jueves, 1 de julio de 2010


Umbral/Delibes

Delibes dijo sobre Umbral que:

No hizo esfuerzos por hacerse comprender pero quienes le queríamos pasábamos por todo; su talento estaba por encima"


En la “Cátedra Miguel Delibes” figura la siguiente ficha redactada por Mercedes Rodríguez:

“Francisco Umbral representa el fluir temporal de una vida que conoce la guerra civil, la dictadura, la transición y la democracia española, y de ello hace una crónica literaria y periodística. Por este motivo, un camino de acceso a su biografía es su propia obra literaria, esencialmente memorialística y autobiográfica, y con grandes dosis de narcisismo.

Junto a esta biografía creadora del personaje, coexiste otra personalidad más pegada a la realidad cotidiana, duramente criticada, acumuladora de enemigos y críticos que desmienten sus pretendidas señas de identidad. Nace en Madrid, el 11 de mayo de 1935, pero pronto la familia se traslada a Valladolid, ciudad que vio crecer al niño lector y acogió las primeras publicaciones del narrador y del reportero, junto a los sueños vocacionales del futuro escritor.

Hacia 1960 regresa a Madrid, al reclamo de la vida cultural y literaria. Exhibiendo su dandismo y al mismo tiempo con disciplina y tenacidad egocéntrica, y con deseos de triunfar, manifiesta su excepcional capacidad como escritor profesional en la literatura y en el periodismo: escribe cuentos, novelas, memorias, ensayos, reportajes, crónicas y diarias colaboraciones periodísticas. El reconocimiento del valor literario de su extensa obra y del prestigio alcanzado por el escritor ha sido materializado en la concesión de los más importantes premios.

Los artículos periodísticos, publicados en los periódicos de mayor impacto y poder mediático, son su manera de participar activamente en la política y en la vida social.

Como articulista es agitador, provocador y peleón, duro y cínico. Lo esencial de su obra, el toque de genialidad, se debe a su original estilo, brillante y atrevido. Tiene una manera personal de expresar el mundo, ése es su sello: exigencia y permanencia en toda su obra, que le identifica y le distingue. Muere en Madrid el 28 de agosto de 2007.”


Este obituario fue publicado en el Diario Montañés el 29 de agosto de 2007

MIGUEL DELIBES / ¿A ver qué dice mañana Umbral?

Umbral y yo nacimos juntos a la literatura aquí, en Valladolid, con el Grupo Norte 60. Él a su tiempo, yo con retraso -empecé tarde, rebasados los 20-. Umbral demostró, primero en Valladolid y luego en Madrid y en toda España, una gran fuerza con la pluma. Demostró que tenía muchas cosas que decir y, sobre todo, cómo debía decirlas con belleza y eficacia. Era un grandísimo escritor que conquistó los laureles más estimados, incluido recientemente el Premio Cervantes.

Como periodista que ya se había destapado en nuestra ciudad conquistó muchos corazones a través de los diarios nacionales. «¿A ver qué dice mañana Umbral?» fue una frase común que habla de la impaciencia con que los lectores esperaban sus artículos.

Otro tanto sucedió con sus novelas, que fue publicando sin pausa hasta que su salud empezó a quebrantarse hace unos años. Entonces las novelas las fue aparcando como en una retirada prematura. Ahora nos llega la noticia de su muerte que da justificación al proceso, incomprensible en él, que era un ser creador siempre en vanguardia.

Descanse en paz nuestro querido Paco, que con sus pequeños escándalos y audacias animó el mundo siempre un poco mortecino de nuestra vida literaria durante prácticamente medio siglo.

viernes, 25 de junio de 2010


La leyenda del beso/ Amor de hombre

A las denominadas eufemísticamente clases populares, les gustaba la zarzuela, (o sea, a todo el personal, excluyendo por un lado a los miserables - o pobres de necesidad-, y por el otro, a la burguesía/burguesía- o ricos sin pedigrí- y a la aristocracia - o sangre azul-)

La zarzuela ha sido considerada, seguramente por el motivo antes expuesto de la calidad de los receptores, como género chico frente a la ópera, que no necesitaba adjetivaciones para aclarar que era el género grande.

Esas clases sociales más bien urbanas, humildes e incluso pequeño-burguesas, eran las destinatarias de estas obras que se entendían porque estaban escritas en castellano y porque las historias que contaban eran próximas, cotidianas, ensalzadoras de amores apasionados, de traiciones, de heroísmos o cobardías, de toreros y de gitanos, de terruños incrustados, de madrileñismos castizos o de andalucismos folclóricos con acento falso…todo eso y más era la zarzuela, pero ante todo era española, española de España.

Se podía montar además sin grandes escenarios, con cuatro trajes regionales y con cantantes a los que no se les exigía que fueran capaces de dar el “do de pecho”; si acaso era más importante que lo del pecho lo lucieran ellas y que ellos tuvieran un cierto atractivo personal que ayudara al respetable público a identificarse con los personajes y sus peripecias.

Lo de los tenores y las sopranos tipo armario, disfrazados de cosas exóticas, que cantaban en un italiano impostado – no digamos nada si era alemán- dando grandes gritos en la oreja mismo de la colega si era él, o emitiendo gorgoritos en el mismo pabellón auditivo del “colego" si era ella... esto, digo, quedaba reservado junto a un gran despliegue orquestal y a un "marco incomparable", a la ópera.

Bueno, pues una de esas zarzuelas era La leyenda del beso, cuyo intermedio orquestal es una de esas melodías que se me quedó grabada cuando entonces y que llegaba a emocionarme y a hacerme sentir una nostalgia blanda de un tiempo que no viví (la obra es de 1924).

Actualizada la trama parece que la zarzuela se basa en que…

“Cuenta la leyenda, que después de la creación, Dios se reunió con Eva y Adán y les dijo:

- Todo lo que veis a vuestro alrededor os lo dejo para vuestro goce, la frutas más jugosas, las flores mas bellas, el agua de los ríos para solazaros. Los animales estarán a vuestro servicio, respetadlos como criaturas mías que son, y os darán alimento para el cuerpo y el espíritu, amaos el uno al otro porque yo bendeciré vuestro amor y os colmaré de hijos que alegrarán vuestra juventud y cuidarán vuestra vejez. Solo una cosa tenéis vedada, nunca acerquéis vuestros labios de tal manera que podáis beber el uno del aliento del otro, si así lo hacéis, un poder diabólico se extenderá por vuestra sangre y moriréis de inmediato, recordadlo bien, porque ni yo tengo el antídoto para ese veneno.

Pasaron los días entre juegos y escarceos, bañando sus cuerpos en las cristalinas aguas, y probando de todos los frutos al alcance de su mano.

Una tarde que Adán estaba descansando bajo un manzano, se le acercó Eva acariciándole el rostro con sus largos cabellos, Adán la atrajo para sí, y en ese momento sintió como una fuerza arrebatadora le empujaba hacia los labios de su esposa; trato de resistirse, pero un aliento cálido y embriagador le cegó los sentidos, sus labios se unieron en un beso de fuego, y sus lenguas se abrazaron como dos amantes en celo, perdió el sentido del tiempo y todo su cuerpo se incendió como nunca antes había sentido. Las palabras de Dios se perdieron entre los pechos de Eva.

En ese momento se apareció un Yavhé colérico y blandiendo la espada de la muerte les increpó con voz de trueno:

-¡Habéis osado desafiarme!, os entregué todo, os di de todo de lo que yo podía gozar, solo os prohibí lo único que hasta a mi me ha estado vedado.

A partir de ahora, tú, Adán, desearás ese beso con todas tus fuerzas, pero Eva te lo negará siempre. Te lo hará rogar, suplicar, y cuando lo consigas, su goce te durará menos que una flor de mayo, se deshojará y se marchitará hasta que no te sepa a nada. Toda tu vida será la eterna búsqueda de este beso sagrado que acabas de profanar, y vagarás como alma en pena tras una quimera hasta que tus labios se quiebren con el rictus de la muerte.

Desde entonces, los hombres buscan los labios de la mujer con incontenible deseo, los poseen y al poco, parten arrastrados por la maldición ancestral. Solo algunos afortunados comprenden alcanzando el beso supremo, que el amor le ha redimido, que ya no necesitarán seguir vagando, que el aliento del paraíso se enciende en la boca de la mujer que aman.”

Esta dramática leyenda y esa preciosa música se han transformado en este bodrio incomprensible intitulado Amor de hombre y del que me niego a hacer ningún comentario aunque… prestarse, lo que se dice prestarse, se presta.

Oigan ustedes esta versión orquestalLa leyenda del beso/ Amor de hombre

A las denominadas eufemísticamente clases populares, (o sea todo el personal excluyendo por un lado a los miserables o pobres de necesidad y por el otro a la burguesía- burguesía o ricos sin pedigree y la aristocracia o sangre azul) les gustaba la zarzuela.

La zarzuela ha sido considerada, seguramente por el motivo antes expuesto de la calidad de los receptores, como género chico frente a la ópera, que no necesitaba adjetivaciones para aclarar que era el género grande.

Esas clases sociales más bien urbanas, humildes e incluso pequeño-burguesas, eran las destinatarias de estas obras que se entendían porque estaban escritas en castellano y porque las historias que contaban eran próximas, cotidianas ensalzadoras de amores apasionados, de traiciones, de heroísmos o cobardías, de toreros y de gitanos, de terruños incrustados, de madrileñismos castizos o de andalucismos folclóricos con acento falso…todo eso y más era la zarzuela, pero ante todo era española de España.

Se podía montar además sin grandes escenarios, con cuatro trajes regionales y con cantantes a los que no se les exigía que fueran capaces de dar el “do de pecho”; si acaso era más importante que lo del pecho lo lucieran ellas y que ellos tuvieran un cierto atractivo personal que ayudara al respetable público a identificarse con los personajes y sus peripecias.

Lo de los tenores y las sopranos tipo armario, disfrazados de cosas exóticas que cantaban en un italiano impostado – no digamos nada si era alemán- dando grandes gritos en la oreja mismo de la colega, o ella emitiendo gorgoritos en el mismo pabellón auditivo del “colego”, quedaban reservados a la ópera.

Bueno, pues una de esas zarzuelas era La leyenda del beso, cuyo intermedio orquestal es una de esas melodías que se me quedó grabada cuando entonces y que llegaba a emocionarme y a hacerme sentir una nostalgia blanda de un tiempo que no viví (la obra es de 1924).

Actualizada la trama parece que la zarzuela se basa en que…

“Cuenta la leyenda, que después de la creación, Dios se reunió con Eva y Adán y les dijo:

- Todo lo que veis a vuestro alrededor os lo dejo para vuestro goce, la frutas más jugosas, las flores mas bellas, el agua de los ríos para solazaros. Los animales estarán a vuestro servicio, respetadlos como criaturas mías que son, y os darán alimento para el cuerpo y el espíritu, amaos el uno al otro porque yo bendeciré vuestro amor y os colmaré de hijos que alegrarán vuestra juventud y cuidarán vuestra vejez. Solo una cosa tenéis vedada, nunca acerquéis vuestros labios de tal manera que podáis beber el uno del aliento del otro, si así lo hacéis, un poder diabólico se extenderá por vuestra sangre y moriréis de inmediato, recordadlo bien, porque ni yo tengo el antídoto para ese veneno.

Pasaron los días entre juegos y escarceos, bañando sus cuerpos en las cristalinas aguas, y probando de todos los frutos al alcance de su mano.

Una tarde que Adán estaba descansando bajo un manzano, se le acercó Eva acariciándole el rostro con sus largos cabellos, Adán la atrajo para sí, y en ese momento sintió como una fuerza arrebatadora le empujaba hacia los labios de su esposa; trato de resistirse, pero un aliento cálido y embriagador le cegó los sentidos, sus labios se unieron en un beso de fuego, y sus lenguas se abrazaron como dos amantes en celo, perdió el sentido del tiempo y todo su cuerpo se incendió como nunca antes había sentido. Las palabras de Dios se perdieron entre los pechos de Eva.

En ese momento se apareció un Yavhé colérico y blandiendo la espada de la muerte les increpó con voz de trueno:

-¡Habéis osado desafiarme!, os entregué todo, os di de todo de lo que yo podía gozar, solo os prohibí lo único que hasta a mi me ha estado vedado.

A partir de ahora, tú, Adán, desearás ese beso con todas tus fuerzas, pero Eva te lo negará siempre. Te lo hará rogar, suplicar, y cuando lo consigas, su goce te durará menos que una flor de mayo, se deshojará y se marchitará hasta que no te sepa a nada. Toda tu vida será la eterna búsqueda de este beso sagrado que acabas de profanar, y vagarás como alma en pena tras una quimera hasta que tus labios se quiebren con el rictus de la muerte.

Desde entonces, los hombres buscan los labios de la mujer con incontenible deseo, los poseen y al poco, parten arrastrados por la maldición ancestral. Solo algunos afortunados comprenden alcanzando el beso supremo, que el amor le ha redimido, que ya no necesitarán seguir vagando, que el aliento del paraíso se enciende en la boca de la mujer que aman.”

Esta dramática leyenda y esa preciosa música se han transformado en este bodrio incomprensible intitulado Amor de hombre y del que me niego a hacer ningún comentario aunque… prestarse, lo que se dice prestarse, se presta.

Oigan ustedes esta versión orquestal y luego esto otro de Mocedades y pongan la penitencia oportuna.

Jehová o la naturaleza misma ya los ha condenado a estar a régimen hipocalórico de por vida.


Conste que la voz de Amaya en solitario me parece extraordinaria.

viernes, 18 de junio de 2010


¡Un comunista menos!

La frase, así escrita, resulta ambigua, ambivalente: puede ser pronunciada por quien desea la desaparición de cualquier rastro de una ideología o por quien ve dolorosamente extinguirse a quienes con tanta terquedad la encarnaron hasta el final de sus días.

Saramago ha muerto hoy, cuando yo cumplo 62 años, marcando los muchos o pocos años que me queden con una misma fecha, la del final de una vida fecunda con la de un hombre anónimo que arrastra su sexagenitud con cansancio, con sueño, con pastillas y con una sensación creciente de que “ paren el mundo, que yo me bajo”.

Mañana, quizás ya, las grandes plumas harán su panegírico ilustrado, documentado y sabio. Otros derramarán lágrimas de cocodrilo, ocultarán su condición de comunista y hablarán solo… del gran escritor que se nos ha ido y que deja un vacío irrellenable/irremplazable en la escritura portuguesa e incluso española. Hipócritas.

Saramago era un narrador de historias morales desarrolladas con un lenguaje espeso, barroco, de avance lento. No escribió novelas de fácil lectura, ni por su extensión, ni por su forma de expresarse, ni por su forma anárquica muchas veces de tragarse las normas ortográficas y sintácticas.
¿A quién no le ha resultado pesada La caverna después de adivinar cuál era el mensaje?
A mí sí.
No toda la obra de un escritor se puede acoger bajo el paraguas del premio Nobel.

En estas fragmentadísimas memorias he escrito, creo recordar, dos veces sobre Saramago. La última para expresar el final desesperanzado de su Caín y su burla casi inocente - jocosa a veces- de los textos bíblicos. Ha sido su última novela, aunque supongo que en cajones, carpetas o trasteros aparecerá esa obra que se publicará póstumamente aprovechando el calor del mercado y el frío de su voluntad ya inexistente.

Tengo leído que su mejor obra fue El año de la muerte de Ricardo Reis, yo no lo sé, la que a mí me impresionó fue La balsa de piedra, la primera que cayó en mis manos que no son precisamente las de un lector de novedades. Sentí miedo. Me desasosegaba imaginar a la Península Ibérica desgajándose del continente y navegando a la deriva en la oscuridad de la noche. En los primeros momentos me sentí un europeo expulsado, para pasar después a sentirme solidario con Portugal (tan cercana, tan despreciada) unidos en un viaje sin cadenas hacia América Latina, lejos de la Europa de los mercaderes, lejos de las garras benefactoras de Estados Unidos…en un reencuentro ya no de colonización si no de hermanamiento de pueblos oprimidos.
Recomenzar, reinventar la utopía.

La siguiente que leí fue El Evangelio según Jesucristo, libro irreverente, de escritura más inteligible y llena de ingenio, sátirico y mordaz, que partiendo de un personaje tan familiar en nuestra cultura como Jesús de Nazareth distorsiona la historia -más aún de lo que está- para presentárnoslo humanizado y víctima de un Dios exigente, en disputa teatral con un Demonio casi en plano de igualdad, a sabiendas de que Uno depende del Otro para mantener un equilibrio ficticio de roles bueno/malo, semejante al de los interrogatorios de la policía de cuando entonces. Su fin era el mismo: mostrar su poder y aniquilar conjuntamente al adversario.

Y como el objeto de este escrito no era valorar pormenorizadamente la obra de Saramago, sino mostrar la tristeza por su muerte, por la pérdida de otro referente y por su ejemplo vital, aquí acabo.

¡ Saramago no era un hombre con "inquietudes sociales", era un comunista no sectario!

viernes, 11 de junio de 2010




Miguel Delibes y Paco Umbral

Escribió Delibes El hereje y después…la nada.
La nada vital y la nada literaria.

En realidad la muerte de su mujer en 1974 lo mató anímicamente y tras su última y gran novela de 1998, el cáncer de colon que le diagnosticaron remató poco a poco sus ya pocas ganas de vivir: un paréntesis casi en blanco hasta el 12 de marzo de 2010 en que definitivamente falleció.

Atrás quedaba un buen puñado de buenas novelas que en su conjunto representan lo mejor de la castellanidad de un castellano de Valladolid, que un día se acercó con Ángeles, su compañera de siempre, a Extremadura: miró con sus ojos de cazador la realidad rural de los terratenientes y sus esclavos humanos, y parió Los santos inocentes.

Luego un director de cine, Mario Camus, leyó aquello y lo convirtió en una película que está en la cima de las grandes realizaciones españolas.

Si se ha leído la novela y se ha visto su plasmación en imágenes se llegará a la conclusión inevitable de que los personajes cobran vida y que el Azarías y “su milana bonita” no podía ser otro que Paco Rabal (olvidadas sus mediocres actuaciones de galán buñuelesco) y que el rescatado Alfredo Landa borda el papel de siervo que es trabajo, que es terrón de tierra y hasta perro de caza que husmea, señala y atrapa la pieza abatida y malherida por su amo; perro que no tiene derecho a participar del festín de la sangre, que se limita a ofrecer el trofeo y recibir la palmada en el lomo moviendo el rabo en señal de agradecimiento y sumisión.

También es meritorio que Juan Diego, tan propenso a la sobreactuación, se transmutara, de comunista militante en la vida real, a señorito feudal dueño de haciendas y vidas, revestido de un barniz hipócrita de paternalismo, que no es más que la epidermis del animal humano que ejerce con naturalidad una explotación salvaje y cruel sobre otros humanos que, a fuerza de aceptar las cadenas para sobrevivir, han aceptado su cosificación sin protestar.

La humillación que se ejerce desde la altura del caballo y la fusta es tan antigua que por debajo solo cabe la impotencia, la rabia acumulada y la resignación que cuando explotan lo hacen sin medida, sin filtro moral, sin piedad ni remordimiento.

Luego los bienpensantes dirán que unos y otros en circunstancias extremas son igual de asesinos, que las dos clases sociales aquí representadas son merecedoras del mismo castigo o del mismo olvido. Pues no.

Pero “yo venía a hablar de mi libro”: quería dejar escrito mi homenaje a Miguel Delibes, de quien nunca entendí su pasión por la caza pero sí su escritura sin artificios, su retrato de unos pueblos, un paisaje y un paisanaje de la Castilla profunda que describió como nadie.

Francisco Umbral, que se hizo periodista bajo el padrinazgo de don Miguel nos dejó una entrevista de 1984 que recupero parcialmente pero que dan la talla de quienes fueron y de la mutua admiración que se profesaron en vida:


“Y Miguel viene a casa, por la tarde, Miguel Delibes, y la gata se le sube, "que se te ha subido la gata, Miguel", y está levemente embarnecido, rejuvenecido de una gloria segunda, con ese optimismo que da la corbata, de pronto, a quienes habitualmente no la llevan, y fumando tabaco negro que le traen de Canarias -"por molestar, ya ves, caprichos"-, que ya no lía los pitillotes que liaba.


-Y la picadura, Miguel, ¿por qué has dejado la picadura?

-Porque en aquellos cigarrotes infames que yo me liaba y chupaba, había mucho más veneno que en estos cigarrillos con filtro.

De todos modos, se me hace raro verle sacar la cajetilla y obtener un pitillo, como un ejecutivo.

Juega, y juega muy bien, al provinciano en Madrid. La gata, se le ha subido y la soporta. "Que te va a llenar de pelos". "Que no, que es cariñosa". Miguel Delibes, que como todo hombre de madurez cumplida, ha comprendido que el único franciscanismo del mundo se hospeda en los animales, aprendió de mí (yo que he aprendido tantas cosas de él) a soportar los gatos, que antes le parecían diabólicos

-¿Y qué ha pasado con nosotros, Miguel?

Que tú acaricias el recuerdo de una mujer impar, de la que yo mismo estaba enamorado. Que yo acaricio una gata enferma y dulcísima. Que todos somos Azarías, Miguel, inútilmente, innecesariamente dañados por la vida: "Milana bonita, milana bonita...".

-Me vas a hacer llorar, Paco.

-Poder decirle eso a un animal es toda la pureza y toda la ternura del mundo, Miguel, después de que tú y yo hemos vivido tanta vida. Azarías vive en el tiempo natural, no en el tiempo ficticio de la literatura y la política. Desde ahora, Miguel, le diré a mi gata: "Milana bonita, milana bonita...". Y no necesito otra cosa en la vida, Miguel.

-Aquel año sesenta, Paco, qué pasó en Valladolid aquel año sesenta. Yo creía que era un problema de generaciones, Paco, que luego vendrían otros, pero no ha salido nadie. Ahora hacemos el periódico con robots, y el otro día se nos perdieron seis páginas en la pantalla, "se han volado, decían todos, se han volado" esto es cosa de brujas, y estuvimos toda la noche dando teclas, Paco, y no aparecieron las seis páginas.

Ríe, ríe con su risa de lobo bueno. Era todo él, tras una mampara que le separaba de la redacción (nunca quiso ocupar el despacho de director), una Facultad de Ciencias de la Información. La única que he conocido y respeto. Un día me lo dijo:

-Mira, Pacorris, lo tuyo está muy bien, pero yo quisiera explicarte que hay un nivel literario, ensayístico, de libro, y un nivel periodístico, que es el nuestro.

Sólo con esta lección me hizo periodista. Pacorris se convirtió en Francisco Umbral. Miguel, en casa, esta tarde, toma cualquier bebida inocua. El galán de un Hollywood montaraz se ha convertido en un elegante caballero que no aparenta los años y trae una chaqueta azul/sport de buen corte.

-La neurastenia, Paco. Tengo momentos de bloqueo, de angustia, en que me es imposible escribir nada, ni casi vivir. Antes se producía con el avión. Ahora incluso con el automóvil.

-El valium.

-Se pasó el valium. Ahora tomo otras cosas. Cosas que, como entonces, me deshacen el nudo del pecho y me permiten, cuando menos, dormir.

-Aquel Valladolid.

-Efectivamente, yo me paré en la infancia, como todo el mundo. Si un día vuelvo a escribir la novela de la pequeña burguesía provinciana, serán aquellos burgueses, los de entonces. A los de hoy es que ni siquiera los conozco ni sé por dónde van.

-¿Por qué matas bichos, Miguel?

-Ya casi no mato bichos, Paco.
(Miguel siempre ha tenido frente a mí una cierta mala conciencia de depredador.)

-Mira mi gata. Mira qué guapa es. ¿Tú la matarías de un tiro?

-No, por Dios, qué disparate. En Suecia me propusieron, muy ilusionados, una caza del gamo. 'No quiero matar un gamo, con esos grandes ojos que tiene, ni dejarle cojo para toda la vida", les dije, Paco, eso les dije.

- La perdiz.

-La perdiz es cauta, sabia, huidiza. Se la mata sin sentir. Lo malo es la liebre, Paco, la liebre que queda malherida y gime y hay que rematarla. Eso es horrible, Paco.

-No me lo cuentes. Siempre te he dicho, Miguel, a ti que eres cristiano, que es más pecado matar una perdiz roja que beneficiarse a una señorita.

-¿Sigues con el rollo de los libros cortos, Miguel?

-Sí, me parece que es lo que ahora quiere la gente. Aunque a la vista de tu último libro, tan largo y tan ameno, empiezo a dudar. Pero lo veo por mis hijos. Los mayores de 30 todavía leen, siempre están leyendo algo. Los pequeños sólo leen aquello que les pueda ser útil para su trabajo o su carrera.

Miguel, el hermano mayor que la vida no me dio. Y Miguel viene a casa, por la tarde, Miguel Delibes, y la gata se le sube, "que se te ha subido la gata, Miguel", y está levemente embarnecido, rejuvenecido en una gloria segunda y como más callejeada que la primera.

-¿Cuántos artículos haces al mes, Miguel?

-Uno, y no me sale.

-¿Y qué ha pasado con nosotros, Paco?

-Pues ya lo ves, amor, que cubrimos todos nuestros objetivos, pero eso produce más tristeza que euforia, y yo estoy melancólico de la pura pena de no saber por qué, y tú estás neurasténico, Miguel. ¿Por qué dices neurasténico y no neurótico?

-Porque lo que estamos es neurasténicos, Paco. Tu madre decía "neurastenia". La neurosis es ya una cosa más moderna, aunque crean que es la misma, Paco. La gente tiene neurosis, Pacorris. Tú y yo tenemos neurastenia. Cuidemos nuestra neurastenia, que a lo mejor es nuestro talento. ¿Qué ha pasado con nosotros, Paco?

-Eso te lo preguntaba yo a ti, Miguel. Que hemos cubierto todos los objetivos que nos proponíamos desde El Norte de Castilla, pero estamos neurasténicos. Que tú tienes una becada de hijas dulcísimas a las que acariciar, Miguel, amor, y yo sólo tengo una gata enferma, con los ojos verdes y tristes, y cuando estoy a solas con ella la beso y lloro y le digo:milana bonita, milana bonita”.


viernes, 4 de junio de 2010



Mi Primera Comunión

"Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión".
Hoy jueves, tres de junio, es Corpus Crhisti, por tanto uno de los tres días elegidos para el relucimiento: pues no, ni el sol luce ni el día es particularmente lucido, ni yo me encuentro especialmente lúcido.
Más bien bochorno y hastío bajo un cielo plomizo.

Pero no fue así el domingo de celebración del Corpus (con retraso temporal pero admitido litúrgicamente) de un año lejanísimo en el que una panda de niños y niñas íbamos a celebrar lo que según la Santa Madre Iglesia (Católica, por supuesto) sería el día más feliz de nuestras vidas. Hipérbole que nosotros aceptábamos porque así nos lo habían inculcado durante los varios meses de catequesis a la que con nuestras mejores facultades memorístico-espirituales asistíamos de grado o por fuerza de nuestras respectivas madres. Un verdadero lavado de cerebro, asumido por la sociedad y cantado en coplas como ésta de nuestro “verdadero viento del pueblo andaluz”, Juanito Valderrama:

Para un padre y una madre
no hay alegría mayor
que ver hacer a sus hijos
la primera comunión.

No fue el caso en lo que respecta a mi padre, que, por razones que sí vienen al caso y que tienen que ver con el de su pertenencia al bando militar vencido y luego al bando civil represaliado de por vida…(la guerra, la injusta condena, la cárcel, la larga posguerra y toda una existencia de silencios, luchando sin luchar, derrotado) hicieron de él un hombre que, en lo que al acto que ahora comento, no quiso enfrentarse a mi madre, no impuso la autoridad paterna (tan fácil en aquellos tiempos) e hizo lo único que podía hacer : no traicionar las pocas convicciones que le quedaban y entre ellas su oposición a las Instituciones y a la Institución por excelencia: la Iglesia y su clero, que habían convertido una Rebelión en una Cruzada.

Mi padre, digo, dejó hacer, no quiso que sus hijos fueran ya “sospechosos” desde el principio o sea que dejó a un lado la clerofobia y se limitó a no estar, para tristeza de mi madre, ferviente creyente, y mi ignorante incomprensión.

Pero volvamos al relato:
Como los niños desfilábamos camino del Altar Mayor flanqueados por la pareja de progenitores, en mi caso hubo que asignarme un papá de oficio, o sea, un miembro de Acción Católica.

A mí aquello no me traumatizó lo más mínimo, iba a recibir a Jesucristo en su forma “verdadera, real y sustancialmente presente, todo entero, vivo y glorioso, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Bien es verdad que faltaba la sangre de Cristo pero entonces no nos gustaba el vino, y hasta creo que con el grado de convicción que teníamos se nos hubiera atragantado.

Había que conformarse entonces con aquella oblea transformada en Hostia Consagrada y que a mí me sonaba a taco porque era muy frecuente oír a los mayores aquello de “me cagüen la hostia y en el copón divino” claro que como lo decían en minúscula y cuando se alteraban mucho debía ser sólo pecado venial.

Con las hostias aún no convertidas en Hostias habíamos ensayado en aquellas interminables sesiones de catecismo para entrenarnos en los intríngulis del acto. “Cuando el sacerdote vaya a darte la Sagrada Forma, te dirá: El Cuerpo de Cristo. Tú le respondes: Amén, y levantas la cabeza, la echas un poco hacia atrás, abres suficientemente la boca y sacas un poco la lengua por encima del labio inferior para que te deposite en ella a Nuestro Señor. Es dificilísimo dar la comunión a personas que tienen su cabeza inclinada hacia delante, la boca poco abierta y sin sacar la lengua. Hay peligro de que se caiga la Sagrada Forma. Después, retírate a tu puesto. Para tragar con facilidad la Sagrada Forma, deja que se humedezca un poco con la saliva”.

No era tan fácil: el espesor milimétrico y la ausencia de saliva a causa de los nervios hacía que se te pegara al paladar con lo cual la lengua, afanosa, trataba de desasir lo que ya era una pasta que había que arrastrar sin masticar disimulando con la cabeza baja un fervor que tus parientes debían considerar casi como una transmutación.
Un mal trago.

Si a eso le unías la vergüenza del desfile con las manos en posición orante, el misal y el rosario y las miradas emocionadas o cotillas de los asistentes, aquello era de crisis de pánico.
Tuve suerte: no me desmayé, me arrodillé sin caerme, no tropecé en nada y además iba orgulloso con mi traje de almirante.

A la salida estaba el impío de mi padre que me sonrió a distancia e iniciamos la procesión: los chicos en una fila, las chicas en otra, disfrazadas de novias purísimas, en paralelo, formando parejas.
El orden estaba establecido según estos criterios: los que íbamos disfrazados (la mayoría de marinero) y, dentro del subgrupo, según la nota que hubiéramos sacado en la evaluación catequística; los que llevaban traje “que sirviera para los domingos”, tipo pantalón corto y chaqueta, detrás, porque deslucían y porque siempre ha habido clases.

Las chicas sólo por nota o por enchufe, porque el otro factor, el de la vestimenta no contaba: todas iban de virgencitas más o menos empuntilladas.
A mí que me había esforzado mucho estudiando, a sabiendas de las normas, me “tocó” de compañera la que yo esperaba: la rubita empollona de la que me enamoré perdidamente y de la que no recuerdo ni su nombre ni su cara, pero que seguramente fue mi primer y fugaz amor.





P.S. El traje de almirante, que tan orgulloso luzco en la foto, no era un regalo de mis tíos de Andalucía, sino una compra de mi madre que fue pagando a plazos y durante varios años sin que mi padre se enterase nunca del piadoso engaño.
Requiem in pacem.

jueves, 27 de mayo de 2010



The Shadows

Nosotros, a los Shadows, les llamábamos al principio “Los The Shadows” con la redundancia interlingual del artículo, propia de nuestra ignorancia y de que entonces el idioma de referencia era el francés, que chapurreábamos con poca fortuna pero que al menos nos sonaba: bien por estar estudiándolo, bien porque nuestros padres iban al vecino país del norte a trabajar temporalmente.

Tengo el honor de haber sido en mi pandilla el primero que escuchó a los Shadows gracias al programa musical Discomóder que presentaba el incombustible Enrique Ginés.

“Apache” fue la melodía definitoria y abanderada del grupo y constituyó una verdadera conmoción el hecho de que un conjunto musical pudiera llegar a ser famoso en aquellos tiempos del Dúo Dinámico, con una pieza únicamente instrumental.

Y qué instrumentos: una guitarra solista (H.Marvin) que sonaba etérea; una guitarra de acompañamiento (B.Welch) que no le disputaba protagonismo pero que cumplía a la perfección su papel con un timbre brillante y claro; un contrabajo que por primera vez era eléctrico y que se permitía hacer solos (J.Bennet) y una batería digna de pertenecer a una banda de jazz (T.Meehan, ya fallecido). Se podía seguir con nitidez cada uno de los instrumentos.

Un sonido limpio, transparente, sencillo, conjuntado a la perfección: mozartiano, si se me permite la irreverencia juvenil.
Pero además transmitían alegría, ganas de vivir, era una música antidepresiva para mí que ya cuando entonces tenía cruzamientos de cables.

Desde entonces (han pasado más de cuarenta años) sigo haciendo proselitismo activo y en determinadas épocas he debido resultar más pesado e incondicional que el Ejército de Salvación. Baste decir que la primera música que oyeron mis tres hijos casi recién salidos de sus madres fue “Nivram”: no mostraron sorpresa ni rechazo, todo lo contrario, debió devolverlos al útero en donde ya la habían escuchado amortiguada y que, pienso, no debía diferir mucho del ritmo cardíaco materno.

La prueba es que para dormirlos los paseaba interpretando la melodía con los labios que trataban de imitar a la guitarra de Marvin y con los dedos presionaba dulcemente sobre el culito empaquetado marcando el ritmo del contrabajo. No fallaba, se quedaban fritos a la segunda o tercera repetición, sin contar con el ligero mareíllo que debía provocarles mis danzas improvisadas.

“Nivram”, además, fue durante mucho tiempo la sintonía del programa dedicado a la predicción meteorológica y en la tele, entonces en blanco y negro, salían unos paraguas bailando al son de la musiquita.

Me sé de memoria casi todas sus canciones, nota a nota, sobre todo las de la primera época (principios de los sesenta); después hubo cambios en la formación, el batería y el contrabajo, que aunque fueron sustituidos por buenos profesionales su música decayó o dejo de ser novedad, el caso es que llegaron los Beatles, los Rolling y todo dio un vuelco.

Los Shadows parecieron de repente: anacrónicos, desfasados e incluso cursis en su manera de estar en el escenario, con sus trajes impoluta e inequívocamente ingleses, en fila los tres guitarristas, haciendo unos pasitos al unísono cuando querían recalcar lo más rítmico de la melodía. Cursi, ya digo.
Sus actuaciones, en espacios cerrados y embutacados habitualmente, no permitían las efusiones de los conciertos de la nueva ola, ni me imagino al respetable hasta la coronilla de anfetas, ácidos, etc.

Era un público de los que nuestros padres definirían como una juventud sana aunque no les gustaran los chilliditos de las quinceañeras. No sabían ellos que cuando Paganini tocaba el violín, melena al viento y de forma virtuosamente endiablada, también las cortesanas se arrojaban a sus pies o se desmayaban.

Unos cuantos incondicionales seguimos comprando los discos de los Shadows, cada vez más planos, aguantando la decepción y esperando el milagro de la resurrección.

Marvin grabó discos en solitario que fueron un fracaso comercial y en su concierto de despedida volvieron a sus melodías clásicas para unos fans que lucían canas, calvas, barriguitas (ellos) y pelos tintados y cuerpos deslucidos (ellas). También había jóvenes, pero jóvenes también hay en la Iglesia o el PP, o sea.

Las pocas veces que me decido a subirme a la cinta andadora o que tengo que animarme sigo poniendo una selección de los Shadows, cuyo líder, Marvin --me dice el director de marketing de Fender en España-- sigue siendo o ha sido el mejor en el manejo del vibrato.

Sus sucesores: Mark Knoffler, Eric Clapton, Roger Waters (Pink Floyd) me dan la razón en que no andaba muy equivocado al pensar que ha sido el mejor conjunto instrumental de “música moderna” de todos los tiempos, dicho esto con toda la parcialidad y subjetividad de que soy capaz.

P.S. Si mi amigo Salvador (el de la Fender) que sabe de guitarras y de música mucho más que yo, que aporte datos o que me desmienta, y si no lo hace, vale lo dicho.

viernes, 21 de mayo de 2010


Sigourney Weaver, la teniente Ripley

Sigourney Weaver, como se puede apreciar en la foto, es una mujer atractiva, con una mirada viva, inteligente y seductora: una sesentañera con trapío.

Estudió literatura en la elitista universidad de Stanford y en la escuela de artes dramáticas de Yale.

No reparé en ella cuando Woody Allen le dio un ínfimo papel en Annie Hall; en mi disculpa diré que solo estuvo seis segundos en pantalla, pero me comprometo a ver la película por enésima vez para localizarla.

Un año después, (1979) ya como la valiente teniente Ripley protagonizó la que considero la mejor película de ciencia ficción (mis respetos hacia quien elija Blade Runner o 2001).

Naturalmente me refiero a “Alien, el octavo pasajero”, del director Ridley Scott en donde creo que por primera vez la heroína es una mujer.

Cuento la trama para refrescar la memoria de los que la han visto, los que no lo hayan hecho, jovenzuelos o adultos pecadores que la vean so pena de excomunión.

Siete tripulantes- Dallas (Tom Skerritt), comandante de la misión, Ripley (Sigourney Weaver), Kane (John Hurt), Brett (Harry Dean Stanton), Parker (Yaphet Kotto), Lambert (Veronica Cartwright) y Ash (Ian Holm)- viajan a bordo de una nave comercial llamada Nostromo. Están hibernados a la espera de llegar a su destino, que no es otro que la Tierra. Pero son despertados por un aviso que ha detectado el ordenador de la nave, y que proviene de un planeta cercano. El comandante de la nave decide investigar ya que considera que podría tratarse de una llamada de socorro.
Dentro de la nave alienígena, Kane descubre una enorme cámara llena de numerosos huevos, uno de los cuales libera una criatura que se adhiere a su casco, rompiendo su visor y dejándolo inconsciente.
Dallas y Lambert lo llevan hasta la Nostromo, donde Ash les permite entrar desaconsejando el protocolo de cuarentena propuesto por Ripley. Allí intentan arrancar a la criatura del rostro de Kane, descubriendo que su sangre es extremadamente corrosiva. Finalmente, la criatura se desprende por sí sola y cae muerta. Con la nave reparada, la tripulación despega, acopla el remolque y emprende el viaje hacia la Tierra.
Una vez a bordo de la Nostromo y con la oposición de Ripley, quien prefería respetar el tiempo de cuarentena, Kane queda bajo observación. Poco tiempo después parece que se ha recuperado, pero es sólo un espejismo. El alienígena está dentro de su cuerpo. A partir de ahí empieza la caza del alien, ya que éste se ha propuesto acabar, uno a uno, con todos los tripulantes de la Nostromo.

La película no te deja un momento de respiro, las transmutaciones del bicho en una dirección hacia lo humanoide, como en una especie de evolución vampírica que aumenta su inteligencia y cambia su forma con cada una de las muertes que ejecuta, provoca una sensación permanente de pánico. El ambiente aséptico, luminoso y tranquilizador de los lugares habitados de la nave, contrasta con el del que podríamos llamar las tripas de la misma: claustrófico, agobiante, casi irrespirable; una interminable serie de conductos oscuros donde la amenaza puede aparecer en cualquier momento.

En este contexto nos encontramos a Sigourney Weaver, la teniente Ripley última superviviente de los crímenes de lesa astronomidad, que cree haber matado al monstruo y se dispone a ponerse cómoda para volver a hibernar camino de la Tierra.
Pero no, el alien está allí agazapado, cual lobo feroz dispuesto a saltar de un momento a otro sobre Caperucita. Pero algo lo detiene…en la evolución mencionada se ha hecho sensible a la belleza femenina y él como yo, (y muchos más supongo) cortamos la respiración, nos hacemos todo ojos y contemplamos con recreación las larguísimas piernas de Ripley, su atlético cuerpo y tratamos de imaginar lo que se adivina tras la camiseta, aunque el modelito sea tipo obrero de la construcción.
Una secuencia de voyeurismo compartido en que por primera y última vez te solidariza con el alien.
Para el que no se lo crea, aquí dejo la foto.



Después hubo más Aliens, con la misma protagonista y su mismo carácter que no se arredra ante nada, pero...es lo mismo, pero no es igual.
Después Sigourney ha intervenido en multitud de películas, casi siempre en papeles estelares y con una solvencia actoral contrastada, de ellas destaco la ya comentada La muerte y la doncella, Gorilas en la niebla y Mi mapa del mundo.

Como se puede apreciar son películas en las que se requiere una mujer con carácter, con registros de acción o dramáticos; no me gustan, en cambio, por comparación las que en clave de comedia nos la presentan como una señora provocadora, arregladita y maquilladamente seductora.



El atractivo de Sigourney no está en el envoltorio, sino en su penetrante mirada, su expresividad y su fuerza interpretativa no exenta de ternura y feminidad cuando el guión lo requiere, y como testigos ahí están los gorilas que al parecer le tomaron mucho cariño.