viernes, 4 de junio de 2010



Mi Primera Comunión

"Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión".
Hoy jueves, tres de junio, es Corpus Crhisti, por tanto uno de los tres días elegidos para el relucimiento: pues no, ni el sol luce ni el día es particularmente lucido, ni yo me encuentro especialmente lúcido.
Más bien bochorno y hastío bajo un cielo plomizo.

Pero no fue así el domingo de celebración del Corpus (con retraso temporal pero admitido litúrgicamente) de un año lejanísimo en el que una panda de niños y niñas íbamos a celebrar lo que según la Santa Madre Iglesia (Católica, por supuesto) sería el día más feliz de nuestras vidas. Hipérbole que nosotros aceptábamos porque así nos lo habían inculcado durante los varios meses de catequesis a la que con nuestras mejores facultades memorístico-espirituales asistíamos de grado o por fuerza de nuestras respectivas madres. Un verdadero lavado de cerebro, asumido por la sociedad y cantado en coplas como ésta de nuestro “verdadero viento del pueblo andaluz”, Juanito Valderrama:

Para un padre y una madre
no hay alegría mayor
que ver hacer a sus hijos
la primera comunión.

No fue el caso en lo que respecta a mi padre, que, por razones que sí vienen al caso y que tienen que ver con el de su pertenencia al bando militar vencido y luego al bando civil represaliado de por vida…(la guerra, la injusta condena, la cárcel, la larga posguerra y toda una existencia de silencios, luchando sin luchar, derrotado) hicieron de él un hombre que, en lo que al acto que ahora comento, no quiso enfrentarse a mi madre, no impuso la autoridad paterna (tan fácil en aquellos tiempos) e hizo lo único que podía hacer : no traicionar las pocas convicciones que le quedaban y entre ellas su oposición a las Instituciones y a la Institución por excelencia: la Iglesia y su clero, que habían convertido una Rebelión en una Cruzada.

Mi padre, digo, dejó hacer, no quiso que sus hijos fueran ya “sospechosos” desde el principio o sea que dejó a un lado la clerofobia y se limitó a no estar, para tristeza de mi madre, ferviente creyente, y mi ignorante incomprensión.

Pero volvamos al relato:
Como los niños desfilábamos camino del Altar Mayor flanqueados por la pareja de progenitores, en mi caso hubo que asignarme un papá de oficio, o sea, un miembro de Acción Católica.

A mí aquello no me traumatizó lo más mínimo, iba a recibir a Jesucristo en su forma “verdadera, real y sustancialmente presente, todo entero, vivo y glorioso, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Bien es verdad que faltaba la sangre de Cristo pero entonces no nos gustaba el vino, y hasta creo que con el grado de convicción que teníamos se nos hubiera atragantado.

Había que conformarse entonces con aquella oblea transformada en Hostia Consagrada y que a mí me sonaba a taco porque era muy frecuente oír a los mayores aquello de “me cagüen la hostia y en el copón divino” claro que como lo decían en minúscula y cuando se alteraban mucho debía ser sólo pecado venial.

Con las hostias aún no convertidas en Hostias habíamos ensayado en aquellas interminables sesiones de catecismo para entrenarnos en los intríngulis del acto. “Cuando el sacerdote vaya a darte la Sagrada Forma, te dirá: El Cuerpo de Cristo. Tú le respondes: Amén, y levantas la cabeza, la echas un poco hacia atrás, abres suficientemente la boca y sacas un poco la lengua por encima del labio inferior para que te deposite en ella a Nuestro Señor. Es dificilísimo dar la comunión a personas que tienen su cabeza inclinada hacia delante, la boca poco abierta y sin sacar la lengua. Hay peligro de que se caiga la Sagrada Forma. Después, retírate a tu puesto. Para tragar con facilidad la Sagrada Forma, deja que se humedezca un poco con la saliva”.

No era tan fácil: el espesor milimétrico y la ausencia de saliva a causa de los nervios hacía que se te pegara al paladar con lo cual la lengua, afanosa, trataba de desasir lo que ya era una pasta que había que arrastrar sin masticar disimulando con la cabeza baja un fervor que tus parientes debían considerar casi como una transmutación.
Un mal trago.

Si a eso le unías la vergüenza del desfile con las manos en posición orante, el misal y el rosario y las miradas emocionadas o cotillas de los asistentes, aquello era de crisis de pánico.
Tuve suerte: no me desmayé, me arrodillé sin caerme, no tropecé en nada y además iba orgulloso con mi traje de almirante.

A la salida estaba el impío de mi padre que me sonrió a distancia e iniciamos la procesión: los chicos en una fila, las chicas en otra, disfrazadas de novias purísimas, en paralelo, formando parejas.
El orden estaba establecido según estos criterios: los que íbamos disfrazados (la mayoría de marinero) y, dentro del subgrupo, según la nota que hubiéramos sacado en la evaluación catequística; los que llevaban traje “que sirviera para los domingos”, tipo pantalón corto y chaqueta, detrás, porque deslucían y porque siempre ha habido clases.

Las chicas sólo por nota o por enchufe, porque el otro factor, el de la vestimenta no contaba: todas iban de virgencitas más o menos empuntilladas.
A mí que me había esforzado mucho estudiando, a sabiendas de las normas, me “tocó” de compañera la que yo esperaba: la rubita empollona de la que me enamoré perdidamente y de la que no recuerdo ni su nombre ni su cara, pero que seguramente fue mi primer y fugaz amor.





P.S. El traje de almirante, que tan orgulloso luzco en la foto, no era un regalo de mis tíos de Andalucía, sino una compra de mi madre que fue pagando a plazos y durante varios años sin que mi padre se enterase nunca del piadoso engaño.
Requiem in pacem.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

!Que coincidencia!, ayer vi la pelicula "Lloviendo piedras", y va de este tema, primera comunión de una niña, hija de padres agobiados economicamente.

Entonces pensé, por
primera vez en mi vida, el esfuezo que habrian hecho mis padres para que yo tuviese aquel precioso vestido de organdí. De aquel día recuerdo bien, que hacia mucho calor, y nos llevaron después de la misa haciendo las estaciones del Via Crucis por el pueblo, arrodillandos en un suelo lleno de piedras en calles sin asfalto, guiados por un fanático bajo palio.

Los preliminares tampoco fueron mejores, nos daban catequesis unas mujeres que daban miedo, vestidas de negro y rostros macilentos, nos hablaban del alma sucia antes de la confesión, cuando yo impresionada lo contaba en mi casa, me decian que todo eso eran cuentos, que no creyese nada, era un contrasentido lo que escuchaba en un sitio y en otro.

Años después, rompí todas las fotos de aquel día y muchas más,supongo que en un acto simbolico de borrar toda huella, decidí que queria hacerme a mi gusto, sin influencias de nada ni de nadie, libre como el viento...

Lakshmi.

Anónimo dijo...

Ahora quiero comentar con vosotros algo que he escuchado a mi amigo budista y que tanto me ha gustado.

En respuesta a mi pregunta, sobre como abortar un enfado, ha contestado: Olvídate de qie eres el sujeto conflictivo, ponte en perspectiva.

Cuando te enfadas, dentro de tí se despierta el daño emocional acumulado en años. No se trata de no enfadarse, más bien de no acumular, se puede tener un enfado manifestarlo y olvidarlo, pero lo que hacemos es acumular y guardar, arrastrando una dañina u penosa carga.

Lakshmi.

monica dijo...

Cada cual con su experiencia.Cuando debía realizar mi primera comunión en la edad reglamentaria,mis padres tuvieron que posponerla porque no habia dinero para el vestido mío y de mi hermana ni el consabido festejo.Un año después pude tener mi ceremonia durante la cual me oriné sobre mi hermoso vestido y mi mayor angustia era que los asistentes lo notaran.Del rito en sí,no recuerdo nada significativo.
Así es la vida.

Saludos desde Chile