
viernes, 30 de octubre de 2009

viernes, 23 de octubre de 2009

La homilía, juro, no tiene desperdicio: hace moralina de la amoralidad, fanatismo del nihilismo y superficialismo del horror… y todo ello pretendiendo ser gracioso.
No me extraña que poniéndose en este plan no se coma un rosco en yanquilandia, fuera de su corralito neoyorquino… porque, además, y para redondear, nos saca a un matrimonio de catetos de la América profunda que a los cuatro días de vivir en la Gran Manzana se liberan de sus represiones y él descubre que es homosexual de toda la vida y ella que tenía una vocación oculta de fan del ménage à trois, al margen de ser descubierta como una gran artista de la fotografía y el diseño.
¡Ah!, y hablando de homosexualidad… también nos brinda la oportunidad de que reflexionemos sobre si Dios era gay. Menos mal que dice “dios, así en genérico, y no se atreve a decir “Alá” por si las moscas, que los mahometanos no entienden el humor alleniano…
Podría decir, como alternativa más acorde con el conformismo crítico social/cinéfilo que:
Al fin Woody Allen, después de su irregular etapa europea, vuelve a sus orígenes con todo el ingenio y la mordacidad que echábamos a faltar y nos ofrece un film fresco, y en el que a pesar de no dejar títere con cabeza y de expresar sus reflexiones pesimistas en cuanto al género humano y su vanidad, opta por el optimismo y nos invita a imitarle y vivir y crear hasta el último suspiro; todo ello sazonado con una ambientación perfecta, como es habitual, unos actores que cumplen a la perfección y una música que hasta incluye el inicio de la sinfonía de las sinfonías… ese fragmento del que el dios Beethoven dijo "¡ Voy a agarrar al Destino por el cuello"!
Así que ya sabes, como les sucede a nuestros personajes en la película, cuando el destino llame a tu puerta olvídate de las represiones, los prejuicios y las malas conciencias y goza de la vida. Amén.
jueves, 8 de octubre de 2009

La edad de las tinieblas
Este título y no el de “La edad de la ignorancia” es el original y corresponde mucho mejor a la tesis que podríamos calificar de “final”de la trilogía firmada por Denys Arcand y que comenzaba con “El declive del imperio americano” y continuaba con “Las invasiones bárbaras”.
Esa conclusión no es otra que el abandono de una sociedad regida por un sistema de valores asfixiante y alienador y huir, en este caso, a la vieja casita de su padre frente al mar y dedicarse supuestamente a cultivar su huerto.
Nuestro protagonista es un gris funcionario frustrado en su trabajo (no puede resolver nunca los problemas que le plantean los ciudadanos porque la “legislación vigente” opone siempre trabas insalvables), frustrado también en su vida afectivo/sexual de pareja y sin ninguna comunicación con sus hijas, enganchadas todo el día a los artilugios electrónicos de ocio solitario. Para más INRI su madre agoniza en una residencia sin que él pueda hacer nada por comunicarse con ella debido a su demencia senil ni tampoco ayudarla a bien morir.
Frente a este dramático panorama existencial, el director nos ofrece durante toda la película el recurso de concederle al personaje central una gran dosis de imaginación y, por tanto, de escape, a base de ensoñaciones sexuales y heroísmos ficticios.
Y aquí es donde creo que el guión hace aguas por todas partes, se entretiene excesivamente en las imaginaciones, los comentarios no son tan mordaces como se pretende y las críticas a las superestructuras están ya muy vistas.
Digamos que Arcand se rinde: en las anteriores películas había la misma crítica al tipo de vida primermundista, había desencanto, había mala leche para retratar a las ideologías, a los políticos y hasta a los sindicatos…pero había un puntal sólido: los amigos constituidos en familia, en mini-tribu, en refugio (a veces con goteras) frente a una sociedad sin expectativas de cambio.
Aquí no, la amistad , la comunicación, los encuentros de charla, sexo y taninos han desaparecido: el hombre está solo, masturbatorio y final. No hay nada que hacer, queda la pseudo-alternativa de desprenderse de todo, alucinaciones incluidas, y esperar esa nueva Edad Media resignadamente en un lugar donde al menos las agresiones sean las mínimas y donde una vecina te dé la oportunidad de ayudarle a cuidar su jardín…quizás ese ofrecimiento de la última escena sea “el principio de una gran amistad”.
Concluyendo: La película se deja ver, tiene momentos graciosos, está bien interpretada, pero es la peor a mi juicio de la trilogía y no aporta nada a las dos anteriores.
Es más, con todo su trasfondo negrísimo ni te emociona, ni te hace reflexionar y ni a los depresivos como yo nos llega a deprimir. En fin, un mito más que se nos diluye en la nada.
Final: Le tengo miedo a la última peli de Woody Allen…
viernes, 2 de octubre de 2009
