Argentina , mon amour (2)
Viene al caso porque ayer vi una película española, “Pagafantas” en la que la causa de todas las frustraciones, pequeñas desgracias, equívocos y demás situaciones suavemente trágicas e incluso las situaciones cómicas en las que se ve envuelto el protagonista, vienen de la mano de una preciosa argentinita provocadora, enredante, generadora de ambigüedades, pero, como no, encandiladora y pelín tramposilla.
Vuelve pues el cine a mostrarme/demostrarme esa idiosincrasia especial, esa argentinidad capaz de estrujar el jugo de la vida y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, estrujar la savia del inocente y enamoradizo varoncito español (vasco, perdón) que se cruza con intenciones erótico-amorosas y recibe a cambio abrazos fraternales, una boda que le facilite a ella la nacionalidad (esta vez sí, española) y un inesperado viaje.
La mocita, además se cachondea, de buen rollo, de nuestra forma de hablar: tan solemne, tan rotunda, tan golpeadita, tan salpicada de tacos con mucha “ñ” y mucha “j”.
El cartel publicitario lo dice todo: la jovencita se le/nos sube a la chepa… tan sonriente, tan natural.
Y ya que estamos... la película es una fresca comedia con diálogos ágiles, situaciones juveniles (ay, diría Umbral) que te hacen sonreír junto a reflexiones de adultos sobre la química del enamoramiento y los signos diferenciadores de lo que únicamente puede ser sólo amistad; apuntes que no por conocidos dejan de tener su aquél, su recuerdo, su cosa.
Para pasar, en fin, una buena tarde de domingo, justo antes de que recuerdes que el día siguiente es lunes.
1 comentario:
CINE CASERO Y TARDES DE DOMINGO.
No entro en los ajustes de cuentas intercontinentales. Lo mío es más de ir por casa: las trifulcas por el espacio vital de unos centímetros cúbicos en la Empresa Municipal de Transportes; la fonética como bandera, el olor como trinchera.
La película se deja ver cincuenta páginas -tenía ganas de devolvértela-: algunos acertados golpes de efecto que se pierden en el marasmo zoológico de unos personajes sin gracia, con la discreta excepción de Óscar Ladoire, y el ritmo de un caracol derviche con problemas de lateralidad. ¡Vaya papelito que le han endosado a María Asquerino!
También puede ser que fuera sábado, y el lunes se tratara de una intuición lejana, reptiliana y monocorde.
Pero la tarde de domingo fue peor. Cosas del sistema límbico. Cuando me disponía a machacar las cervicales en las arrugas del sofá, bien pertrechado de un cafecito con leche y una ración triple de tarta de manzana, en mi casa la nutrición sana es cosa de días laborables, con “La vida privada de Sherlock Holmes” de Billy Wilder, alguien de mi entorno muy cercano protestó: “me la sé de memoria, así que ya puedes buscar otra, yo también tengo derecho a relajarme un rato…” ¿No sé si les suena este tipo de diálogo monoparental?
Las reconvenciones galopantes a deshoras tienen estas cosas. La improvisación está bien si tuviera las películas ordenadas por algún criterio racional o lógico o estético o ético o cinematográfico, lo que no es el caso. ¿Ésta vale?, pregunté, con el complejo de culpa filogenética que preguntamos estas cosas los hombres desde hace ciento cincuenta siglos y pico. Sí, me respondieron desde la perpendicularidad ontogenética de las cervicales arrellanadas del otro sofá.
Maldita sea mi estampa. La madre que nos parió: “Revolutionary Road”, la penúltima de Sam Mendes.
Resumiendo: se nos indigestó la tarta de manzana, el bocadillo de embutido con tortilla de patata de la mañana del sábado y los huevos con atún y alioli más todos los quesos de la pizza de la cena de los viernes. Nos quedamos como unos lacones infartados, estrábicos y bobos…, y sin grelos.
Saludos.
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