud, degustando la espléndida fotografía de Luis Cuadrado y el sugestivo encanto de Ana Torrent
Hoy, recuperas para mi memoria algunos momentos inolvidables de esta fabula, pues tras la sombra aún acechante del franquismo en sus últimos estertores, los profundos y observadores ojos de Ana eran la esperanza, el ilusionado brillo del porvenir, la salvación.
Un abrazo, querido amigo.
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