viernes, 6 de noviembre de 2009


Claudio Arrau: Un sonido de bronce

Mis pocos pero buenos amigos que leen estas cosillas que escribo, me han recriminado en más de una ocasión que ponga como “chupa de dómine” a algunas de las personas que, paradójicamente han sido, o son todavía, parte importante de nuestra memoria sentimental y a las cuales admiran y saben que yo también. Me aconsejan cariñosamente que me dedique a criticar primero al montonazo de seres execrables que pululan por el mundo y que cuando se me acabe la lista, entonces sí me autorizan a ponerle peguillas a “los nuestros”.

No les falta razón, pero parece que tengo tendencia a no perdonar lo que considero fallos, incoherencias o debilidades de mis referentes humanos que a los que ya a priori me parecen seres descartables, y que en consecuencia no son merecedores de emplear/perder el tiempo en análisis por muy burdos que estos sean.

De todas formas y en mi descargo diré que considero habitual y fácilmente observable que el personal es más duro con la gente que quiere que con la que le es indiferente.

Hasta aquí el rollo introductorio y creo que poco convincente.

Lo que quiero decir es que hoy, siguiendo sus consejos, voy a manifestar mi admiración sin fisuras, incondicional y lindante con la veneración, por el pianista chileno Claudio Arrau.

Sobre su biografía, su precocidad, su talento, sus premios, etc. remito al “desocupado lector” al buscador de buscadores de internet, el dios google.

Yo, que no sé música (ni leerla ni interpretarla), que soy solo oyente (eso sí oyente enamorado), me emociono escuchando a don Claudio como no me sucede con ningún otro interprete del piano.

Y creo que ese arrobamiento que me provoca, lágrimas incluidas en alguna pieza en concreto, no viene de su reconocida técnica ni de su también reconocido virtuosismo (empleado, según dicen, solo cuando es totalmente requerido por la obra) sino por que tengo la sensación de que cuando toca las teclas, ya sea con fuerza, ya sea como acariciándolas, está imbuido por el mismo sentimiento que inspiró al compositor. Es decir, pienso que Arrau ha estudiado a fondo el estado anímico y el significado que subyace bajo lo que aparentemente son solo garabatos (perdón) en una partitura que luego se transformarán en vibraciones del aire, que a su vez…; bueno, pues esa transmisión/transmutación la hace sin traducción simultánea, sin intermediarios, y yo me creo capaz de “sentirla” como si fuera la versión original y virginal: solo para mis oídos y mis sentimientos.

Por decirlo de otro modo, pienso que Arrau funde todas las almas: la suya, la del piano, la de la música y la del genio que la creó; y cuando lo ves interpretar percibes en su mirada que no está allí, en la sala de conciertos, sino en un nivel más alto, superior, inalcanzable, etéreo, comulgante con el arte más abstracto y universal de todas las artes.

Recomiendo toda su discografía, pero si se tiene la oportunidad de ver/escuchar el recital que ofreció con motivo de su ochenta cumpleaños se podrá entender todo lo que con tan escasa fortuna y un tanto de ñoñería he querido expresar. Sus ojos de anciano, azulados por la edad, sus dedos que no responden al canon de lo que entendemos por “manos de pianista” y sus torpes movimientos antes de ocupar la banqueta o al incorporarse para saludar… todo eso se transfigura en espíritu ya sin forma corpórea, sin achaques, que te traslada a un paraíso que debió tener esa música de fondo.

Si otra vida existiera, Beethoven, Bach, Liszt, Schubert, Chopin… seguro que se rompieron las manos aplaudiendo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Leyendo lo que has escrito
sobre tu pianista favorito, he confirmado lo que ya sabía, esa chispa de divinidad que llevamos dentro y que se manifiesta ante una filosofia, una sonata, o algo que nos conmueva profundamente. Es hermoso sentir así,creo que sucede por que estamos en ese instante conscientes plenamente del presente, conciencia pura.
Lakshmi.