viernes, 5 de febrero de 2010



Quercus, director de orquesta en la intimidad

Parpadea el cursor, no lo va a dejar de hacer mientras escribo, pero cuando la pantalla está en blanco su intermitencia es apremiante, una llamada a los dedos para que transmitan los pensamientos del cerebro y seleccione de entre la maraña de ellos los que van a quedar aquí escritos.

Puedo volver a los recuerdos de cualquier situación vivida, pero ahora no tengo ganas.
Estoy sentado frente a esta pantalla dejando transcurrir el tiempo acunado por una magnífica selección de música clásica que he grabado con fragmentos de aquí y de allá.Todo ha sido ya escuchado una y mil veces pero no me cansa, todo lo contrario: cada vez descubro un nuevo matiz sonoro y hasta un instrumento de la orquesta en el que no había reparado y que de repente cobra un protagonismo en mis oídos que hasta ese momento no tenía; juego entonces a intentar seguirle la pista, imaginar el rostro de quien lo maneja, su expresión atenta o aburrida, su inmovilidad (excepción hecha de los órganos corporales necesarios para la interpretación) o sus balanceos acompasados de casi todo el cuerpo o sólo de sus cejas, por minimizar el ejemplo.

Cuando el artista es conocido, digamos Claudio Arrau, por nombrar a alguien muy oído, muy visto (y hasta querido) en esta casa, las notas del teclado (sólo aire vibrando) van acompañadas de imágenes muy vívidas de sus manos, de su expresión contenida pero igualmente expresiva, de su mirada perdida y encontrada en los recovecos del mismo sentimiento que seguramente tenía quien compuso la pieza.

Hasta hace poco tiempo trataba de seguir (torpemente) los movimientos de los dedos sobre el piano o el violín, transformados en pulsaciones suaves sobre el cuerpo de mi compañera o el mío propio en su ausencia. Si la obra era orquestal la melodía tomaba la forma de recorridos sinuosos de mis manos tratando de dibujar la música.
Como es de suponer las equivocaciones, las “interpretaciones” de lo interpretado eran mayúsculas, pero a fuerza de repeticiones el garabato resultante debía parecer un retrato naïf del gran cuadro musical. Después de todo lo importante era sumar lo sentido a través del oído con lo sentido a través de las caricias.

Otras veces, decidido y entusiasmado por la música me he atrevido a dirigir (menos mal que nadie me hacía caso) frente a las pantallas acústicas a las mejores orquestas del mundo con resultados altamente satisfactorios (véase paréntesis anterior). Es un deleite meterse en la piel del director e intentar vivir la plenitud que él debe de sentir: una especie de éxtasis, una parcela de paraíso.

De su batuta, de su gesto mínimo o poderoso, acallador o animador, depende que eso que alguien concibió con alegría o con tristeza, reflejado ahora en unas partituras (papeles al fin y al cabo), resucite para nosotros esos sentimientos y los recreemos según nuestra sensibilidad y nuestro estado de ánimo.
Añádanse las imágenes, los recuerdos o las fantasías y el viaje hacia tu mejor interior estará servido.
Bendita música, benditos los que la parieron y benditas las madres que los parieron a ellos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A la gente que escribe bien, de cualquier cosa le sale un buen texto, y eso le ocurre al amigo Quercus, no sabia que sabia y le ha salido un magnifico artículo.

Tengo un amigo que afirma que no hay arte mayor que la música, que es divinidad pura, dice, y yo no lo pongo en duda. Kietud.

Ángel Fondo dijo...

La automaticidad en la escritura y su correlación con el pensamiento es una cualidad magnífica, ya decía yo para mis adentros que cada vez eres más diestro en esta afición compartida de darle a la pluma-teclado.
No tengo duda, y ahí estoy yo, acompañándote en esta deslustrada aventura consistente en ir descerrajando algunas cavilaciones, tan raudas ellas en abandonar su posición y desaparecer de la mente. Pensándolo bien yo tampoco tengo ningunas ganas de seguir por ahí en este momento, por ello, me he puesto un cd de esos que con seguridad ambos coleccionamos. Y, como supondrás, he jugado a lo mismo que tú.
No soy nada original, que le vamos a hacer, pero estarás de acuerdo conmigo en que mientras creemos emular a Claudio Arrau o Bruno Walter, por ejemplo, se aclara la espesura del cielo y la música actúa en nosotros con su efecto apaciguador de fieras interiores.
Sí, bendita música, casi el único paraíso real al que podemos acceder sin veda.

Un abrazo