Miguel Delibes y Paco Umbral
Escribió Delibes El hereje y después…la nada.
La nada vital y la nada literaria.
En realidad la muerte de su mujer en 1974 lo mató anímicamente y tras su última y gran novela de 1998, el cáncer de colon que le diagnosticaron remató poco a poco sus ya pocas ganas de vivir: un paréntesis casi en blanco hasta el 12 de marzo de 2010 en que definitivamente falleció.
Atrás quedaba un buen puñado de buenas novelas que en su conjunto representan lo mejor de la castellanidad de un castellano de Valladolid, que un día se acercó con Ángeles, su compañera de siempre, a Extremadura: miró con sus ojos de cazador la realidad rural de los terratenientes y sus esclavos humanos, y parió Los santos inocentes.
Luego un director de cine, Mario Camus, leyó aquello y lo convirtió en una película que está en la cima de las grandes realizaciones españolas.
Si se ha leído la novela y se ha visto su plasmación en imágenes se llegará a la conclusión inevitable de que los personajes cobran vida y que el Azarías y “su milana bonita” no podía ser otro que Paco Rabal (olvidadas sus mediocres actuaciones de galán buñuelesco) y que el rescatado Alfredo Landa borda el papel de siervo que es trabajo, que es terrón de tierra y hasta perro de caza que husmea, señala y atrapa la pieza abatida y malherida por su amo; perro que no tiene derecho a participar del festín de la sangre, que se limita a ofrecer el trofeo y recibir la palmada en el lomo moviendo el rabo en señal de agradecimiento y sumisión.
También es meritorio que Juan Diego, tan propenso a la sobreactuación, se transmutara, de comunista militante en la vida real, a señorito feudal dueño de haciendas y vidas, revestido de un barniz hipócrita de paternalismo, que no es más que la epidermis del animal humano que ejerce con naturalidad una explotación salvaje y cruel sobre otros humanos que, a fuerza de aceptar las cadenas para sobrevivir, han aceptado su cosificación sin protestar.
La humillación que se ejerce desde la altura del caballo y la fusta es tan antigua que por debajo solo cabe la impotencia, la rabia acumulada y la resignación que cuando explotan lo hacen sin medida, sin filtro moral, sin piedad ni remordimiento.
Luego los bienpensantes dirán que unos y otros en circunstancias extremas son igual de asesinos, que las dos clases sociales aquí representadas son merecedoras del mismo castigo o del mismo olvido. Pues no.
Pero “yo venía a hablar de mi libro”: quería dejar escrito mi homenaje a Miguel Delibes, de quien nunca entendí su pasión por la caza pero sí su escritura sin artificios, su retrato de unos pueblos, un paisaje y un paisanaje de la Castilla profunda que describió como nadie.
Francisco Umbral, que se hizo periodista bajo el padrinazgo de don Miguel nos dejó una entrevista de 1984 que recupero parcialmente pero que dan la talla de quienes fueron y de la mutua admiración que se profesaron en vida:
“Y Miguel viene a casa, por la tarde, Miguel Delibes, y la gata se le sube, "que se te ha subido la gata, Miguel", y está levemente embarnecido, rejuvenecido de una gloria segunda, con ese optimismo que da la corbata, de pronto, a quienes habitualmente no la llevan, y fumando tabaco negro que le traen de Canarias -"por molestar, ya ves, caprichos"-, que ya no lía los pitillotes que liaba.
-Y la picadura, Miguel, ¿por qué has dejado la picadura?
-Porque en aquellos cigarrotes infames que yo me liaba y chupaba, había mucho más veneno que en estos cigarrillos con filtro.
De todos modos, se me hace raro verle sacar la cajetilla y obtener un pitillo, como un ejecutivo.
Juega, y juega muy bien, al provinciano en Madrid. La gata, se le ha subido y la soporta. "Que te va a llenar de pelos". "Que no, que es cariñosa". Miguel Delibes, que como todo hombre de madurez cumplida, ha comprendido que el único franciscanismo del mundo se hospeda en los animales, aprendió de mí (yo que he aprendido tantas cosas de él) a soportar los gatos, que antes le parecían diabólicos
-¿Y qué ha pasado con nosotros, Miguel?
Que tú acaricias el recuerdo de una mujer impar, de la que yo mismo estaba enamorado. Que yo acaricio una gata enferma y dulcísima. Que todos somos Azarías, Miguel, inútilmente, innecesariamente dañados por la vida: "Milana bonita, milana bonita...".
-Me vas a hacer llorar, Paco.
-Poder decirle eso a un animal es toda la pureza y toda la ternura del mundo, Miguel, después de que tú y yo hemos vivido tanta vida. Azarías vive en el tiempo natural, no en el tiempo ficticio de la literatura y la política. Desde ahora, Miguel, le diré a mi gata: "Milana bonita, milana bonita...". Y no necesito otra cosa en la vida, Miguel.
-Aquel año sesenta, Paco, qué pasó en Valladolid aquel año sesenta. Yo creía que era un problema de generaciones, Paco, que luego vendrían otros, pero no ha salido nadie. Ahora hacemos el periódico con robots, y el otro día se nos perdieron seis páginas en la pantalla, "se han volado, decían todos, se han volado" esto es cosa de brujas, y estuvimos toda la noche dando teclas, Paco, y no aparecieron las seis páginas.
Ríe, ríe con su risa de lobo bueno. Era todo él, tras una mampara que le separaba de la redacción (nunca quiso ocupar el despacho de director), una Facultad de Ciencias de la Información. La única que he conocido y respeto. Un día me lo dijo:
-Mira, Pacorris, lo tuyo está muy bien, pero yo quisiera explicarte que hay un nivel literario, ensayístico, de libro, y un nivel periodístico, que es el nuestro.
Sólo con esta lección me hizo periodista. Pacorris se convirtió en Francisco Umbral. Miguel, en casa, esta tarde, toma cualquier bebida inocua. El galán de un Hollywood montaraz se ha convertido en un elegante caballero que no aparenta los años y trae una chaqueta azul/sport de buen corte.
-La neurastenia, Paco. Tengo momentos de bloqueo, de angustia, en que me es imposible escribir nada, ni casi vivir. Antes se producía con el avión. Ahora incluso con el automóvil.
-El valium.
-Se pasó el valium. Ahora tomo otras cosas. Cosas que, como entonces, me deshacen el nudo del pecho y me permiten, cuando menos, dormir.
-Aquel Valladolid.
-Efectivamente, yo me paré en la infancia, como todo el mundo. Si un día vuelvo a escribir la novela de la pequeña burguesía provinciana, serán aquellos burgueses, los de entonces. A los de hoy es que ni siquiera los conozco ni sé por dónde van.
-¿Por qué matas bichos, Miguel?
-Ya casi no mato bichos, Paco.
(Miguel siempre ha tenido frente a mí una cierta mala conciencia de depredador.)
-Mira mi gata. Mira qué guapa es. ¿Tú la matarías de un tiro?
-No, por Dios, qué disparate. En Suecia me propusieron, muy ilusionados, una caza del gamo. 'No quiero matar un gamo, con esos grandes ojos que tiene, ni dejarle cojo para toda la vida", les dije, Paco, eso les dije.
- La perdiz.
-La perdiz es cauta, sabia, huidiza. Se la mata sin sentir. Lo malo es la liebre, Paco, la liebre que queda malherida y gime y hay que rematarla. Eso es horrible, Paco.
-No me lo cuentes. Siempre te he dicho, Miguel, a ti que eres cristiano, que es más pecado matar una perdiz roja que beneficiarse a una señorita.
-¿Sigues con el rollo de los libros cortos, Miguel?
-Sí, me parece que es lo que ahora quiere la gente. Aunque a la vista de tu último libro, tan largo y tan ameno, empiezo a dudar. Pero lo veo por mis hijos. Los mayores de 30 todavía leen, siempre están leyendo algo. Los pequeños sólo leen aquello que les pueda ser útil para su trabajo o su carrera.
Miguel, el hermano mayor que la vida no me dio. Y Miguel viene a casa, por la tarde, Miguel Delibes, y la gata se le sube, "que se te ha subido la gata, Miguel", y está levemente embarnecido, rejuvenecido en una gloria segunda y como más callejeada que la primera.
-¿Cuántos artículos haces al mes, Miguel?
-Uno, y no me sale.
-¿Y qué ha pasado con nosotros, Paco?
-Pues ya lo ves, amor, que cubrimos todos nuestros objetivos, pero eso produce más tristeza que euforia, y yo estoy melancólico de la pura pena de no saber por qué, y tú estás neurasténico, Miguel. ¿Por qué dices neurasténico y no neurótico?
-Porque lo que estamos es neurasténicos, Paco. Tu madre decía "neurastenia". La neurosis es ya una cosa más moderna, aunque crean que es la misma, Paco. La gente tiene neurosis, Pacorris. Tú y yo tenemos neurastenia. Cuidemos nuestra neurastenia, que a lo mejor es nuestro talento. ¿Qué ha pasado con nosotros, Paco?
-Eso te lo preguntaba yo a ti, Miguel. Que hemos cubierto todos los objetivos que nos proponíamos desde El Norte de Castilla, pero estamos neurasténicos. Que tú tienes una becada de hijas dulcísimas a las que acariciar, Miguel, amor, y yo sólo tengo una gata enferma, con los ojos verdes y tristes, y cuando estoy a solas con ella la beso y lloro y le digo:milana bonita, milana bonita”.